Ansiedad que no se cura con risa

Hace 14 años al humorista Crisanto Vargas le diagnosticaron un trastorno de ansiedad. Supo enfrentarlo y hoy lo lleva con calma.

Por: Mario Alberto Duque Cardozo

Ahí quien lo ve, con sus miles de voces, sus chistes y su fama de mamagallista, se toma cada día una 2.5 miligramos de clonazepam.

Y si hay quien acude a Crisanto Vargas, Vargasvil, para morirse de la risa, él bien podría recitar como el poema: ¡Yo soy Garrick! Cambiadme la receta.

Porque a este santuariano, ahí donde usted lo ve, lo diagnosticaron un trastorno de ansiedad, ataques de pánico, una condición que puede llevar a la depresión.

«Empezó como hace 14 o 15 años, una noche. Salí de un estudio y me dio», recuerda. Sintió una taquicardia, empezó a sudar y sintió que de su cuerpo dejaría escapar aquello que se desecha.

«Me estoy muriendo, pensé, y yo, que soy tan creyente, renegué de Dios».

Recórcholis seguía en el imaginario de la gente, Caracol y RCN lo querían en su nómina, acababa de ser papá… y se iba a morir. O al menos eso creyó.

Cesó la sensación, pero no para siempre. Se repitió luego una noche y, entonces, acudió de urgencias al hospital. «Llegamos a la Cardiovascular, estaba hiperventilando, morado ya, y seguro de estar sufriendo un infarto».

Pero no. Tras cinco meses de ataques en las noches, electros, ecocardiogramas y pruebas de esfuerzo, los cardiólogos le dijeron a Crisanto que su corazón estaba bien.

«Te vamos a remitir donde el psicólogo, me dijeron, y yo les dije que iba adonde fuera», recuerda el humorista. Y luego de las sesiones, fue este especialista el que le dijo que sería mejor si su caso pasaba a manos de un psiquiatra.

«La gente cree que eso es para los locos, pero es todo lo contrario, es para no enloquecerse».

Del pánico a la depresión
Explica el psiquiatra Jorge Calle, que los ataques de pánico están incluidos en lo que se denomina trastornos de ansiedad, que incluyen también las fobias, el estrés postraumático y el trastorno obsesivo compulsivo.

«Ese miedo irracional a morir, a enloquecer o a perder el control», dice el especialista.

Según estadísticas de la Organización Panamericana de la Salud, una de cada cuatro personas (es decir un 25 por ciento de la humanidad) presentará algún desorden mental o neurológico a lo largo de su vida.

Además, actualmente, 450 millones de personas sufren de alguna de estas condiciones, de estas, 121 millones son depresivos y 24 millones sufren de esquizofrenia.

«La gente le dice a uno que no vaya al psiquiatra, que no se tome esas medicinas, pero esto está salvando vidas. Hay mucha desinformación sobre esta especialidad», comenta Vargasvil.

A él los ataques de pánico lo tomaron por sorpresa, pero porque así es que se presentan. Dice Calle que aparecen de forma súbita, en cualquier persona, que importa si rico o si pobre, si alto o si bajo. No hay alertas previas. De repente, así está la situación.

«Las personas sienten que algo les va a pasar y aparece el dolor precordial (que da esa sensación de infarto), el entumecimiento de las extremidades, la alteración de la frecuencia cardíaca, sudoración, escalofrío o sofocos», anota el psiquiatra.

Agrega que, una de las principales complicaciones de esta condición, si no se trata a tiempo, es la depresión, pues con los cuadros de agorafobia (miedo a los lugares abiertos) el paciente puede terminar encerrado en su casa.

Plantar cara
No fue ensimismarse lo que hizo Crisanto. Antes de llegar al psiquiatra fue paciente de cuanto brujo, yerbatero y obrador de milagros médicos tuvo referencia.

