Eugenesia y Estado


Por: Carlos Andrés Naranjo-Sierra
El desarrollo del positivismo en el siglo XIX trajo como consecuencia, entre otras cosas, el planteamiento de la Teoría de la Evolución por Selección Natural por naturalista inglés Charles Darwin y de las Leyes de la Herencia, que luego darían origen a la Genética, por el monje agustino Gregor Mendel. Ambos descubrimientos, fruto de la visión empírica, volverían protagonista a la biología, la cual comenzó a hacerse visible y, en consecuencia, a tener serias implicaciones políticas en sus interpretaciones. Una de estas interpretaciones germinaría en la propia familia de Darwin, a través de su primo materno Francis Galton, con el nombre de eugenesia.

En este ensayo me propongo rastrear la evolución del concepto de eugenesia y evidenciar que sus implicaciones sociopolíticas continúan vivas en la aurora del siglo XXI como fruto de su configuración en el siglo XIX a partir de la idea política del Estado-Nación moderno y de una interpretación entusiasta, aunque no necesariamente válida, de las ideas darwinianas. Para ello me apoyo en la psicología evolucionista y la sociobiología, dejando a la moral por fuera de la discusión inicial con el fin de abordar el concepto con las menores prevenciones posibles.

El origen de la palabra eugenesia proviene de dos voces griegas: eu, que significa bueno, y genesia, derivada de gene, que significa engendrar, dar origen, nacer; en otras palabras su etimología obedece a buen origen o engendrar bien. El padre de la eugenesia, Francis Galton, la define como: «El estudio de los agentes bajo control social que pueden mejorar o empobrecer las cualidades raciales de las futuras generaciones, ya fuese física o mentalmente«. Una interesante definición adicional proviene del Segundo Congreso Internacional de Eugenesia, celebrado en 1921 según la cual eugenesia es «la autodirección de la evolución humana».

Sin embargo el uso del término esta lejos de poseer un consenso en su uso y acepciones pues históricamente ha estado relacionado con conceptos tan diversos como salud pública y economía social, control natal y racismo, aborto y eutanasia o discriminación e ingeniería genética. Pero tal vez la idea más poderosa con la que actualmente se asocia a la eugenesia es la del Nacional Socialismo Alemán que gobernó a Alemania entre 1933 y 1945. Esto hizo que la eugenesia tuviera un tratamiento antes de la Segunda Guerra Mundial y otro muy distinto después, al punto que la hasta entonces respetada asociación Eugenics Quarterly debió cambiar su nombre en 1969 por Social Biology.

La idea de la eugenesia como política Nazi, en favor de los alemanes y en perjuicio de los judíos, parece haber desvirtuado el concepto al asociarlo con una ideología política antiliberal y además perteneciente al bando perdedor de la última gran guerra mundial. A este fenómeno se le conoce en psicología como falacia de asociación y consiste en inferir que las propiedades de un objeto o una cosa se corresponden totalmente a las de un grupo debido a una característica particular. De este modo si la idea alemana de dominar el mundo tuvo entre sus postulados la generación de una raza superior, exterminando cruelmente a cerca de seis millones de judíos, entonces la eugenesia es deudora directa del holocausto.

A pesar de ello, la idea de selección artificial de seres humanos no es nueva. La patria griega tenía como uno de sus vértices la doctrina platónica, expresada en La República, que rezaba: «deben procurar los magistrados seleccionar los hombres y las mujeres, procurando que los enlaces de los mejores sujetos de uno y otro sexo sean más frecuentes y, al contrario, los de los peores muy escasos» y añade «Además deben criarse los hijos de los primeros, y no de los segundos, si se quiere que el rebaño venga a ser de los más aventajados». Antiguamente también se pudieron ver ejemplos eugenésicos en los espartanos donde se abandonaban fuera de la ciudad a los recién nacidos que daban señales de debilidad, y actualmente en pueblos como los brahamanes donde se da muerte a los recién nacidos con deformaciones o señales de enfermedad.

En los animales también parece darse un fenómeno, si no igual, por lo menos muy similar. Tanto en insectos, como peces y aves, las crías deformes o enfermas son depreciadas por sus madres quienes no las alimentan o las abandonan. Entre los leones aparece otra variación consistente en generan el aborto de los fetos ajenos, por medio de la copula con la hembra, procurando así que sean los propios genes y no los de otro, los que sobrevivan. Varios estudios realizados por el primatólogo Yukimaru Sugiyama en los monos langures han revelado que el infanticidio, o abandono por defectos congénitos, también es común en esta especie.

La época victoriana inglesa fue crisol de este tipo de ideas y de ella fue hijo Francis Galton que nació en familia tradicional y conservadora perteneciente a los cuáqueros (secta puritana). Su padre quiso que fuera médico pero su vocación le llevó primero al mundo de las matemáticas y luego al estudio de la geografía y la meteorología. Cuentan sus biógrafos que luego de atravesar una crisis nerviosa encontró en el libro El origen de las especies, escrito por su primo Charles Darwin, la inspiración necesaria para sobresalir al elaborar su propia doctrina basada en el estudio de los mecanismos para lograr el perfeccionamiento de la raza humana.

