Somos sociales por naturaleza

El cerebro humano está diseñado para poder relacionarse con 150 personas aproximadamente. Esta cifra –conocida como el número de Dunbar– se repite a lo largo de la historia y atraviesa todas las culturas.

Eduard Punset ha charlado con Robin Dunbar, profesor de antropología evolutiva de la Universidad de Oxford, para entender cómo la evolución ha forjado nuestra manera de relacionarnos con los demás y descubrir los entresijos de la especie más social de las que habitan el planeta: la nuestra.

Fuente: Redesparalaciencia.com

 

Cómo funciona la mente, el libro de Steven Pinker

Este libro se inicia con una nota de humildad y termina con otra. Son de naturaleza muy diferente y el espacio que hay entre ellas aclara la razón de ser de esta obra. La primera hace referencia al título del libro, que podría dar la impresión de que el conocimiento de la mente ha concluido y no queda nada por hacer. Nada más lejos de la realidad.

El propio autor aclara que nadie sabe cómo funciona la mente, o al menos, nadie sabe cómo funciona la mente al mismo nivel que se conoce el funcionamiento de otros muchos fenómenos. Pero para explicar el título toma prestada de Noam Chomsky la interesante distinción entre misterios y problemas:

Cuando abordamos un problema, puede que no sepamos su solución, pero tenemos intuición, un conocimiento cada vez mayor y ciertas ideas de qué andamos buscando. Cuando nos enfrentamos a un misterio, sin embargo, sólo podemos quedarnos mirando fijamente, maravillados y desconcertados, sin siquiera saber qué aspecto tendría una explicación.

Y ése se convierte en el tema central del libro: la mente concebida como un problema al que se entrevé una solución. Y el camino de la solución se inicia sosteniéndose sobre dos pilares fundamentales para comprender Cómo funciona la mante: la computación y la evolución por selección natural. Son de tal importancia y fundamento y a la vez están tan repletos de mitos e ideas erróneas que el autor dedica todo el capítulo inicial a aclararlos y despejar posibles obstáculos.

La computación se suele confundir con la idea de que el cerebro es como uno de los ordenadores que podemos comprar en las tiendas. Pero el fructífero punto de vista de la computación significa simplemente estudiar el cerebro humano como un dispositivo que procesa información y que actúa sobre ella. Desde ese punto de vista, la mente se transforma en un complejo conjunto de sistemas definidos más por el proceso que realizan (por ejemplo, distinguir el fondo en una imagen) que por su implementación en particular. De esa forma, no importan las neuronas en concreto, porque a efectos de este libro, que trata la mente como un proceso de alto nivel, la neurología es demasiado básica para explicar la mente, aunque, por supuesto, los dispositivos mentales se implementan sobre neuronas.

En lo que sí es fructífero introducir el ordenador tal y como lo conocemos es a la hora de intentar replicar los mecanismos mentales. En ese momento, comprendemos que muchas tareas que para nosotros son obvias y triviales (como, por ejemplo, extraer la información tridimensional de lo que a todos los efectos es una imagen plana ofrecida por nuestros ojos) no lo son tanto y que es extremadamente difícil programar un ordenador para ejecutarlas. La evolución ha actuado durante vastos periodos de tiempo afinando lo que hoy es la mente y creando un sistema que es difícil de imitar para un programador humano. Al menos, por el momento.

Lo que nos lleva al segundo punto fundamental: la evolución. El autor se sitúa claramente en una posición racionalista. Realmente, no hay ninguna razón para creer que la evolución, que dio forma a nuestros cuerpos, no modelase también nuestras mentes. Que los genes, que controlan tantos aspectos de nuestro desarrollo, no ejerzan también su control sobre nuestros aspectos mentales. Después de todo, el cerebro lo fabrican los genes.

Fuente: www.pjorge.com

 

Ansiedad que no se cura con risa

Hace 14 años al humorista Crisanto Vargas le diagnosticaron un trastorno de ansiedad. Supo enfrentarlo y hoy lo lleva con calma.

Por: Mario Alberto Duque Cardozo

Ahí quien lo ve, con sus miles de voces, sus chistes y su fama de mamagallista, se toma cada día una 2.5 miligramos de clonazepam.