«Que al niño de no sé dónde, allá íbamos; que al culebrero tal, allá llegábamos; hasta fui a tocarle los pies al padre Marianito».

Y sin embargo fue en la medicina en donde encontró la solución.

«Sobre esto hay mucho desconocimiento, porque es una enfermedad invisible, un cáncer mental, y entonces la gente no te cree y te dice: ‘cuándo es que te va a dar el ataque’, ignorando que uno está llevado».

Le decían, a Crisanto, que si se la estaba fumando verde, que si había estado bebiendo, pero lo que tenía encima eran puras medicinas tranquilizantes para evitar los ataques.

Todavía se medica, claro. Todavía va al psiquiatra «una vez cada cuatro o cinco meses, para revisión», pero ya aprendió a controlar la situación: «Lo siento venir, respiro y me preparo». Aunque hace ya tiempo que no le pasa.

«No se puede dejar a la gente sola, no se le puede decir que fresco, que eso son pendejadas, que busque algo qué hacer. No. Hay que prestarle atención e ir a los especialistas para tratar la enfermedad», aconseja Vargasvil.

Fuente: Elcolombiano.com

Que alguien diga, porque no sé: ¿qué nos hace humanos?

Por: Ramiro Velásquez Gómez

Policías colombianos se divierten torturando un perro. Un sujeto viola y mata una niña en Fusa. Una menor es obligada por los yakuzas japoneses a toda clase de sexo con 40 personas en 24 horas. ¿Qué, en verdad, nos hace humanos y nos distingue del resto de animales de este planeta aún sin rumbo?

Delincuentes que a son de nada matan unos jóvenes bogotanos en San Bernardo, dirigentes que se perpetúan en el poder a costa de hacer daño, extorsionistas baratos que asesinan un conductor en la comuna 13. ¿Qué nos hace humanos? No pueden ser dos manos y dos pies, porque otros primates los poseen y no juegan fútbol.

Sí, los chimpancés también rondan sus territorios y matan por ellos a sus congéneres. Y parece que lloran sus hijos muertos como presentaron esta semana Katherine Cronin y su equipo en un sorprendente informe en el American Journal of Primatology.

Con ellos compartimos 98 por ciento de los genes y hasta los orangutanes comparten con nosotros más genes de lo que se pensaba, dice su genoma, divulgado la semana pasada por el Centro del Genoma de la Universidad de Washington. Padecen diabetes y enfermedades cardiovasculares, como nosotros, y poseen conductos metabólicos involucrados en enfermedades neurodegenerativas en humanos. Pero eso no los hace humanos ni a nosotros un poco más orangutanes, aunque se me hace difícil no asociar a ciertas personas, con perdón de nuestros parientes simios.

¿Qué nos hace humanos entonces? Con tanta atrocidad…

Hay animales que también son capaces de agresiones políticamente motivadas, de sentir empatía y tener una cultura, como se informó el año pasado del chimango (Milvago chimango), de la familia de los halcones.

A fines de 2010, en Brown Univesity, el primatólogo Robert Sapolski decía que lo que nos hace humanos se encuentra en buena parte en la capacidad cerebral, al menos 300.000 neuronas por cada una en el cerebro de la mosca de las frutas. Hemos desarrollado tan alto número de neuronas y una más compleja red cerebral para alcanzar un grado de sofisticación no igualado por otro animal. Sí, mucha neurona, pero ¿para qué?

Provoca escozor: tanto para hacer daño sin mirar a quién, como para el bien. Para pensar y generar conocimiento o para negar todo asomo de razonamiento. Una persona ordena la muerte de alguien en la mañana y en la tarde asiste a la tierna obra teatral de su hija. O maquina para llegar al poder y hacer dinero y luego celebra a todo dar en una cárcel.

¿Somos humanos por la inteligencia o lo somos por la maldad ilimitada y la altísima capacidad de destrucción? O, por qué no, somos uno más, muy peligroso, sin dones especiales, en un mundo repleto de animales, así los otros no cacen por diversión.

