«¿Nunca oyeron hablar de la selección natural?».
Fuente: www.globecartoon.com
La delicadeza de Darwin
«Aunque soy un fuerte defensor de la libertad de pensamiento en todos los ámbitos, soy de la opinión, sin embargo –equivocadamente o no–, que los argumentos esgrimidos directamente contra el cristianismo y la existencia de Dios apenas tienen impacto en la gente; es mejor promover la libertad de pensamiento mediante la iluminación paulatina de la mentalidad popular que se desprende de los adelantos científicos. Es por ello que siempre me he fijado como objetivo evitar escribir sobre la religión limitándome a la ciencia».
Charles Darwin
Por: Eduard Punset*
Según algunos científicos, hemos sido demasiado tolerantes con las creencias religiosas. Deberíamos haber elevado el tono de nuestras protestas ante los desmanes derivados de la fe mal entendida.
Sin salirse del bando agnóstico caben otras posturas, si se quiere, menos militantes y no menos eficaces. Paradójicamente, ésa era la concepción del propio Darwin, expuesta en una de sus cartas que descubrí en Londres hace apenas unos días. Es asombrosa esa mezcla de defensa radical de la libertad de pensamiento y tolerancia. Dice Charles Darwin en su carta: «Aunque soy un fuerte defensor de la libertad de pensamiento en todos los ámbitos, soy de la opinión, sin embargo –equivocadamente o no–, que los argumentos esgrimidos directamente contra el cristianismo y la existencia de Dios apenas tienen impacto en la gente; es mejor promover la libertad de pensamiento mediante la iluminación paulatina de la mentalidad popular que se desprende de los adelantos científicos. Es por ello que siempre me he fijado como objetivo evitar escribir sobre la religión limitándome a la ciencia».
Es fascinante constatar hasta qué punto Darwin tuvo excelso cuidado en mantener el rigor de sus planteamientos científicos sin herir a los que no los compartían. En este sentido –y a nivel anecdótico–, no me digan que no era enternecedora la actitud de Emma, la esposa de Darwin, profundamente religiosa, cuando repetía a sus amigos que el mayor de sus pesares era «saber que Charles no podría acompañarla en la otra vida» por culpa de su agnosticismo. Lo que la apesadumbraba a ella era que el Dios todopoderoso no quisiera conciliar el buen carácter con el agnosticismo de su marido. Y lo que a él lo apenaba, con toda probabilidad, era que muchos confundieran la libertad de pensamiento que él predicaba recurriendo a la ciencia con ataques gratuitos a los que no compartían esa convicción.
No cabe duda de que la relación entre la gente que profesa una religión y los agnósticos está cambiando. ¿En qué sentido? En primer lugar, la irrupción de la ciencia en la cultura popular permite descartar convicciones que parecían antes intocables: hasta Darwin, gran parte de la comunidad científica, y desde luego toda la religiosa, estaba convencida de que la vida del universo había empezado hacía cinco mil años, en lugar de los trece mil millones que, ahora se sabe, transcurrieron desde la explosión del big bang hasta nuestros días; dando amplio tiempo con ello para que la selección natural fuera modulando la evolución de las distintas especies.
En segundo lugar, los continuados agravios e injusticias que siguen sufriendo –a raíz del machismo y maltrato de género, en particular– los colectivos partidarios de impulsar la modernidad en sus propias culturas suscitan solidaridades mucho más profundas y extensas que en el pasado. Yo he visto con mis propios ojos en plena Quinta Avenida de Nueva York, pocos días después del ataque terrorista a las Torres, una pancarta que rezaba «In God we trust» («En Dios confiamos»), mientras en la acera opuesta alguien, enardecido, le gritaba al portaestandarte: «Falk’ you!» («¡Que te den!»).
No es difícil predecir que pronto volveremos a estar inmersos en un debate en torno a la religión, no necesariamente más virulento que antes, pero sí más extendido socialmente y algo más fundamentado. A la ciencia y a los científicos les va a resultar más difícil que en tiempos de Darwin mantener silencio en ese debate, entre otras mil cosas, porque ahora faltan sólo ‘cuatro días’ para que se pueda fabricar vida sintética –bacterias, concretamente– en el laboratorio. La ciencia, en eso Darwin tenía razón, es el mejor estímulo para la libertad de pensamiento. Siempre y cuando sepamos conciliar como él los planteamientos rigurosos con modales atinados.