La eugenesia hallaría terreno fecundo en la visión pragmática y utilitarista de personajes como Alexander Graham Bell, George Bernard Shaw y Winston Churchill, quienes abiertamente expresaron su simpatía por el mejoramiento de la raza humana por medios directivos. El primero desarrolló su adhesión al concepto, luego de descubrir que ciertos tipos de sordera eran de naturaleza hereditaria y por lo tanto recomendó la prohibición del matrimonio entre sordos con el fin de evitar la propagación de esta limitación en la raza humana, a pesar de que el mismo estaba casado con una mujer sorda.

Igualmente como muchos otro eugenesistas, Graham Bell propuso controlar la inmigración con fines de evitar la decadencia de la raza anglosajona. Y al parecer sus propuestas tuvieron eco pues esa fue una de las principales denuncias del famoso paleontólogo evolucionista Stephen Jay Gould, quien afirmaba que las restricciones sobre la inmigración aprobadas en los Estados Unidos durante los años 1920, y solo derogadas 45 años después, estuvieron motivadas por el deseo consciente de excluir a las razas consideradas inferiores del acervo genético norteamericano.

Aunque la eugenesia no goza de prestigio en la comunidad científica actual, que la considera más bien como una pseudociencia a pesar de procurar criterios de la cientificidad como la certeza, la exactitud y la utilidad, no cesan los intentos por reavivar el debate. Uno de ellos apreció en 1974 por medio del bioético Joseph Fletcher que acuñó el término eugenesia liberal o nueva eugenesia para designar el estudio de técnicas no coercitivas con fines reproductivos y genéticos cuyo fin sería el de reducir el papel del azar en la reproducción, minimizando las enfermedades congénitas y facilitando las mejoras genéticas supuestamente por medio del ejercicio libre de los derechos sexuales y reproductivos y no por medio de políticas públicas obligatorias.

Pero EEUU y Alemania no fueron el únicos en aplicar esta doctrina. Canadá también llevó a cabo miles de esterilizaciones forzosas a finales de los años 1960 y principios de los años 1970. Suecia esterilizó en los últimos 40 años del siglo XX a cerca de 62.000 personas sin su autorización, principalmente enfermos mentales pero también minorías étnicas y raciales. Algunos países europeos continúan realizando programas de salud pública para esterilizar a personas con déficit cognitivos y Singapur se vinculó a la practica de la eugenesia positiva, promocionando el matrimonio entre egresados universitarios con la esperanza de que engendrarían mejores hijos. Un parangón actual es el de Turquía que aún no logra ingresar a la Unión Europea, a pesar de cumplir con todos los criterios para ser miembro, por el temor a que los islamistas invadan la Unión.

Todo lo anterior no habría sido posible sin el advenimiento de la modernidad a través de lo que Michel Foucault llamaría el Biopoder. Este germinaría al interior del Estado moderno, heredero del Estado Nación, en el cual la vida busca ser regulada, protegida, diversificada y expandida, y para ello se establecen criterios mensurables de la vida tales como la natalidad, mortalidad, morbilidad y movilidad en los territorios, de modo que sea posible manejar los grupos humanos en el vector deseado por medio de políticas públicas, que ajusten los fenómenos poblacionales a los deseos de la Biopolítica.

En el caso de la eugenesia, estos criterios científicos «indiscutibles» pretendieron en el siglo pasado, y aún pretenden en el actual, homogenizar en Latinoamérica las razas endémicas, teniendo como cenit al modelo anglosajón. Caso relevante fue el de la política de Trasplante poblacional que enunciaron en argentina Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi bajo un ideal progresista, científico y civilizador, abogando por mejorar el acervo racial mediante la implantación de una nueva educación, fomentando la inmigración y erradicando todo asomo de pensamiento indígena, criollo o español pues consideraban que éste no se adaptaba a la modernidad.

El asunto entonces entraña los riesgos de la interpretación y de la obligación pero suponiendo que estas mejoras genéticas fueran voluntarias, seguiría habiendo una seria dificultad para establecer con certeza los rasgos hereditarios óptimos sin caer en la ideología o la cosmetología. Aunque la idea inicial de los eugenesistas ha sido la de mejorar la inteligencia, también se han propuesto otro tipo de «mejoras» tendientes a fomentar algunos biotipos y descartar algunas mutaciones genéticas consideradas como nocivas.

¿Cómo diferenciar lo nocivo y lo ventajoso? Algunas mutaciones como la hemofilia y la enfermedad de Huntington, consideradas como defectos genéticos, son desventajosas en unos contextos pero ventajosas en otros. Este también es el caso de la anemia falciforme y la enfermedad de Tay-Sachs, que en su forma heterocigótica pueden ofrecer una ventaja contra, la malaria y la tuberculosis respectivamente. Tampoco podría afirmarse a ciencia cierta que hayan razas superiores o inferiores ya que la evolución de los fenotipos se debe precisamente a las ventajas adaptativas que ofrecían características como estatura, color y rasgos para los contextos ambientales en los que evolucionaron.

