Steven Pinker, de 54 años, puede parecer una estrella del rock, pero en realidad es un explorador del lenguaje. Entre las frases y la sintaxis, Pinker busca pistas –que él llama “madrigueras de conejo”– que le lleven hacia lo más profundo de nuestro cerebro. Durante más de un cuarto de siglo ha investigado en centros como el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y las Universidades de Stanford y Harvard, donde actualmente es profesor de Psicología. Sus libros han sido finalistas del prestigioso Premio Pulitzer en dos ocasiones, tanto por su valor científico como por su extraordinaria amenidad, ya que ilustra sus ideas con diálogos de cine, fragmentos de novela e incluso tiras cómicas.
En uno de los más populares, La tabla rasa (2002), Steven Pinker argumenta que al nacer el cerebro no es una hoja en blanco que será escrita por la cultura y la experiencia, sino que viene programado con muchos aspectos de nuestro carácter, incluido el talento. En otras palabras, la naturaleza humana está determinada por la selección natural. No es sorprendente que las ideas de Pinker hayan estado en el centro de algunos acalorados debates. No hace mucho, defendió a Lawrence Summers, ex presidente de la Universidad de Harvard, quien apuntó a las diferencias de género innatas como posible explicación para la escasez de mujeres en las ciencias. Por supuesto, el respaldo de Pinker alimentó aún más la polémica.
De muchas maneras diferentes, el último libro de Pinker El mundo de las palabras. Una introducción a la naturaleza humana –publicado en España por la editorial Paidós–, intenta demostrar que nuestro pensamiento, nuestra manera de interpretar la realidad, se basa en unos pocos conceptos clave. Hemos hablado con él de este y otros temas en su oficina de la Universidad de Harvard.
– Ha dicho usted que cuando creció en la comunidad judía de Montreal estaba rodeado por fervientes adeptos a todo tipo de filosofías políticas, y que continuamente se entablaban guerras entre lenguajes e ideas. ¿Esto ha influido en sus esfuerzos por describir los patrones universales del pensamiento que subyacen bajo el lenguaje?
– Ciertamente, hizo que me interesara por esos grandes temas de la naturaleza humana. Pero definitivamente quise estudiarlos de una manera profunda, no al nivel de charla de sobremesa. Así que me introduje en la psicología cognitiva.
– En su libro más vendido, La tabla rasa, usted argumenta que la mente infantil no es una vasija vacía que la sociedad puede llenar con los valores y comportamientos que prefiera, sino que más bien nacemos con ciertas predisposiciones genéticas. ¿Por qué cree que estas ideas resultan tan controvertidas?
–Considerar a las personas como organismos biológicos puede resultar inquietante por muchas razones. Una de ellas es la posibilidad de la desigualdad. Si la naturaleza humana es una tabla rasa, entonces todos somos iguales por definición. Pero si consideramos que la naturaleza determina nuestras cualidades, entonces algunas personas pueden estar mejor dotadas que otras, o con cualidades distintas a los demás. Quienes están preocupados por la discriminación racial, de clase o sexista preferirían que la mente fuese una tabla rasa, porque entonces sería imposible decir, por ejemplo, que los hombres son significativamente diferentes a las mujeres. Yo sostengo que no debemos confundir nuestro legítimo rechazo moral y político a prejuzgar a un individuo en función de una categoría con la reclamación de que la gente es biológicamente indistinguible o que la mente de un recién nacido es una hoja en blanco.
El segundo miedo es el de quebrar el sueño de la capacidad de perfeccionamiento del género humano. Si los niños fueran tablas rasas, podríamos modelarlos para que fuesen el tipo de gente que queremos que sean. Pero si nacemos con ciertos instintos y rasgos innobles, como la violencia y el egoísmo, entonces los intentos de reforma social y mejora del ser humano podrían ser una pérdida de tiempo. Yo defiendo que la mente es un sistema muy complejo con muchas partes, y que se puede hacer trabajar a unas partes del cerebro en contra de las otras. Por ejemplo, los lóbulos frontales, con su habilidad para empatizar y anticipar las consecuencias de nuestras decisiones, pueden anular los impulsos egoístas o antisociales. Hay, pues, campo de acción para la reforma social.
Y en tercer lugar, está el temor al determinismo, a la pérdida del libre albedrío y la responsabilidad personal. Pero es un error considerarlo así. Porque incluso si no existe un alma separada del cerebro que influye de algún modo sobre el comportamiento –e incluso si no somos nada más que nuestros cerebros–, es indudablemente cierto que hay partes de la mente responsables de las consecuencias potenciales de nuestros actos, es decir, responsables de las normas sociales, para premiar, castigar, creer o culpar.
– En El mundo de las palabras dedica un capítulo a los términos malsonantes y las diferencias culturales en este campo lingüístico.
–Creo que soltar tacos es a la vez tan ofensivo y tan atractivo porque permite pulsar los botones emocionales de la gente, y especialmente sus botones emocionales negativos. Las palabras llevan una carga emocional que el que escucha procesa involuntariamente. No puedes escuchar un vocablo sólo como un mero sonido; siempre evoca un significado y una emoción asociada en el cerebro. Por eso las palabras nos pueden servir de sonda para conocer el cerebro de otras personas. Con ellas, podemos manejar sus resortes emocionales a nuestro antojo.