La educación nos distingue, pero no es universal. Con ella se moldea la inteligencia, que como menciona Razib Khan en Gene Expresión , es heredada y se desarrolla con los años. O sea: tampoco sirve en todo y no es para todos. Porque hacen mal los que tienen postgrados y los que uno consideraba brillantes. Y no es por injusticia, pues matan y abusan los que todo tienen.

¿Será ese nuestro destino hasta que viva el último humano? Hacer el mal y hacer el bien a la vez. Atacar unos, defenderse los otros. Destructores natos. Creativos sin par. Tantos hay que dañan que no los explican los errores genéticos ni la cultura. Quizás sea parte de nuestra programación. Algo no cuadra.

Fuente: Elcolombiano.com

Ciertos días ellas prefieren los meros machos

Durante la fase fértil de su periodo, las mujeres se sienten más atraídas hacia hombres con rostros muy masculinos, reporta nuevo estudio, una señal de la búsqueda de calidad genética.
Por: Ramiro Velásquez Gómez

A lo mero macho. Rostros rudos, bien masculinos, es la debilidad de ellas, al menos cuando están en la fase fértil de su ciclo.

Estén en unión estable o no, parecería ser el sueño de las mujeres, de acuerdo con un nuevo estudio.

En Evolution and Human Behavior , Steven Gangestad y Randy Thornhill de la Universidad de New Mexico y Christine Garver-Apgar, del Institute for Behavioral Genetics presentaron el tema.

Un paso más en la comprensión de cómo la selección sexual humana ha evolucionado en el tiempo y cómo los vestigios se observan hoy.

Tal parece que cuando sus parejas no son la quintaesencia de la masculinidad, mujeres en la fase fértil del ciclo son más dadas a fantasear con un hombre bien masculino que aquellas que están unidas a uno de esas características; pero quienes están con alguien bien masculino no necesariamente resultan atraídas a su pareja, había demostrado hace poco otro estudio de la Universidad de Colorado en Boulder.

La inteligencia del hombre, determinaron los investigadores, no tiene efecto en la presencia de aquellas fantasías, situación que intriga.

Un rostro masculino es aquel con una barbilla algo pronunciada, mandíbula fuerte, ojos pequeños y cejas bien definidas.

El estudio de la sexualidad humana ha sido campo fértil para los estudios en las últimas décadas.

Un cuerpo creciente de trabajos ha demostrado que las preferencias de pareja de la mujer cambian durante el ciclo ovulatorio. Cuando están en el punto fértil, son más atraídas hacia caracteres masculinos (rostros, voces, cuerpos) una conducta socialmente dominante y olores del hombre relacionados con la simetría corporal y la dominancia social.

Otras investigaciones han mostrado que, en promedio, las mujeres con compañero sentimental reportan una fuerte atracción sexual a hombres diferentes durante la fase fértil del periodo, en especial si su pareja carece de los rasgos que una mujer en estado fértil prefiere.

No quiere decir que los menos masculinos no sean atractivos como compañeros permanentes. «Cuando ellas califican el grado sexy de un hombre, es cuando muestran el cambio», indicó Gangestad. «Si califican el grado de atracción para una pareja a largo plazo, no lo muestran».

El grupo entrevistó 66 parejas heterosexuales en las que la edad de las mujeres iba de 18 a 44 años y cuya relación iba de un mes a 20 años. Nueve parejas estaban casadas.

El estudio es el primero, según los autores, en confirmar en parejas reales que el interés por rasgos masculinos tiene un pico durante la ovulación.

«Los efectos de la masculinidad facial y la atracción encuadra en un gran cuadro que ha emergido», explicó Garver-Apgar.

En ocasiones, se ha encontrado que ellas hallan muy atractivos a los inteligentes, pero los hallazgos sobre el particular no han sido concluyentes.