Así que la eugenesia parece engendrar una peligrosa ilusión de dominio y control de las variables evolutivas. En ecologías estables se podría afirmar que hay unos rasgos relativamente desventajosos, por ejemplo ser albino en la estepa africana o pigmeo en ambientes que requieren estaturas significativas. Igualmente hay mutaciones, llamadas enfermedades, que parecen ser absolutamente desventajosas para quien las porta, independiente de su contexto (la evolución es ciega y no busca ventajas sino variabilidad), como lo son la espina bífida, el Síndrome de Down, la microcefalia o el cáncer. Y a pesar de que una cosa es afirmar que características como inteligencia, capacidad pulmonar y cardiaca y visión 20/20 son ventajosas en la mayoría de las ciudades modernas otra cosa es volverlas obligatorias para la población por medio de políticas eugenésicas.

Debido a que en ambientes cambiantes e inestables no es claro que variación sería la triunfadora, del inmenso repertorio de la naturaleza, ciertos grupos humanos han afirmado que no debe intervenirse directamente en los genes. Esto ha hecho que comunidades religiosas y políticas condenen a la experimentación con células madre, la ingeniería genética, el aborto o la eutanasia como hechos eugenésicos por sí mismos, independientemente de otras consideraciones, ya que propenden por un tipo de vida en particular. Parecen olvidar que fueron muchas de las creencias no laicas las que establecieron rígidos estilos de vida que desembocaron en violentos enfrentamientos que terminaron por eliminar a buena parte de otras razas en pos de la fe y la igualdad.

Tanto para creyentes religiosos como ideológicos, la aplicación de este tipo de prácticas experimentales, en las que esta de por medio la vida, como el caso del trabajo con embriones humanos, es considerada una forma de alterar los designios divinos o los derechos a la igualdad.  Al respecto el psicólogo evolucionista de la Universidad de Harvard, Steven Pinker, afirma: «es una opinión ortodoxa entre los académicos de izquierda que manipular los genes implica un genocidio». A esta discusión subyace más que un tema científico, un tema de valores personales y culturales sobre lo que se considera un ser humano y sujeto de derechos, discusión válida pero no concluyente ni vinculante en términos morales para los demás miembros de un Estado.

En el caso del aborto, las posiciones son filosóficamente diferentes pero igualmente sustentadas y van desde considerar la interrupción del embarazo o la concepción como un acto reprobable, hasta considerar la vida de un recién nacido como incompleta y por lo tanto moralmente aceptable que se prescinda de ella en caso de desearlo. Así lo exponen en un reciente articulo de la edición de febrero de 2012 del Journal of Medical Ethics, dos científicos ingleses. Una muestra más de que el conflicto entre absolutismo monárquico y liberalismo que dio a luz el concepto de Estado en el siglo XIX, sigue vivo en el siglo XXI.

Llevando este tipo de argumentos ideológicos al límite, también podrían verse ciertas membresías sociales como formas indirectas de eugenesia,  ya no a través de políticas públicas sino también a través de políticas privadas al imponer restricciones de acceso a clubes, colegios y universidades, que convocan solo a ciertos grupos sociales y dejan sin acceso efectivo a las clases bajas que no pueden pertenecer a estos espacios en donde podrían encontrar posibles parejas sexuales y no tienen acceso a mejores estímulos ambientales y culturales, fundamentales también para el desarrollo del genoma.

El modelo del hombre rico enamorado de la empleada o el jefe de la subalterna parece vender bien raitings para telenovelas pero no adecuarse mucho a la realidad estadística. Sin acceso efectivo a alimentación, educación y estímulos se reducen significativamente las posibilidades de combinar los genes con parejas inteligentes y  pierden capacidad de desarrollo las aptitudes. Cuando se habla de una conducta con base genética, debe entendérsele además como que lo genético ejerce su acción a través de un relieve epigenético que sumado al entorno estimula la emergencia y maduración de las condiciones innatas. Las fuerzas del genoma no son definitivas como lo plantea el determinismo genético, bien lo dice Jorge Wagensberg: «Lo escrito en los genes no es un texto sagrado, se puede cambiar, arreglar, burlar…».

Tanto para los eugenesistas como para los sociobiólogos, la inteligencia es hereditaria pero la eugenesia ha considerado solo una parte de la ecuación postulando que es imperativo la intervención directa del estado por medio de políticas que estimulen el mejoramiento de la especie, mientras que para los sociobiólogos, afectos a la teoría del caos, la propia sociedad descubre intuitivamente el problema de la disgenesia (lo opuesto a la eugenesia), haciendo que generalmente se busque una pareja con características, gustos y expectativas afines, por puro gusto, sin necesidad de que se pongan en práctica políticas eugenésicas.