Fuente: www.eduardpunset.es/blog/
*Abogado, economista y comunicador científico. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Madrid y máster en Ciencias Económicas por la Universidad de Londres. Ha sido redactor económico de la BBC, director económico de la edición para América Latina del semanario The Economist y economista del Fondo Monetario Internacional en los Estados Unidos y en Haití.
Antes y ahora
«Antes – Ahora».
Fuente: http://www.johnshakespeare.com.au
¿Los monseñores son inevitables?
Por: Manuel Guzmán Hennessey*
Darwin versus Adán y Eva: Bogotá 2009
Poco afortunada la invitación de un monseñor a debatir sobre Darwin. Ocurrió en el Simposio Darwin vive, porque la evolución no termina, celebrado entre el 26 y el 28 de agosto en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. En cambio hay que aplaudir la presencia del genetista Emilio Yunis y del doctor Rodolfo Llinás, calificados, cual los que más, para rendir homenaje al naturalista inglés nacido en 1809.
Otros científicos colombianos y extranjeros dieron lustre al encuentro, que había empezado con cierta mezcla ácida, que en virtud del monseñor, se nos dio como pócima de refrigerio: la de Darwin con Pío XII, la de Stephen Jay Gould con Juan XXIII, la de Santo Tomás de Aquino con los señores Watson y Crick.
Y como si lo anterior fuera poco, nos ofrecieron de postre el revoltijo del Origen de las Especies con la Biblia.
Nos habían invitado a un simposio de las más altas calidades científicas, y a eso fuimos, como que había en la nómina catorce PH. D., dos M. Sc. y un M.D. Un lujo para cualquier universidad de América Latina.
Lo que ignorábamos era que uno de los PH. D., que además es R. P, el padre Alfonso Rincón, debajo de cuyo nombre en el programa decía, entre otras, “Arquidiósecis de Bogotá“, se nos viniera, en tiempo suplementario, con una especie de homilía sustentada, y con tantos pies de páginas, que tuvo que utilizar el tiempo de las preguntas para acabar de citar a los que no alcanzó a nombrar, pues hubo necesidad de decirle que se había pasado, poco más de media hora, del tiempo pactado.
Locuaz, extenso y sinuoso. Vi mover la cabeza a una señora de la segunda fila, y también al doctor Yunis, que algo le dijo al doctor Llinás. El conferencista se dio cuenta de la negación gestual de Yunis y lo narró al público, sin percatarse, quizás, de que lo que tenía que decir ya lo había dicho, y no se necesitaban más citas para reforzar su argumentación. Uno de mis vecinos alcanzó a protestar, me llegaban los rumores de las filas de atrás.
El título de su charla era “Creación y evolución: diversas lecturas del problema” (¿A cuál problema se referiría?).
Una de las principales “lecturas del problema” es el diseño inteligente, según el cual la vida no es el resultado de la evolución de la materia, sino de una acción racional ejecutada por un diseñador inteligente dotado de facultades divinas. Es la versión moderna del creacionismo, idea según la cual dios hizo al hombre a partir de una mezcla de barro y soplo divino.
El padre Rincón no asumió la defensa de esa tesis -tal vez pensó que en el escenario donde se encontraba esto sería meterse en camisa de once varas – pero siguió midiendo al público, conformado en buena medida por estudiantes, con una curiosa mezcla de sonrisitas al final de las frases, a partir de las cuales, a mi modo de ver, establecería el alcance de sus lances.
Cuando se metió con el Génesis y nos contó la historia de la arcilla, y el mito de Adán y Eva, y la bonita historia de la Biblia, “un libro escrito por muchas personas, durante mucho tiempo“, según dijo, yo tuve la sensación de que había llegado el fin. Pero no, estábamos apenas en el tercio de banderillas.
Y al final se decidió por el agua tibia de un creacionismo moderado, cual es la posición mayoritaria de su iglesia, que promueve la idea de que no hay contradicción entre la magia del creacionismo y la teoría científica de la evolución biológica.
De ideas y creencias: el papel de la universidad
Me enteré el otro día que Benedicto XVI anda también en esas, postulando que dado que las ciencias naturales en general -y la teoría de la evolución en particular- no pueden ofrecer una explicación completa sobre el origen de la vida, bien puede optarse por una especie de transacción entre el creacionismo y algunos aspectos de la teoría evolutiva, el gradualismo que le concede verdad a la evolución geológica, por ejemplo, pero eso sí, conservando la idea central, según la cual la vida humana no es el resultado de la química y la física sino de un poder sobrenatural que la puso sobre el Universo, con un propósito.