Y si hay quien acude a Crisanto Vargas, Vargasvil, para morirse de la risa, él bien podría recitar como el poema: ¡Yo soy Garrick! Cambiadme la receta.

Porque a este santuariano, ahí donde usted lo ve, lo diagnosticaron un trastorno de ansiedad, ataques de pánico, una condición que puede llevar a la depresión.

«Empezó como hace 14 o 15 años, una noche. Salí de un estudio y me dio», recuerda. Sintió una taquicardia, empezó a sudar y sintió que de su cuerpo dejaría escapar aquello que se desecha.

«Me estoy muriendo, pensé, y yo, que soy tan creyente, renegué de Dios».

Recórcholis seguía en el imaginario de la gente, Caracol y RCN lo querían en su nómina, acababa de ser papá… y se iba a morir. O al menos eso creyó.

Cesó la sensación, pero no para siempre. Se repitió luego una noche y, entonces, acudió de urgencias al hospital. «Llegamos a la Cardiovascular, estaba hiperventilando, morado ya, y seguro de estar sufriendo un infarto».

Pero no. Tras cinco meses de ataques en las noches, electros, ecocardiogramas y pruebas de esfuerzo, los cardiólogos le dijeron a Crisanto que su corazón estaba bien.

«Te vamos a remitir donde el psicólogo, me dijeron, y yo les dije que iba adonde fuera», recuerda el humorista. Y luego de las sesiones, fue este especialista el que le dijo que sería mejor si su caso pasaba a manos de un psiquiatra.

«La gente cree que eso es para los locos, pero es todo lo contrario, es para no enloquecerse».

Del pánico a la depresión
Explica el psiquiatra Jorge Calle, que los ataques de pánico están incluidos en lo que se denomina trastornos de ansiedad, que incluyen también las fobias, el estrés postraumático y el trastorno obsesivo compulsivo.

«Ese miedo irracional a morir, a enloquecer o a perder el control», dice el especialista.

Según estadísticas de la Organización Panamericana de la Salud, una de cada cuatro personas (es decir un 25 por ciento de la humanidad) presentará algún desorden mental o neurológico a lo largo de su vida.

Además, actualmente, 450 millones de personas sufren de alguna de estas condiciones, de estas, 121 millones son depresivos y 24 millones sufren de esquizofrenia.

«La gente le dice a uno que no vaya al psiquiatra, que no se tome esas medicinas, pero esto está salvando vidas. Hay mucha desinformación sobre esta especialidad», comenta Vargasvil.

A él los ataques de pánico lo tomaron por sorpresa, pero porque así es que se presentan. Dice Calle que aparecen de forma súbita, en cualquier persona, que importa si rico o si pobre, si alto o si bajo. No hay alertas previas. De repente, así está la situación.

«Las personas sienten que algo les va a pasar y aparece el dolor precordial (que da esa sensación de infarto), el entumecimiento de las extremidades, la alteración de la frecuencia cardíaca, sudoración, escalofrío o sofocos», anota el psiquiatra.

Agrega que, una de las principales complicaciones de esta condición, si no se trata a tiempo, es la depresión, pues con los cuadros de agorafobia (miedo a los lugares abiertos) el paciente puede terminar encerrado en su casa.

Plantar cara
No fue ensimismarse lo que hizo Crisanto. Antes de llegar al psiquiatra fue paciente de cuanto brujo, yerbatero y obrador de milagros médicos tuvo referencia.

«Que al niño de no sé dónde, allá íbamos; que al culebrero tal, allá llegábamos; hasta fui a tocarle los pies al padre Marianito».

Y sin embargo fue en la medicina en donde encontró la solución.

«Sobre esto hay mucho desconocimiento, porque es una enfermedad invisible, un cáncer mental, y entonces la gente no te cree y te dice: ‘cuándo es que te va a dar el ataque’, ignorando que uno está llevado».

Le decían, a Crisanto, que si se la estaba fumando verde, que si había estado bebiendo, pero lo que tenía encima eran puras medicinas tranquilizantes para evitar los ataques.