La idea de un estado omnipresente, que establece lo bueno y lo malo para sus habitantes es preocupante y peligrosa, por más útil y efectiva que pueda ser, pues se corren altísimos riesgos de poner al servicio de la ideología, simples interpretaciones de los modelos científicos, cuya finalidad no es otra que buscar explicaciones sobre la regularidad de los fenómenos naturales con el fin de predecirlos cada vez mejor. Prohibir el alcohol, el cigarrillo, las drogas, el aborto o el matrimonio entre personas con coeficiente intelectual disímil o del mismo sexo, lleva consigo el germen de un mismo ideal antiliberal que considera que es posible un criterio inmutable de la verdad y que esta debe ser impuesta a todos los ciudadanos «por su propio bien», sin considerar que los propios ciudadanos pueden ser más inteligentes que el Estado, que éstos pueden pensar diferente, o que lo que hoy es un paradigma científico, mañana puede ser una evidente falacia.

BIBLIOGRAFÍA
DE ASÚA, JIMÉNEZ. Libertad de amar y derecho a morir. Ediciones Depalma, 1992
GALTÓN, Francis. Herencia y eugenesia. Alianza editorial, 1988.
PINKER, Steven. La tabla raza y el buen salvaje. Paidós, 2005.
VÉLEZ, Antonio. Homo Sapiens. Villegas Editores, 2006
GARCÍA, Luis. Genealogía del cuerpo argentino. http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/fanlo64.pdf. 2009
Journal of Medical Ethics http://jme.bmj.com/search?fulltext=Abortion&submit=yes&x=0&y=0

En vez de los y las, les


Por: Carlos Andrés Naranjo-Sierra
Para las feministas, utilizar «los” y “las» en el mismo enunciado es un asunto «políticamente correcto», para los estudiosos de la gramática funciona mejor solo «los», por un asunto de economía del lenguaje ¿Será posible plantear una alternativa que medie entre estas dos posiciones? Tal vez sí y mi propuesta es «les».

Desconozco si ya algún lingüista realizó esta sugerencia y fue descartada por alguna razón obvia que no alcanzo a entrever como psicólogo con mis cursos de lenguaje y semiótica. Si es así, ofrezco disculpas por la pérdida de tiempo. Si no, agradezco que me ayuden a experimentar los recobecos del lenguaje para ver que tal funcionaría el reemplazo de las vocales ‘o’ y ‘a’ por la ‘e’.

La idea central consiste en utilizar una vocal neutra, en este caso la ‘e’ (dejando de lado la ‘i’ y la ‘u’ por asuntos funcionales y estéticos), de modo que no se reconozca el género de quien se nombra a la vez que el artículo, pronombre, sustantivo o adjetivo sigue manteniendo la economía del lenguaje. De este modo se puede hablar de hombres y mujeres con una sola palabra.

Veamos un ejemplo: en la oración «Los niños juegan en el recreo» podemos inferir que se trata de niños solamente o de niños y niñas, de modo que en el segundo caso el feminismo propone nombrar a las niñas como una forma de reivindicar su importancia haciendo que la frase se transforme en «Los niños y las niñas juegan en el recreo».

Pero si utilizamos la ‘e’ para construir la oración, está daría como resultado «Les niñes juegan en el recreo», haciendo que sea claro que la frase se refiere tanto a niños como a niñas, de una manera breve sintácticamente y eliminando la norma gramatical que establece lo masculino como el principio rector para nombrar tanto a unes como otres.

Esto no cambiará la cultura machista en la que vivimos. Lenguajes como el persa moderno no hacen diferenciaciones de género, ni masculino ni femenino, y sin embargo sus mujeres siguen siendo oprimidas. Así que esta propuesta es sólo una idea que puede servir pero en una muy pequeña medida. La verdadera lucha del feminismo debe darse en otros territorios.

Pero lo verdaderamente complejo consistiría en popularizar su uso, de modo que sintáctica, semántica y pragmáticamente sepamos a que nos referimos cuando usamos esta alternativa. No es gratuito que el esperanto, nacido con la idea de unir y simplificar las lenguas, siga en la oscuridad a pesar del loable esfuerzo de su creador Lázaro Zamenhof.

Encuentro con Juan Carlos Hernández en la Fiscalía para hablar sobre los retratos hablados


Por: Carlos Andrés Naranjo Sierra

Juan Carlos Hernández me recibe amablemente. Es un hombre simpático y
menudo. De contextura gruesa, cabeza redonda y motilado a tope. Dirige el departamento de morfología de la Fiscalía, sede Antioquia y Chocó, y es el encargado de coordinar las reconstrucciones de los rostros postmortem y los retratos hablados.

Después de mucho insistir he conseguido esta cita para continuar con nuestro estudio en PSICOSAPIENS sobre la memoria y los retratos hablados, en el que partimos del supuesto de que las variables que intervienen en la realización de un retrato son tantas que es menester reducirlas para que sean un poco más fiables sus resultados.

Juan Carlos me cuenta que para disminuir las distorsiones en el resultados del retrato, no toman las descripciones del testigo «en caliente» sino dos o tres días después del acontecimiento. Una vez llega la persona a describir al sospechoso, se le saluda y, se le realiza una breve entrevista con el fin de llenar lena un preformato de la Fiscalía en el que se toman en cuenta los rasgos físicos generales de quien se describe, como sexo, estatura, peso aproximado, rasgos específicos, etcétera, y luego se
procede con el retrato.