Los estudios, como se observa, han aportado un cúmulo creciente de evidencias acerca de que las mujeres, cuando más fértiles, miran hombres que muestren señales de poseer calidad genética. En ese sentido, un rostro bien masculino sugiere esa cualidad genética.

El que no se fijen en la inteligencia es, por lo tanto, una sorpresa, pues esta se correlaciona, según evidencias, con una buena calidad genética.

Más investigación se requerirá para dilucidar el efecto de la inteligencia durante la fase de fertilidad en la mujer.

Los misterios de la sexualidad humana se conocen poco a poco. Y aunque falta mucho por investigar, también hay hallazgos que se deben confirmar.

» Contexto

La discusión del celo femenino

Los biólogos evolucionarios han documentado que las mujeres son más selectivas cuando están en la fase fértil. La libertad de escoger pareja es mayor dado que esa etapa del periodo no muestra evidencias externas, como sí se presenta en otros primates.

Durante la segunda mitad del siglo pasado prevaleció el concepto de que las mujeres no experimentan celo, ese periodo en el cual otros primates muestran su fertilidad con sus genitales hinchados.

Algunos estudios sugieren que las hembras humanas no han perdido del todo los remanentes del celo. Gangestad y Thornhill creen eso y que tal condición se manifiesta en la atracción por rasgos asociados con la calidad genética, con lo que la fase fértil sería distinta a la infértil del ciclo menstrual.

Fuente: Elcolombiano.com

Buenas y malas razones para creer


Por: Richard Dawkins

Querida Juliet:

Ahora que has cumplido 10 años, quiero escribirte acerca de una cosa que para mi es muy importante. ¿Alguna vez te has preguntado cómo sabemos las cosas que sabemos? ¿Cómo sabemos, por ejemplo, que las estrellas que parecen pequeños alfilerazos en el cielo, son en realidad gigantescas bolas de fuego como el Sol, pero que están muy lejanas? ¿Y cómo sabemos que la Tierra es una bola más pequeña, que gira alrededor de esas estrellas, el Sol?

La respuesta a esas preguntas es «por la evidencia». A veces, «evidencia» significa literalmente ver (u oír, palpar, oler) que una cosa es cierta. Los astronautas se han alejado de la Tierra lo suficiente como para ver con sus propios ojos que es redonda. Otras veces, nuestros ojos necesitan ayuda. El «lucero del alba» parece un brillante centelleo en el cielo, pero con un telescopio podemos ver que se trata de una hermosa esfera: el planeta que llamamos Venus. Lo que aprendemos viéndolo directamente (u oyéndolo, palpándolo, etc.) se llama «observación».

Muchas veces, la evidencia no sólo es pura observación, pero siempre se basa en la observación. Cuando se ha cometido un asesinato, es corriente que nadie lo haya observado (excepto el asesino y la persona asesinada). Pero los investigadores pueden reunir otras muchas observaciones, que en un conjunto señalen a un sospechoso concreto. Si las huellas dactilares de una persona coinciden con las encontradas en el puñal, eso demuestra que dicha persona lo tocó. No demuestra que cometiera el asesinato, pero además pueda ayudar a demostrarlo si existen otras muchas evidencias que apunten a la misma persona. A veces, un detective se pone a pensar en un montón de observaciones y d repente se da cuenta que todas encajan en su sitio y cobran sentido si suponemos que fue Fulano el que cometió el asesinato.