Y además está el hecho de que el contenido de los insultos y los tacos varía a través de la historia y de una a otra cultura. El denominador común entre todos ellos es una emoción negativa, pero la cultura y el tiempo determinan de qué emoción se trata: repulsa ante las secreciones corporales, temor a lo divino, o repugnancia hacia las perversiones sexuales. A esto hay que añadir una segunda cuestión, y es que uno reconoce cuándo otra persona está tratando de evocar esa emoción negativa, a la vez que sabes que tu interlocutor sabe que tú te estás dando cuenta de sus intenciones. En gran parte, te ofende por eso. La elección de las palabras importa: no es lo mismo decir “joder”, que es obscena, que “copular”, aunque ambas se refieran a la misma acción. Uno sabe que cuando alguien usa «copular» habla de la copulación, pero si usa “joder”, está intentado que pierdas la compostura. De nuevo topamos con la pragmática.
– Asegura que estudiando ciertos aspectos de la adquisición del leguaje por los niños –concretamente, investigando cómo aprenden a usar verbos– usted cayó, como Alicia, en un mundo oculto donde podía observar las estructuras cognitivas más profundas. ¿Qué vio usted en ese país de las maravillas?
– En este aspecto es importante imaginar cómo los niños aprenden a usar verbos simples para poner las cosas en su sitio; verbos como “llenar”, “echar”, “cargar” o “salpicar”, que implican movimiento de algo a alguna parte. El problema era cómo explicar la manera en que un niño pequeño, sin conocimientos previos sobre el funcionamiento de un idioma concreto y que no va a recibir lecciones sobre cómo usar las palabras en determinadas circunstancias, aprende lo que significan las palabras y las frases en las que se pueden emplear. Nosotros, los adultos, por ejemplo, diremos «llena el vaso de agua» pero no «llena el agua dentro del vaso», aunque entendemos perfectamente el significado de la frase. Diremos «echa el agua dentro del vaso» pero no «echa el vaso con agua». La segunda versión es razonable, pero no suena bien. Sin embargo, con un verbo como “cargar” podemos decir tanto «cargar el heno en el vagón» como «cargar el vagón con heno».
Así que tienes un verbo que toma el contenedor como objeto directo, uno que toma el contenido como dicho objeto, y el tercero que puede funcionar de ambas maneras. ¿Cómo se las apañan los niños para acertar casi siempre desde el principio? La respuesta es que aprenden diferentes maneras de formular una misma situación. Si yo me acerco al fregadero y el vaso acaba lleno, puedo pensar en una actividad como hacerle algo al agua –es decir, causando que entre en el vaso– o hacer algo al vaso –provocando que cambie de estado de vacío a lleno–. Por eso, “llenar” y “echar” tienen comportamientos diferentes. Si la acción más simple, como poner agua en un vaso, puede ser formulada de esas dos maneras, con diferentes consecuencias en términos de cómo usamos las palabras, eso sugiere que uno de los dos talentos fundamentales de la mente es enmarcar cada situación de múltiple modos. El debate y el desacuerdo puede surgir cuando dos personas –o una persona en diferentes ocasiones– interpretan el mismo evento de diversas maneras. “Echar agua” frente a “llenar un vaso” es un matiz inofensivo, pero decir “invadir Irak” frente a “liberar a Irak”, o «confiscar bienes» frente a «redistribuir recursos» tiene consecuencias más importantes. Esta facultad sugiere limitaciones a nuestra racionalidad; por ejemplo, que podemos ser vulnerables a falacias en el razonamiento o a la corrupción de nuestras instituciones.
– Huey Newton, cofundador del partido Panteras Negras en los años 60, dijo una vez: «El poder es la habilidad para definir los fenómenos». ¿No está eso justo en la línea de muchas de sus observaciones?
– Efectivamente. Las palabras son medios para tratar de cambiar la forma de pensar de la gente, pero existe algo objetivo sobre lo que quieres cambiar sus opiniones. No estamos simplemente atrapados en un mundo del lenguaje. Tomemos «invadir Irak» frente a «liberar Irak», dos maneras distintas de enmarcar la misma acción militar. No obstante, existe un hecho que no podemos obviar: si la mayoría de la población rechazaba el régimen anterior y da la bienvenida al nuevo, o viceversa. Entonces, ambas interpretaciones no son ni mucho menos equivalentes: una es más cierta o válida que la otra. aunque tú puedas escoger una formulación antes que la otra para convencer a la gente de que crean una cosa en vez de la otra, eso no significa necesariamente que una interpretación sea tan cierta o tan válida como la otra. Es importante entender el gran poder del lenguaje, pero no se debe sobreestimar.
– Usted dice que el lenguaje pone de manifiesto nuestras limitaciones, pero también ha insistido en que puede mostrarnos un camino para salir de ellas. En este sentido, su superhéroe lingüístico es la metáfora.