Cada dibujante tiene una forma particular de comenzar, pero lo habitual es que comience por la forma de la cara y luego pase a los detalles del rostro como, nariz, ojos y boca. A medida que se va haciendo el retrato se va corroborando con el testigo, si se asemeja o no, y se le pide al final que puntúe de uno a diez qué tan similar considera qué es el retrato con respecto al sospechoso.

Si el retrato puntúa muy bajo, se recurre a ayudas audiovisuales como ojos, narices, bocas, orejas, y demás partes del rostro, prediseñadas en plantillas, y se le muestran al testigo fotografías de posibles delincuentes que actúan en el área para ver si hay alguna coincidencia. Este proceso toma aproximadamente dos horas por cada testigo.

Juan Carlos dice que las reconstrucciones de cadáveres son más fidedignas pues se tiene el material sobre el cual reconstruir, con plastilina o computador, cada parte del rostro. Además es posible publicarlos en los medios de comunicación. En cambio, los retratos hablados no pueden publicarse, al menos los de la Fiscalía, ya que no se tiene clara la identidad del delincuente y podría afectar el buen nombre de ciudadanos del común.

La mayoría de los retratistas son dibujantes o diseñadores. Juan Carlos es profesor de Juan Galvis, miembro de la Policía Nacional Colombiana, quien me ayudó en la entrevista inicial para abordar este tema. Por la escazes de este tipo de perfiles en los organismos de investigación del estado, tanto Juan Carlos como Juan, deben viajar constantemente a otras partes del país a encontrarse con los testigos para realizar los retratos hablados.

¿Qué tan acertado es un retrato hablado? Juan Carlos considera que depende de varios factores. Entre ellos el tipo de delito. Los delitos como el atraco tienen pocas probabilidades de generar un buen retrato pues la gente estaá expuesta por poco tiempo al asaltante y recuerda más el arma que la persona. Los delitos como la violación, la extorsión o el secuestro tienen mejores perspectivas pues la víctima logra estar en contacto con el victimario por un período de tiempo más prolongado.

Pero no sólo los aspectos visuales son importantes en un retrato hablado. Por ejemplo: los olores, el tono de la voz, el acento o alguna alteración en la locomoción o la similitud con otra persona conocida, pueden revelar detalles importantes que permitan comenzar a identificar al agresor.

Incluso, en ocasiones, el exceso de detalles en la descripción puede revelar aspectos claves en el caso, como el falso testimonio como intento por involucrar a alguien conocido en un ilícito como una forma de venganza personal. Este último caso es muy común en mujeres que desean hacer pasar a compañeros por abusadores sexuales.

¿Podemos confiar entonces en los retratos? Juan Carlos cree que no ciegamente, pero por ahora es uno de los elementos con los que contamos mientras el software de rostros y los kits de identificación se popularizan y mejoran su facilidad de manejo, aplicación y nivel de acierto.

El Efecto Westermarck y el Complejo de Edipo: una perspectiva evolucionista

Implicaciones de la teoría de la evolución darwiniana sobre la teoría freudiana del Complejo de Edipo

«Estos descubrimientos son especialmente perjudiciales para Freud, puesto que, si Westermarck tiene razón, entonces la teoría del Edipo está equivocada».
Frans de Waal

Resumen

El Complejo de Edipo plantea por definición, un deseo incestuoso innato en el infante que es regulado por la norma cultural como introducción al mundo simbólico del hombre. Sigmund Freud, padre del psicoanálisis y Claude Levi-Strauss, padre de la antropología estructural, construyeron a partir de la regulación cultural del instinto incestuoso sendas hipótesis que marcaron gran parte del pensamiento de las ciencias sociales y humanas del siglo XX. Hoy, a 200 años del natalicio de Charles Darwin, la teoría de la evolución es retomada por la psicología evolucionista para explicar el psiquismo, no solo en el hombre sino también en otros animales, con resultados sorprendentes y más coherentes. Entre ellos el Efecto Westermarck, llamado así en honor al antropólogo finlandés que lo descubrió, ha logrado demostrar empíricamente que lo que hay por lo general en el infante no es un deseo sino un desinterés o rechazo innato por la relación incestuosa.

Palabras clave

Relaciones familiares, Teoría Darwiniana de la Evolución, Darwinismo, Psicología Evolucionista, Psicoanálisis, Etología, Efecto Westermarck, Complejo de Edipo, Incesto.

Resumen

La prohibición del incesto junto con la prohibición del asesinato y/o el canibalismo, han sido una constante fundamental en el desarrollo de las ciencias sociales para explicar el origen de la cultura o civilización. Durante décadas, gran parte del psicoanálisis, la psicología, la antropología y la sociología han elaborado varios de sus principales constructos teóricos partiendo de la hipótesis de nuestra separación de la animalidad a través de los mecanismos culturales para dar explicación al pensamiento, las motivaciones, las emociones y el comportamiento del ser humano. Sin embargo los estudios evolutivos de la etología, la psicología comparada y la psicología evolucionista parecen desmentir buena parte de estas hipótesis y abren un nuevo y prometedor camino para reflexionar sobre lo que verdaderamente somos.