Todavía se medica, claro. Todavía va al psiquiatra «una vez cada cuatro o cinco meses, para revisión», pero ya aprendió a controlar la situación: «Lo siento venir, respiro y me preparo». Aunque hace ya tiempo que no le pasa.

«No se puede dejar a la gente sola, no se le puede decir que fresco, que eso son pendejadas, que busque algo qué hacer. No. Hay que prestarle atención e ir a los especialistas para tratar la enfermedad», aconseja Vargasvil.

Fuente: Elcolombiano.com

Que alguien diga, porque no sé: ¿qué nos hace humanos?

Por: Ramiro Velásquez Gómez

Policías colombianos se divierten torturando un perro. Un sujeto viola y mata una niña en Fusa. Una menor es obligada por los yakuzas japoneses a toda clase de sexo con 40 personas en 24 horas. ¿Qué, en verdad, nos hace humanos y nos distingue del resto de animales de este planeta aún sin rumbo?

Delincuentes que a son de nada matan unos jóvenes bogotanos en San Bernardo, dirigentes que se perpetúan en el poder a costa de hacer daño, extorsionistas baratos que asesinan un conductor en la comuna 13. ¿Qué nos hace humanos? No pueden ser dos manos y dos pies, porque otros primates los poseen y no juegan fútbol.

Sí, los chimpancés también rondan sus territorios y matan por ellos a sus congéneres. Y parece que lloran sus hijos muertos como presentaron esta semana Katherine Cronin y su equipo en un sorprendente informe en el American Journal of Primatology.

Con ellos compartimos 98 por ciento de los genes y hasta los orangutanes comparten con nosotros más genes de lo que se pensaba, dice su genoma, divulgado la semana pasada por el Centro del Genoma de la Universidad de Washington. Padecen diabetes y enfermedades cardiovasculares, como nosotros, y poseen conductos metabólicos involucrados en enfermedades neurodegenerativas en humanos. Pero eso no los hace humanos ni a nosotros un poco más orangutanes, aunque se me hace difícil no asociar a ciertas personas, con perdón de nuestros parientes simios.

¿Qué nos hace humanos entonces? Con tanta atrocidad…

Hay animales que también son capaces de agresiones políticamente motivadas, de sentir empatía y tener una cultura, como se informó el año pasado del chimango (Milvago chimango), de la familia de los halcones.

A fines de 2010, en Brown Univesity, el primatólogo Robert Sapolski decía que lo que nos hace humanos se encuentra en buena parte en la capacidad cerebral, al menos 300.000 neuronas por cada una en el cerebro de la mosca de las frutas. Hemos desarrollado tan alto número de neuronas y una más compleja red cerebral para alcanzar un grado de sofisticación no igualado por otro animal. Sí, mucha neurona, pero ¿para qué?

Provoca escozor: tanto para hacer daño sin mirar a quién, como para el bien. Para pensar y generar conocimiento o para negar todo asomo de razonamiento. Una persona ordena la muerte de alguien en la mañana y en la tarde asiste a la tierna obra teatral de su hija. O maquina para llegar al poder y hacer dinero y luego celebra a todo dar en una cárcel.

¿Somos humanos por la inteligencia o lo somos por la maldad ilimitada y la altísima capacidad de destrucción? O, por qué no, somos uno más, muy peligroso, sin dones especiales, en un mundo repleto de animales, así los otros no cacen por diversión.

La educación nos distingue, pero no es universal. Con ella se moldea la inteligencia, que como menciona Razib Khan en Gene Expresión , es heredada y se desarrolla con los años. O sea: tampoco sirve en todo y no es para todos. Porque hacen mal los que tienen postgrados y los que uno consideraba brillantes. Y no es por injusticia, pues matan y abusan los que todo tienen.

¿Será ese nuestro destino hasta que viva el último humano? Hacer el mal y hacer el bien a la vez. Atacar unos, defenderse los otros. Destructores natos. Creativos sin par. Tantos hay que dañan que no los explican los errores genéticos ni la cultura. Quizás sea parte de nuestra programación. Algo no cuadra.

Fuente: Elcolombiano.com

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