Por: Julián Aguilar Sierra*
No hay lenguaje sin palabras. La palabra, primero hablada, voz, y mucho después, hecha letra, escrita. Si letra hay, hay texto, documento, historia. La palabra, hablada y escrita, es abstracción y al mismo tiempo, materialidad.
Aprendimos a hablar la lengua que primero oímos, en la que nos hablaron, la materna; las palabras primeras: mamá y papá. Luego, en el colegio, hicimos la tarea más difícil, aprender a leer y escribir. Este acontecimiento le dió un sentido nuevo a nuestra vida, un rumbo encontramos, nos orientamos en la máxima abstracción, el mundo cabe en hojas de papel escritas, nos conectamos con la memoria de la especie! Leímos, primero en voz alta: ma-má, y luego, en voz baja: mamá. Se dice que el Obispo de Hipona nos legó la lectura silenciosa.
El psicoanálisis, experiencia de lo inconciente, se hace hablando; hablando sin pensar, hablando sin saber, hablando sin apelar a la crítica racional. Se trata de desatar la palabra de las cadenas de la represión para que lo desalojado y cifrado retorne de otra manera: encubierto, disfrazado, enigmático, desfigurado.
La palabra que se le dirige a otro al que le suponemos un saber, al que suponemos que puede oírnos sin privilegiar nada, engendra la transferencia. Hacemos la experiencia con la palabra hablada bajo transferencia. La transferencia lo es de lo inconciente en acto. Cuando hablamos sin pensar, cuando hablamos sin saber, a veces ocurre un dicho; el dicho en un análisis es un acontecimiento con efectos. Decir sin pensar, decir sin saber, no sabemos lo que decimos, aparente disparate! ¿Qué quiere decir hablar bajo transferencia?
Del decir sin pensar, del hablar sin saber, para luego decir y pensar, pensar lo dicho, hablar y saber. Esta producción de saber, este despliegue de saber lo encontramos con posterioridad; pimero hacemos la experiencia, nos ocurre, y después se nos ocurre pensar en el dicho que ocurrió. Tiempo circular. Cuando el dicho inconciente aparece hay sorpresa, inquietud, sobresalto, desconcierto. Lo inconciente inquieta y a veces horroriza, luego apacigua, todo tan simple, y las más de las veces olvidamos.
Palabras que decimos sin pensar ni saber para contar una historia, escribirla y leerla, re-conocerla. Historia somos y en ella nos reconocemos cuando hablando desde el diván, que significa libro de poemas, decimos, leemos y escribimos ese libro, un libro que somos. Las letras del libro, las palabras que somos y determinan, es el resto que queda como saber de la experiencia del inconciente. Hallamos, nos hallamos sujeto en letras y dichos y palabras. Por el lenguaje, la palabra hablada y la letra, sujeto engendrado y determinado. Eso que nos hace hombres y nos separa de la naturaleza, nos determina; el lenguaje y la palabra son determinativos de nuestra subjetividad. Esa relación sujeto, palabra y lengua es relación trágica y cómica: vivimos entre dos aguas y por eso rectificamos y elaboramos y cambiamos de posición.
Descubrir y de pronto descubrirnos en un arcaísmo. En el habla coloquial nuestra hay arcaísmos, voces en desuso; eso en desuso está conservado, como lo reprimdo, lo infantil. Siempre hay sorpresa y desconcierto, cuando como un chispazo un arcaísmo nos toma: «tomarle parecer al otro». La trayectoria de un análisis, su camino y dirección consiste en tomarle parecer al Otro, lugar, tesoro, para que la verdad de la subjetividad se realice, se desvele, aparezca y se eclipse, y se nos escape como el humo, como el agua de entre las manos, o como las cambiantes nubes con las que niños fantaseamos. O recordarnos en: «a lo que acabe con el destino voy». Por supuesto, el destino, el de cada uno, está entretejido en las palabras. Por esto la palabra nos asombra en el día a día, y en la experiencia de una cura, y por esto hoy le hacemos este homenaje pequeño.
*Psicoanalista y Sociólogo. Profesor de la Universidad de Antioquia. El autor leyó el escrito en la reunión de la Asociación Encuentros Psicoanalíticos de Medellín de la que es miembro.