Desconociendo toda evidencia científica con la que se cuenta hoy al respecto, algunos académicos califican de determinismo biológico o de teoría decimonónica a la teoría de la evolución darwiniana para explicar al Homo sapiens; dicen haberla ya superado al punto de postular, como lo hace Alfredo Zenoni en el texto El cuerpo del ser hablante (1986), que el psicoanálisis comienza donde termina el evolucionismo. De esto modo mirar a la naturaleza para explicar el ser humano seria algo inútil ¿Hipótesis? Muchas. ¿Pruebas? Ninguna consistente. La antinomia Cultura Vs. Naturaleza parece ser más fructífera en términos teóricos que prácticos.

Hablar de la particularidad del sujeto para contravenir los postulados biológicos es llover sobre mojado, pues es evidente que las experiencias y acontecimientos propios de la persona marcan una importante parte de su psiquismo pero nuevamente se debe recordar que no sería posible que estas marcas particulares existieran sin una biología que las posibilitara. También podría alegarse que la riqueza del lenguaje humano hace que sean irrelevantes los fundamentos biológicos y que el Edipo, y en consecuencia la estructuración del psiquismo, sólo tendría valor explicado a partir del universo simbólico del Homo sapiens pues una cosa es la realidad fáctica y otra la realidad psíquica. En este punto conviene recordar las palabras del propio Sigmund Freud (1900, p. 272.) cuando dice:

“Ninguno de los descubrimientos de la investigación psicoanalítica ha provocado una oposición tan acerba, una negativa tan feroz ni unos malabarismos tan divertidos por parte de la crítica como esta referencia a las inclinaciones incestuosas infantiles, conservadas en lo inconsciente. En los últimos tiempos se ha querido incluso presentar el incesto, contra todo lo que indica la experiencia, como meramente ‘simbólico’”.

El mito del padre de la horda primitiva (Freud, 1913) asesinado por sus hijos y cuyos reductos psíquicos supuestamente nos acompañan hoy a través del Complejo de Edipo, también podría tomarse como una simple novela para explicar un fenómeno psicológico tan común como el apego del infante por su progenitor, pero es el mismo Freud quien duda que este parricidio primitivo sea simplemente un hecho metafórico. Puede leerse en El malestar en la cultura:

“No podemos prescindir de la hipótesis de que el sentimiento de culpa de la humanidad desciende del complejo de Edipo y se adquirió a raíz del parricidio perpetrado por la unión de hermanos. Y en ese tiempo no se sofocó una agresión, sino que se la ejecutó […] Cabe permitirse ciertas dudas. O bien es falso que el sentimiento de culpa provenga de las agresiones sofocadas, o toda la historia del parricidio es una novela y, entre los hombres primordiales, los hijos no mataron a su padre con mayor frecuencia de lo que suelen hacerlo hoy. Por lo demás, si no se trata de una novela, sino de una historia verosímil, se estaría frente a un caso en que acontece lo que todo el mundo espera, a saber, que uno se siente culpable porque ha hecho efectiva y realmente algo que es injustificable” (Freud, 1929 pp.126-127).

Otro problema está relacionado con la comprensión de las ideas de la teoría de la evolución darwiniana. Ni el propio Freud, que en un principio estuvo tan interesado en las ideas de Charles Darwin, parece que logró comprenderla cabalmente. De ahí que se viera en la necesidad de desarrollar otras hipótesis para poder hacer encajar el psicoanálisis con lo que veía en su experiencia clínica. La pulsión de muerte, por ejemplo, es perfectamente entendible desde la evolución, cuando se entiende por qué la psique humana valora recursos sociales intangibles lo suficiente para arriesgar la vida por ellos. Afirman Martin Daly y Margo Wilson (1988, p.16), psicólogos evolucionistas, en su libro Homicidio: “Si Freud, por ejemplo, hubiera entendido mejor la teoría evolucionista, todos nos hubiésemos ahorrado su vana postulación sobre la pulsión de muerte”. Posiblemente si Freud viviera, también estaría dispuesto a hacer lo que no han hecho muchos de sus seguidores: Reevaluar sus hipótesis en aras la evidencia, el amor a la ciencia y la razón.

Ahora el modelo darwiniano de la evolución está siendo retomado por las ciencias humanas, después de un largo período de olvido, para tratar de aportar un nuevo punto de vista sobre la condición humana, ya no a partir de la especulación hipotética sino a partir de la comprobación empírica. Todavía a muchos les molesta la idea de que el ser humano sea estudiado desde la perspectiva animal o se le compare con éstos, aunque la biología todos los días nos recuerde con mayor ahínco que eso somos. Obviamente nunca habrá una comparación perfecta entre especies pues cada una tiene características particulares fruto de miles o millones de años de evolución pero eso no contradice el principio fundamental de que el problema es más de nivel de complejidad que de esencia.

Durante décadas se ha buscado un límite claro entre la humanidad y la animalidad a través del lenguaje y el universo simbólico que representa la cultura. Para pesar de muchos los estudios recientes sobre primates han revelado que ni el lenguaje ni la cultura parecen ser exclusivamente humanos (Goodall, 1971. De Waal, 2001). Los primates demuestran permanentemente y cada vez con mayor claridad que son capaces de la utilización del signo lingüístico tanto en términos de significante como de significado. Por supuesto que el nivel de desarrollo cognitivo del ser humano es más sofisticado que el de las demás especies, pero no se debe olvidar que esta sofisticación se da gracias a un cerebro con el que nos dotó la misma naturaleza.