Los científicos -especialistas en descubrir lo que es cierto en el mundo y el Universo- trabajan muchas veces como detectives. Hacen una suposición (ellos la llaman hipótesis) de lo que podría ser cierto. Y a continuación se dicen: si esto fuera verdaderamente así, deberíamos observar tal y cual cosa. A esto se llama predicción. Por ejemplo si el mundo fuera verdaderamente redondo, podríamos predecir que un viajero que avance siempre en la misma dirección acabará por llegar a mismo punto del que partió. Cuando el médico dice que tienes sarampión, no es que te haya mirado y haya visto el sarampión. Su primera mirada le proporciona una hipótesis: podrías tener sarampión. Entonces, va y se dice: «Si de verdad tiene el sarampión, debería ver….» y empieza a repasar toda su lista de predicciones, comprobándolas con los ojos (¿tienes manchas?), con las manos (¿tienes caliente la frente?) y con los oídos (¿te suena el pecho como suena cuando se tiene el sarampión?). Sólo entonces se decide a declarar «Diagnóstico que la niña tiene sarampión». A veces, los médicos necesitan realizar otras pruebas, como análisis de sangre o rayos x, para complementar las observaciones hechas con sus ojos, manos y oídos.

La manera en que los científicos utilizan la evidencia para aprender cosas del mundo es tan ingeniosa y complicada que no te la puedo explicar en una carta tan breve. Pero dejemos por ahora la evidencia, que es una buena razón para creer algo, porque quiero advertirte e contra de tres malas razones para creer cualquier cosa: se llaman «tradición», «autoridad» y «revelación».

Empecemos por la tradición. Hace unos meses estuve en televisión, charlando con unos 50 niños. Estos niños invitados habían sido educados en diferentes religiones: había cristianos, judíos, musulmanes, hindúes, sijs…El presentador iba con el micrófono de niño en niño, preguntándoles lo que creían. Lo que los niños decían demuestra exactamente lo que yo entiendo por «tradición». Sus creencias no tenían nada que ver con la evidencia. Se limitaban a repetir las creencias de sus padres y de sus abuelos, que tampoco estaban basadas en ninguna evidencia. Decían cosas como «los hindúes creemos tal y cual cosa», «los musulmanes creemos esto y lo otro», «los cristianos creemos otra cosa diferente».

Como es lógico, dado que cada uno creía cosas diferentes, era imposible que todos tuvieran razón. Por lo visto, al hombre del micrófono esto le parecía muy bien, y ni siquiera los animó a discutir sus diferencias. Pero no es esto lo que me interesa de momento. Lo que quiero es preguntar de dónde habían salido sus creencias. Habían salido de la tradición. La tradición es la trasmisión de creencias de los abuelos a los padres, de los padres a los hijos, y así sucesivamente. O mediante libros que se siguen leyendo durante siglos. Muchas veces, las creencias tradicionales se originan casi de la nada: es posible que alguien las inventara en algún momento, como tuvo que ocurrir con las ideas de Thor y Zeus; pero cuando se han transmitido durante unos cuantos siglos, el hecho mismo de que sean muy antiguas las convierte en especiales. La gente cree ciertas cosas sólo porque mucha gente ha creído lo mismo durante siglos. Eso es la tradición.

El problema con la tradición es que, por muy antigua que sea una historia, es igual de cierta o de falsa que cuando se inventó la idea original. Si te inventas una historia que no es verdad, no se hará más verdadera porque se trasmita durante siglos, por muchos siglos que sean.

En Inglaterra, gran parte de la población ha sido bautizada en la Iglesia Anglicana, que no es más que una de las muchas ramas de la religión cristiana. Existen otras ramas, como la ortodoxa rusa, la católica romana y la metodista. Cada una cree cosas diferentes. La religión judía y la musulmana son un poco más diferentes, y también existen varias clases distintas de judíos y de musulmanes. La gente que cree una cosa está dispuesta a hacer la guerra contra los que creen cosas ligeramente distintas, de manera que se podrá pensar que tienen muy buenas razones -evidencias- para creer lo que creen. Pero lo cierto es que sus diferentes creencias se deben únicamente a diferentes tradiciones.