Lo del propósito es básico, porque nos remite a la noción de un predestino para cada uno de nosotros, y nos aparta, según los religiosos, de la “peligrosa idea” de que la vida es el resultado azaroso de una combinación molecular, que algunas veces produce organismos fuertes, y otras menos fuertes, que se mueren o les toca luchar más por sobrevivir.
Así fue en el origen y así es en el presente: la vida como resultado del azar, y sin propósito ni intencionalidad alguna. Las cosas en la biología no tienen moralidad, simplemente son como son y nada más. Las células se producen y se mueren, y después de la muerte no hay nada, como nada hubo antes de la vida. Eso se encargó de subrayarlo el doctor Llinás en el mismo simposio en el que el Padre Rincón nos habló de Adán y Eva y el paraíso terrenal.
Todo el derecho le asiste a quien quiera creer que somos ángeles caídos, y no antropoides erguidos como escribió Ralph Linton. De hecho muchos de los habitantes de este país creen que ellos pueden hablar con ángeles, según lo demostró una reciente encuesta. Y no hace mucho tiempo, la señora que hoy ocupa el Ministerio de Comunicaciones dijo cuando ocupaba la dirección de Colciencias, que el modelo según el cual este país debía llevar a cabo la investigación científica, debía ser el modelo de la Biblia.
Y no voy a citar las dependencias de gobierno que, en los tiempos que corren, tienen crucifijos en el lugar de los cuadros, pues esta columna que iba para la universidad, acabaría fácilmente en una hoguera de la Santa Inquisición. Todo el derecho le asiste, insisto, a cualquiera, de pensar como mejor le parezca. Tan respetable puede ser la creencia de quienes piensan que uno puede reencarnar en un perro, como la de quienes creen que cuando uno se muere se acabó la milonga.
Pero la universidad no debería confundir su magisterio cuando asume su papel de comunicar la ciencia a los jóvenes. Ellos no tienen, aún, los elementos para discernir entre ciencia y pseudociencia, de manera que si les damos ambas cosas en el mismo paquete, muy probablemente confundirán una cosa con la otra.
Una encuesta de Gallup en 1999 encontró que el 87% de los norteamericanos cree que la vida no es el resultado del azar, y que la evolución fue estructurada por una voluntad superior.
La universidad tiene todo el derecho de realizar foros sobre mitos y leyendas, pues eso forma parte de la cultura, pero en tal caso, debería decir a los estudiantes que es un foro sobre mitos y leyendas, para que ellos sepan a qué atenerse. Otra universidad local ofrece diplomados sobre historia de las religiones, lo cual es un aporte cultural indiscutible. Pero meterle a uno, en la mitad de una conferencia del doctor Llinás y otra de Emilio Yunis, el camuflado sándwich del creacionismo parece, por lo menos, fuera de lugar.
Habría podido usar otra palabra, y con ella reflejaría, quizás con mayor fidelidad, el descontento de cierta fracción del público que alcancé a consultar. Y que sintió que le estaban metiendo lo que se dice un gol. ¿Quién? ¿Por qué? Nadie me supo dar una explicación. Pues poco se entiende que ese gol se meta en una universidad dirigida por un hombre de ciencia, el rector José Fernando Isaza. Por lo cual yo prefiero creer que se trató de autogol, es decir, una equivocación de buena fe.
Las jerarquías católicas del pasado no necesitaban meter ese tipo de goles, pues tenían tanta injerencia sobre la educación, que se consideraba casi de rigor preguntarles de antemano sobre ciertos temas. Tampoco la jerarquía católica actual, y me refiero especialmente a la Compañía de Jesús, de la cual hace parte el conferencista doctorado, suele dar muestras de anticiencia en nuestro medio. Todo lo contrario: los jesuitas de hoy, y no ocurre sólo en Colombia, están jugando el papel ético, político y científico que la sociedad podía esperar de ellos. Las universidades católicas de Colombia, en sus departamentos de biología, no enseñan el diseño inteligente, ni siquiera como una posibilidad o “lectura” de la evolución. Cuando escribo universidades me refiero a las serias, pues no oculto que otras, y no necesariamente católicas, pero sí, “no serias“, enseñan pseudociencias peores.