En algunas escuelas de Estados Unidos está legalmente prohibido hablar de evolucionismo, y parece que tácitamente también en algunas Universidades latinoamericanas, ya que sus implicaciones son nefastas tanto para doctrinas religiosas como para ideologías políticas. Dice Héctor Abad Faciolince (2006, p.47) en su columna titulada La condición humana:

“Para los religiosos hay una discontinuidad absoluta entre los animales y el ser humano, pues los hombres estaríamos dotados de un alma hecha ‘a imagen y semejanza’ de Dios, sin ningún parentesco con las especies llamadas inferiores, y por eso para ellos el estudio del alma se debe hacer con las herramientas de la fe, y no con las de la ciencia. Para muchos filósofos, al ser el hombre un ser racional y capaz de contradecir sus impulsos, no existe la tal ‘naturaleza’ humana, pues esta nos convertiría en autómatas programados. Para sociólogos y antropólogos, en general, al ser el hombre un animal social, lo que determina nuestras costumbres sería la cultura, la educación y no la biología. Estudiar al hombre como un ser natural que guarda en la terquedad de sus instintos y apetencias la memoria de un pasado adaptativo remotísimo (de cientos de miles de años, en los que le convino tener esos comportamientos) era considerado una blasfemia”.

Sigmund Freud (1913, p.104) y Claude Lévi-Strauss (1969, p.38) consideraron la prohibición del incesto como la norma universal de las comunidades humanas a partir de la cual se dio el paso definitivo que llevó al hombre a separarse de la naturaleza. El incesto era lo natural, su prohibición era lo cultural. En la reinterpretación que hace Freud de la ley de Haeckel según la cual la ontogenia recapitula la filogenia en términos psíquicos (no en terminos embrionarios como afirmaba originalmente Haeckel), se parte del hecho de que en el Complejo de Edipo, la figura del Padre actúa como ese mandato cultural primitivo que marca un límite a la libido infantil volcada sobre el progenitor del sexo opuesto, por lo general, y le obliga a buscar su objeto de deseo por fuera de su propia familia. Sin embargo investigaciones doble ciegas en Israel y Taiwán, y estudios controlados en comunidades humanas (Liberman, Tooby y Cosmides, 2002) han puesto en evidencia que el comportamiento evitativo del Homo sapiens con respecto al incesto no difiere significativamente del otras especies, incluidas especies vegetales.

Tanto en animales como en vegetales, la reproducción sexual ha procurado la exogamia por regla general (aunque en la naturaleza siempre hay excepciones a todas las reglas), pues todo parece indicar que la reproducción sexual tiene claras ventajas sobre la reproducción asexual para especies como la nuestra ya que aumenta la variabilidad del acervo genético de la población disminuyendo así la probabilidad de ser aniquilada por algún factor externo, lo cual es fundamental en especies como los primates que tienen relativamente pocos descendientes y que deben invertir altas cantidades de energía en la procreación y crianza de los hijos.

Edward Alexander Westermarck, antropólogo finlandés, de quien se desprende el término Efecto Westermarck, por medio del cual se explican gran parte de las relaciones familiares entre los seres humanos a partir del modelo darwiniano de la evolución. Su afirmación central consiste en que tanto en los mamíferos superiores como en el ser humano, la convivencia durante los primeros años de vida trae como consecuencia la inhibición o rechazo de las relaciones incestuosas. Por lo tanto es la naturaleza y no la cultura la que favorece la evitación de la endogamia. Lo anterior tiene profundas implicaciones sobre la teoría psicoanalítica del Complejo de Edipo pues no sería entonces la norma o según los Lacanianos, el Nombre del Padre lo que estructuraría al sujeto separándolo del Deseo de la Madre y convirtiéndolo en Sujeto deseante, sino que sería la misma biología la que procuraría que esta separación se diera en aras de la diversidad genética, evitando de paso la suma de defectos genético y favoreciendo la supervivencia de la especie.

Westermarck no compartía la creencia de que nuestros antepasados, a los que Freud (1913, p.11) llamara salvajes o primitivos en Tótem y tabú, realizaran conductas sexuales incestuosas que sólo lograron coartar después de muchos conflictos mediante la creación de un contrato social. Westermarck veía a la familia como una unidad reproductiva organizada desde mucho tiempo atrás y proponía que las asociaciones tempranas dentro de esta unidad, tales como las que se dan entre padres e hijos y entre hermanos, eran las que mataban el deseo sexual. Según esto, los individuos que crecían juntos desde una edad temprana desarrollaban una aversión sexual mutua. La propuesta de Westermarck se basaba en que este comportamiento había evolucionado con un valor adaptativo obvio: evitar los efectos deletéreos de la endogamia.