Vamos a hablar de una tradición concreta. Los católicos creen que María, la madre de Jesús, era tan especial que no murió, sino que fue elevada al cielo con su cuerpo físico. Otras tradiciones cristianas discrepan, diciendo que María murió como cualquier otra persona. Estas otras religiones no hablan mucho de María, ni la llaman «Reina del cielo», como hacen los católicos. La tradición que afirma que el cuerpo de María fue elevado al cielo no es muy antigua. La Biblia no dice nada de cómo o cuándo murió; de hecho, a la pobre mujer apenas se la menciona en la Biblia. Lo de que su cuerpo fue elevado a los cielos no se inventó hasta unos seis siglos después de Cristo. Al principio, no era más que un cuento inventado, como Blancanieves o cualquier otro. Pero con el paso de los siglos se fue convirtiendo en una tradición y la gente empezó a tomársela en serio, sólo porque la historia se había ido transmitiendo a lo largo de muchas generaciones. Cuanto más antigua es una tradición, más en serió se la toma la gente. Y por fin, en tiempos muy recientes, se declaró que era una creencia oficial de la Iglesia Católica: esto ocurrió en 1950, cuando yo tenía la edad que tienes tú ahora. Pero la historia no era más verídica en 1950 que cuando se inventó por primera vez, seiscientos años después de la muerte de María.

Al final de esta carta volveré a hablar de la tradición, para considerarla de una manera diferente. Pero antes tengo que hablarte de la otras dos malas razones para creer una cosa: la autoridad y la revelación.

La autoridad, como razón para creer algo, significa que hay que creer en ello porque alguien importante te dice que lo creas. En la Iglesia Católica, por ejemplo, la persona más importante es el Papa, y la gente cree que tiene que tener razón sólo porque es el Papa. En una de las ramas de la religión musulmana, las personas más importantes son unos ancianos barbudos llamados ayatolás. En nuestro país hay muchos musulmanes dispuestos a cometer asesinatos sólo porque los ayatolás de un país lejano les dicen que lo hagan.

Cuando te decía que en 1950 se dijo por fin a los católicos que tenían que creer en la asunción a los cielos del cuerpo de María, lo que quería decir es que en 1950 el Papa les dijo que tenían que creer en ello. Con eso bastaba. ¡El Papa decía que era verdad, luego tenía que ser verdad! Ahora bien, lo más probable es que, de todo lo que dijo el Papa a lo largo de su vida, algunas cosas fueron ciertas y otras no fueron ciertas. No existe ninguna razón válida para creer que todo lo que diga sólo porque es el Papa, del mismo modo que no tienes porque creer todo lo que te diga cualquier otra persona. El Papa actual ha ordenado a sus seguidores que no limiten el número de sus hijos. Si la gente sigue su autoridad tan ciegamente como a él le gustaría, el resultado sería terrible: hambre, enfermedades y guerras provocadas por la sobrepoblación.

Por supuesto, también en la ciencia ocurre a veces que no hemos visto personalmente la evidencia, y tenemos que aceptar la palabra de alguien. Por ejemplo, yo no he visto con mis propios ojos ninguna prueba de que la luz avance a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, sin embargo, creo en los libros que me dicen la velocidad de la luz. Esto podría parecer «autoridad» pero en realidad es mucho mejor que la autoridad, porque la gente que escribió esos libros sí que había observado la evidencia, y cualquiera puede comprobar dicha evidencia siempre que lo desee. Esto resulta muy reconfortante. Pero ni siquiera los sacerdotes se atreven a decir que exista alguna evidencia de su historia acerca de la subida a los cielos del cuerpo de María.

La tercera mala razón para creer en las cosas se llama «revelación». Si en 1950 le hubieras podido preguntar al Papa cómo sabía que el cuerpo de María había ascendido al cielo, lo más probable es que te hubiera respondido que «se le había revelado». Lo que hizo fue encerrarse en su habitación y rezar pidiendo orientación. Había pensado y pensado, siempre solo, y cada vez se sentía más convencido. Cuando las personas religiosas tienen la sensación interior de que una cosa es cierta, aunque no exista ninguna evidencia de que sea así, llaman a esa sensación «revelación». No sólo los Papas aseguran tener revelaciones. Las tienen montones de personas de todas las religiones, y es una de las principales razones por las que creen las cosas que creen. Pero ¿es una buena razón?