De manera que más extraño aún les ha resultado a muchos la pifia de la Tadeo, el revoltijo del simposio darwiniano. Un debate sobre el creacionismo, la Biblia, la vigencia histórica de la Suma Teológica, la magia y las teorías del diseño inteligente seguramente pueden suscitar interés en otros públicos, pero no es precisamente el tipo de temas que la academia podría, fácilmente, sustentar como propios del conocimiento científico.
Del diseño inteligente a las jirafas
Cuando el padre Rincón hablaba, Darwin dio tantas patadas en su tumba de Westminster, que se escucharon en la carrera cuarta. Y no por lo que estaba diciendo el R.P. Sino por la vergüenza ajena que debió sentir con los asistentes al simposio conmemorativo de sus doscientos años, en Bogotá.
No digo que el tema religioso haya sido históricamente ajeno a la teoría de la evolución; opino que hoy resulta improcedente para la pedagogía científica sobre la cuestión evolutiva. Asunto superado. La biología no duda sobre el valor del pensamiento de Darwin, y considera que el homo sapiens que ahora somos es el resultado de otros homínidos que fueron evolucionando, por selección natural, a través de los siglos.
La teoría del diseño inteligente ha sido un invento tan traído de los cabellos, que hasta la propia Iglesia Católica lo ha considerado “una teología pobre y una ciencia pobre“. Lo dijo Marc Leclerc, el jesuita presidente del Congreso “Evolución biológica: hechos y teorías; una valoración crítica 150 años después de ‘El origen de las especies’) cuando le propusieron que Benedicto XVI avalara la teoría del diseño inteligente.
El discurso que el Papa iba a ofrecer en la Universidad de la Sapienzia de Roma, cuando lo invitaron a hablar sobre Galileo, no era tan malo, según algunos comentaristas que conocieron el documento, que finalmente envió el señor Ratzinger a la universidad. Pero algunos profesores y estudiantes se opusieron a la visita, con el sencillo argumento de que ese no era el escenario para un representante institucional de una religión. Y puesto que la discusión sobre el geocentrismo era un asunto tan superado que volver a escuchar las disculpas de la clerecía sobre lo mal que se portó la institución con Galileo, resultaba simplemente una pérdida de tiempo.
El que sí se refirió a Galileo en el coloquio de la Tadeo fue nuestro monseñor, quien dijo algo así como que era menos grave o menos malo que Darwin. En fin.
La equivocación de la universidad cobra, a mi juicio, mayor sentido si se tiene en cuenta que una de las cosas que está pasando hoy en Estados Unidos, es que muchos condados (Texas, Pensilvania, otros) han tenido que incluir en sus programas públicos de educación, la teoría del diseño inteligente. Es otra de las bellezas que la sociedad norteamericana le debe a George W. Bush.
Este columnista pide a Zeus que impida que los funcionarios de este gobierno se enteren de esto, no sea que se apresuren a zamparnos el diseño inteligente, en las clases de biología de las escuelas públicas.
Pero el resto del simposio fue muy bueno.
La conferencia inaugural corrió a cargo del doctor Llinás, que aunque patinó en una de las preguntas que le dirigió un agudo asistente, dejó en el aire la sensación de que los colombianos tenemos suficientes razones para sentirnos orgullosos de sus aportes a la neurobiología, aunque no siempre entendamos sus explicaciones. El doctor Llinás se esfuerza por llegarle a la gente con una manera amable de comunicar su ciencia, y ha desarrollado una sugestiva técnica compuesta de buen humor y frases efectistas, que acaban haciendo su trabajo. Pero su técnica no descarta acudir a la galería cuando alguna pregunta le transmite cierta dosis de veneno. Y la galería, por supuesto, le responde.
Fue lo que ocurrió cuando un asistente puso el dedo sobre su aserto “las jirafas son inevitables“, idea mal construida según el asistente. Que había sido una de las frases que el científico escogió para empezar su charla. Y como la respuesta estuvo matizada por la mezcla de efectismo y buen humor, la galería, en medio de los aplausos, se quedó sin saber por qué las jirafas son inevitables.
Fuente: www.razonpublica.org.co
*Director del Centro de Pensamiento y Aplicaciones de la Teoría del Caos, profesor, investigador y columnista.