La sensación más placentera que sufre nuestro organismo se remonta millones de años atrás en busca de la propagación de los genes. El que experimentemos ese majestuoso estímulo nervioso es básicamente la manera en que la vida se mercadea a sí misma recompensando a aquellos que la propagan o, al menos, que simulan hacerlo.
Sirva aclarar que mi intención con esta articulo no es la de desentrañar misterios de tipo emocional o afectivo sobre la excitación y sus confines pues el abordaje de estos aspectos tiene casi tantas facetas como seres humanos que las padecen. Bástenos en este caso con decir que nuestra percepción es atravezada por experiencias y expectativas subjetivas que alteran nuestra vivencia que se originan en un sistema nervioso que a todos nos es común.
De hecho para ser francos los organismos con reproducción sexual no necesitan del orgasmo para reproducirse. Un simple ejemplo son las plantas. Incluso este estímulo esta ausente en algunas especies animales aunque si pueden rastrearse sus vestigios en casi todos los mamíferos. En el caso de las mujeres sucede algo muy particular y es que el orgasmo aparece en promedio en uno de cada dos encuentros sexuales, con lo cual se hace evidente que tampoco precisamos como especie del orgasmo para reproducirnos.
¿Por qué entonces el orgasmo? Tal vez la respuesta tenga una razón similar a la del hambre: no es necesaria para comer pero puede ayudar. El orgasmo estimula el encuentro sexual entre nosotros y en esa medida es adaptativo para la supervivencia de la especie. En el caso de las hembras pareciera más un subproducto embrionario del orgasmo masculino que una adquisición evolutiva reciente. La discusión permanece pero el asunto es que existe y ha resistido el paso del tiempo.
Es tal la importancia de la reproducción para la naturaleza que algunas especies han desarrollado mecanismos especiales como los cierres genitales y la ovulación inducida para tratar de garantizar la fecundación (Ej: Perros la primera y gatos la segunda). En el caso del Homo sapiens no hay tales pero es común que el hombre tenga mayor facilidad para alcanzar el orgasmo pues si fuese la mujer la que tuviera esta ventaja posiblemente no abria fecundación ante la súbita perdida de interés de ella por el acto, tal como lo afirman Lynn Margullis y Dorion Sagan en su libro Danza misteriosa.