Supón que te digo que tu perro ha muerto. Te pondrías muy triste y probablemente me preguntarías: «¿Estás seguro? ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo ha sucedido?» y supón que yo te respondo: «En realidad no sé que Pepe ha muerto. No tengo ninguna evidencia. Pero siento en mi interior la curiosa sensación de que ha muerto». Te enfadarías conmigo por haberte asustado, porque sabes que una «sensación» interior no es razón suficiente para creer que un lebrel ha muerto. Hacen falta pruebas. Todos tenemos sensaciones interiores de vez en cuando, y a veces resulta que son acertadas y otras veces no lo son. Está claro que dos personas distintas pueden tener sensaciones contrarias, de modo que ¿cómo vamos a decidir cuál de las dos acierta? La única manera de asegurarse que un perro está muerto es verlo muerto, oír que su corazón se ha parado, o que nos lo cuente alguien que haya visto u oído alguna evidencia real de que ha muerto.

A veces, la gente dice que hay que creer en las sensaciones internas, porque si no, nunca podrás confiar en cosas como «mi mujer me ama». Pero éste es un mal argumento. Puedes encontrar abundantes pruebas de que alguien te ama. Si estás con alguien que te quiere, durante todo el día estarás viendo y oyendo pequeños fragmentos de evidencia, que se van sumando. No se trata de una pura sensación interior, como la que los sacerdotes llaman revelación. Hay datos exteriores que confirman la sensación interior: miradas en los ojos, entonaciones cariñosas en la voz, pequeños favores y amabilidades; todo eso es autentica evidencia.

A veces, una persona siente una fuerte sensación interior de que alguien la ama sin basarse en ninguna evidencia, y en estos casos lo más probable es que esté completamente equivocada. Existen personas con una firme convicción interior de que una famosa estrella de cine las ama, aunque en realidad la estrellan siquiera las conoce. Esta clase de personas tienen la mente enferma. Las sensaciones interiores tienen que estar respaldadas por evidencias; si no, no podemos fiarnos de ellas.

Las intuiciones resultan muy útiles en la ciencia, pero sólo para darte ideas que luego hay que poner a prueba buscando evidencias. Un científico puede tener una «corazonada» acerca de una idea que, de momento, sólo «le parece» acertada. En sí misma, ésta no es una buena razón para creer nada; pero sí que puede razón suficiente para dedicar algún tiempo a realizar un experimento concreto o buscar pruebas de una manera concreta. Los científicos utilizan constantemente sus sensaciones interiores para sacar ideas; pero estas ideas no valen nada si no se apoyan con evidencias.

Te prometí que volveríamos a lo de la tradición, para considerarla de una manera distinta. Me gustaría intentar explicar por qué la tradición es importante para nosotros. Todos los animales están construidos (por el proceso que llamamos evolución) para sobrevivir en el lugar donde su especie vive habitualmente. Los leones están equipados para sobrevivir en las llanuras de África. Los cangrejos de río están construidos para sobrevivir en agua salada. También las personas somos animales, y estamos construidos para sobrevivir en un mundo lleno de… otras personas. La mayoría de nosotros no tienen que cazar su propia comida, como los leones y los bogavantes; se las compramos a otras personas, que a su vez se la compraron a otras. Nadamos en un «mar de gente». Lo mismo que el pez necesita branquias para sobrevivir en el agua, la gente necesita cerebros para poder tratar con otra gente. El mar de está lleno de agua salada, pero el mar de gente está lleno de cosas difíciles de aprender. Como el idioma.