– En realidad tengo dos superhéroes. Uno es la metáfora y el otro la combinatoria. Mediante la metáfora transferimos y transformamos maneras de pensar que proceden de acciones muy concretas, como echar agua, tirar piedras o cerrar un cajón atascado. Podemos filtrar su contenido y usarlas como estructuras abstractas para razonar acerca de otras realidades. Por ejemplo, usamos gráficos para comunicar relaciones matemáticas como si fueran líneas y superficies en el espacio. De hecho, gran cantidad del lenguaje científico es metafórico. Hablamos de código genético, donde código originalmente significaba “clave”. También nos referimos al modelo planetario como si este se distribuyera de manera similar Sol y los planetas. Construimos las metáforas con elementos concretos y las empleamos para representar conceptos abstractos.
Cuando juntamos el poder de las metáforas con la naturaleza combinatoria del lenguaje y el pensamiento, somos capaces de crear un número prácticamente infinito de ideas, incluso aunque estemos equipados con un inventario finito de conceptos y relaciones. Yo creo que es el mecanismo que usa la mente para razonar sobre conceptos abstractos el como ajedrez o la política, que no son físicos ni tienen una relevancia obvia para la reproducción y la supervivencia de nuestra especie. También puede permitirnos –a través de las palabras de un escritor hábil, por ejemplo– habitar en la consciencia de otra persona.
– Sostiene que las metáforas y la combinatoria deberían ser claves de nuestra educación, que deberíamos ser estimulados para pensar y usar el lenguaje de un modo que promueva nuestro desarrollo y productividad. ¿Por qué?
–Tenemos que explotar la capacidad de la mente para comprender las cosas de manera familiar y luego aplicarlas a nuevas ideas y áreas de pensamiento. Pero hay que tener en cuenta sus límites, decirnos a nosotros mismos: “esto es como aquello desde esta perspectiva pero no desde otra”. Así, por ejemplo, la selección natural se parece a un ingeniero porque los órganos de los animales están diseñados para desempeñar ciertas funciones, pero no lo es en el sentido de que no tiene previsión a largo plazo. Las analogías pueden dar elementos de comprensión, pero también conducir hacia conclusiones falaces si no se usan con cuidado. Hecha esta salvedad, la percepción de las semejanzas y las conexiones están detrás de innumerables en ciencias, artes, y otros muchos campos.
–¿No cree que la mayor parte de la educación es justo lo contrario de lo que usted describe? Mucha gente piensa que debería ser un tipo de adoctrinamiento en las ideas convencionales de nuestra sociedad.
–Para mí es clave explotar el pequeño germen de motivación compartido por todos, que consiste en averiguar cómo funcionan las cosas, saber la verdad y no permitir que nos engañen. ¿Si no nos gusta que nos mientan, ni en nuestra vida privada ni en los negocios, por qué querrías que lo hicieran sobre el origen de la vida o el destino del planeta? Creo que las instituciones que promueven la búsqueda de la verdad, como la ciencia, la historia y el periodismo, se dirigen a fortalecer en buena medida ese músculo de la realidad. Hay otras parte de la mente que militan en contra, como la que se preocupa por cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo nos ven los demás. Ese autoengaño hace que queramos proyectar una imagen más positiva al mundo, ya sea verdadera o no. Se trata de una tendencia intrínseca, conocida por la psicología social como sesgo de autoservicio o efecto lago Wobegon –una ciudad ficticia creada en un show radiofónico estadounidense, donde todo el mundo parece estar por encima de la media–. Casi todo el mundo cree estar por encima de la media en algún rasgo positivo. –o el grupo al que pertenecen–.
– ¿Hay algún tipo de investigación científica o intelectual a la que se sienta especialmente cercano?
–Sí, todo lo que me haga sentir que hay algo profundo y misterioso sucediendo bajo la superficie. He pasado 20 años investigado sobre los verbos regulares e irregulares, no porque sea un amante obsesivo del lenguaje, sino porque me parecía que explotaban una distinción fundamental en el procesamiento del lenguaje: entre la memoria y la computación dirigida por reglas. La intuición me dice que, aunque no entienda aún el asunto, e incluso aunque ignore si la respuesta va a llegar, hay algo importante que no seré capaz de responder a menos que comprenda muchas cosas sobre la mente a un nivel muy profundo.
Mi atención sobre la elección de verbos regulares o irregulares se debía a la sensación de que aquello podría revelar algo sobre la computación mental. Todos estos años estudiándolos nos han conducido a la idea de que este sistema optimiza el uso de los conceptos humanos y la formulación cognitiva, en otras palabras, el material del que están hechos los pensamientos. Si llegases a comprender realmente por qué el verbo «llenar» difiere del verbo «verter» y ambos son distintos del verbo «cargar», habrías penetrado en los patrones más profundos del pensamiento humano.
Es el fenómeno al que yo llamo «madriguera de conejo»: sólo percibimos una pequeña abertura, pero algo muy rico, profundo, importante y misterioso late bajo la superficie.
Fuente: Muyinteresante.es