Dice Frans De Waal (2001, pp.284-285.), famoso primatólogo holandés, en su libro El simio y el aprendiz de sushi:

“En el estudio a mayor escala realizado hasta la fecha, Arthur Wolf, un antropólogo de la Universidad de Stanford, pasó toda su vida examinando las historias maritales de 14.402 mujeres de Taiwán en un ‘experimento natural’ que dependía de una peculiar costumbre china relacionada con el matrimonio. Las familias chinas solían adoptar y criar a niñas pequeñas para convertirlas en futuras nueras. Esto significaba que desde la infancia crecían con el hijo de esa familia, su futuro marido. Wolf comparó los matrimonios resultantes de esas uniones con los de hombres y mujeres que no se conocían antes de la boda. Por suerte para la ciencia, se guardaron los registros oficiales durante la ocupación japonesa de Taiwán, y estos registros proporcionan información detallada sobre las tasas de divorcios y el número de hijos, variables que Wolf utilizó como medidas de felicidad marital y actividad sexual (respectivamente). Los datos respaldaron a Westermarck: la asociación durante los primeros años de vida parece poner en peligro la compatibilidad marital.”

Otros estudios anteriores realizados en los kibbutzim israelíes descubrieron que los niños generalmente no tienen relaciones sexuales ni se casan con otros niños con los que no están emparentados pero con los que se han criado en el mismo grupo de edad. Es como si la naturaleza hubiera dotado al ser humano con un algoritmo psicológico para identificar a su familia basado en los primeros años de convivencia, debido al excesivo costo evolutivo que implicaría generar otro tipo de instrumento natural que le permitiera identificar los propios genes en los demás. Por lo tanto el mandato natural que llevamos dentro, en situaciones normales debe decir algo así como: “tu familia son aquellos con quienes convives los primeros años, procura no reproducirte con ellos”.

Surge entonces una importante pregunta para esta visión evolutiva ¿Por qué prohibir aquello que naturalmente no se da? Aparentemente no tendría sentido prohibir algo tan poco natural como comer rocas o meter las manos al fuego pero al entrar a mirar con más detenimiento el asunto, se pueden ver que varias explicaciones plausibles. Dice Antonio Vélez, matemático y divulgador científico, en su libro Homo sapiens (2006, p.533):

“A nadie se le ocurriría prohibir lo que natura misma prohíbe, aseguran muchos pensadores, para descartar así la idea de un rechazo natural al incesto. Sin embargo, puede probarse un teorema de carácter general que contradice la afirmación anterior; es decir, que la cultura a veces sí prohíbe explícitamente lo que naturaleza prohibe implícitamente. El teorema puede enunciarse de este modo: cuando existe un fuerte mandato de origen genético o biológico, y por tanto universal, entonces es probable que se genere una contrapartida cultural que lo refuerce”.

Al estudiar el Código penal Colombiano se encuentran otras tantas prohibiciones contra lo que podría calificarse como natural. No es muy común que alguien decida darle muerte a miembros de la propia familia, salvo situaciones particulares (Daly y Wilson, 1988) al igual que sucede con la presencia del incesto, sin embargo asesinar a cualquiera familiar constituye un agravante no sólo en términos sociales sino también penales. El capítulo segundo del Código penal Colombiano que trata sobre el homicidio, dice:

“ARTÍCULO 104 – Circunstancias de agravación.- La pena será de veinticinco (25) a cuarenta (40) años de prisión, si la conducta descrita en el Artículo anterior se cometiere: En la persona del ascendiente o descendiente, cónyuge, compañero o compañera permanente, hermano, adoptante o adoptivo, o pariente hasta el segundo grado de afinidad”.

Del mismo modo habría que preguntarse por el suicidio, que estuvo penalizado durante años en la legislación colombiana (y aún lo está en varios países) y la homosexualidad que se tipificó como delito en tantas naciones a pesar de que la inmensa mayoría de la población mundial es de orientación heterosexual. Si nos basamos en la lógica de que no tiene sentido legislar sobre algo que naturalmente no se esperaría, entonces tampoco tendrían sentido algunas de estas leyes que por demás y afortunadamente han ido cambiando en aras de no considerar como delito aquello que escapa a la generalidad.

También podría esperarse que algunos de los individuos de la población escapasen a la regla general o la normalidad (las llamadas “colas” de la campana de Gauss) por lo cual las comunidades mostrarían su rechazo al acto violatorio por medio de su legislación. Dice Westermarck (1903): “La ley expresa el sentimiento general de la comunidad y castiga los actos que a ella disgustan: pero no nos dice si la inclinación a cometer el acto prohibido se da en la mayoría o en unos pocos” (1903, p. 319). Hay una tendencia humana, poco adaptativa para nuestros tiempos, a sancionar a las minorías y considerarlos anormales.

El Efecto Westermarck plantea serios cuestionamientos sobre Complejo de Edipo y lo que se ha dado por sentado durante muchos años en las ciencias sociales y humanas con respecto a lo innato y lo adquirido. Sin embargo este parece ser sólo el comienzo de un sinnúmero de implicaciones que comenzarán a aparecer conforme avanza la ciencia y descubre nuevas evidencias de nuestra naturaleza y su relación con las demás especies vivas del planeta.

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