Tú hablas inglés, pero tu amiga Ann-Kathrin habla alemán. Cada una de vosotras habla el idioma que le permite hablar en su «mar de gente». El idioma se transmite por tradición. No existe otra manera. En Inglaterra, tu perro Pepe es a dog. En Alemania, es ein Hund. Ninguna de estas palabras es más correcta o más verdadera que la otra. Las dos se transmiten de manera muy simple. Para poder nadar bien en su propio «mar de gente», los niños tienen que aprender el idioma de su país y otras muchas cosas acerca de su pueblo; y esto significa que tienen que absorber, como si fuera papel secante, una enorme cantidad de información tradicional (Recuerda que «información tradicional» significa, simplemente, cosas que se transmiten de abuelos a padres y de padres a hijos.) El cerebro del niño tiene que absorber toda esta información tradicional, y no se puede esperar que el niño seleccione la información buena y útil, como las palabras del idioma, descartando la información falsa o estúpida, como creer en brujas, en diablos y en vírgenes inmortales.

Es una pena, pero no se puede evitar que las cosas sean así. Como los niños tienen que absorber tanta información tradicional, es probable que tiendan a creer todo lo que los adultos les dicen, sea cierto o falso, tengan razón o no. Muchas cosas que los adultos les dicen son ciertas y se basan en evidencias, o, por lo menos en el sentido común. Pero si les dicen algo que sea falso, estúpido o incluso maligno, ¿cómo pueden evitar que el niño se lo crea también? ¿Y que harán esos niños cuando lleguen a adultos? Pues seguro que contárselo a los niños de la siguiente generación. Y así, en cuanto la gente ha empezado a creerse una cosa -aunque sea completamente falsa y nunca existan razones para creérsela-, se puede seguir creyendo para siempre.

¿Podría ser esto lo que ha ocurrido con las religiones? Creer en uno o varios dioses, en el cielo, en la inmortalidad de María, en que Jesús no tuvo un padre humano, en que las oraciones son atendidas, en que el vino se transforma en sangre…, ninguna de estas creencias está respaldada por pruebas auténticas. Sin embargo, millones de personas las creen, posiblemente porque se les dijo que las creyeran cuando todavía eran suficientemente pequeñas como para creerse cualquier cosa.

Otros millones de personas creen en cosas diferentes, porque se les dijo que creyesen en ellas cuando eran niños. A los niños musulmanes se les dice cosas diferentes de las que se les dicen a los niños cristianos, y ambos grupos crecen absolutamente convencidos de que ellos tienen razón y los otros se equivocan. Incluso entre los cristianos, los católicos creen cosas diferentes de las que creen los anglicanos, los episcopalianos, los shakers, los cuáqueros, los mormones o los holly rollers, y todos están absolutamente convencidos de que ellos tienen razón y los otros están equivocados. Creen cosas diferentes exactamente por las mismas razones por las que tú hablas inglés y tu amiga Ann-Kathrin habla alemán. Cada una de los dos idiomas es el idioma correcto en su país. Pero de las religiones no se puede decir que cada una de ellas sea la correcta en su propio país, porque cada religión afirma cosas diferentes y contradice a las demás. María no puede estar viva en la católica Irlanda del Sur y muerta en la protestante Irlanda del Norte.

¿Qué se puede hacer con todo esto? A ti no te va a resultar fácil hacer nada, porque sólo tienes 10 años. Pero podrías probar una cosa: la próxima vez que alguien te diga algo que parezca importante piensa para tus adentros: «¿Es ésta una de esas cosas que la gente suele creer basándose en evidencias? ¿O es una de esas cosas que la gente cree por la tradición, autoridad o revelación?» Y la próxima vez que alguien te diga que una cosa es verdad, prueba a preguntarle «¿Qué pruebas existen de ello?» Y si no pueden darte una respuesta, espero que te lo pienses muy bien antes de creer una sola palabra de lo que te digan.

Te quiere,

Papá.

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