Kyoto y Copenhague

El mundo comenzó sin el hombre, y terminará sin él.
Claude Levi-Strauss

No hay países pobres, sino superpoblados.
Grafitti

Por: Antonio Vélez

El planeta está enfermo, con un cáncer que ya ha hecho metástasis múltiple: atmósfera contaminada, agujero inmenso en la capa de ozono, aguas subterráneas, mares, ríos y lagos contaminados, suelos erosionados, montañas de basura y de residuos tóxicos, pesca disminuida, bosques talados, especies en extinción… Enfermedad terminal, que no se cura con la disminución del CO2, como algunos ilusos piensan.

Es posible que el mundo, con más de 6.700 millones de habitantes, haya sobrepasado ya su capacidad de soporte. Además, para el final de esta década que comienza esperamos contar con unos 700 millones de habitantes más, que sumados a los 2.000 millones de seres que ahora viven rozando apenas el nivel de supervivencia, forman el equivalente de nueve países del tamaño de Estados Unidos, pero de hambrientos y sin ninguna educación. Producto interno bruto humano en aumento sin control. Juan B. Londoño hasta duda de que haya suficiente espacio en el Cielo para acomodar tanto pobre, pues según las palabras bíblicas “de ellos será el reino de los Cielos”.

¿Entonces, qué hacer? Disminuir la emisión de CO2 es algo deseable, sano para el planeta, pero bien difícil de lograr. Además, como se trata de frenar un fenómeno que posee gran inercia, exige varias décadas de trabajo, en el caso improbable de que los países de alta contaminación decidan someterse al gasto multimillonario que está en juego. Pero esto es una parte del problema, y no toca la esencia, que consiste en la superpoblación. Simplemente se está enfocando la mirada hacia un punto caliente, pero no el más caliente. En el hipotético caso de que las emisiones de CO2, vapor de agua, metano y otros gases desciendan a niveles tolerables, ya la superpoblación y la población agregada en ese periodo contaminarán el ambiente de una manera que hará completamente perdidos los compromisos de Kyoto y Copenhague.

La realidad cruda es que el mundo revienta de habitantes, y que los dueños del poder siguen con la cabeza enterrada en la arena, sordos al bullicio de las multitudes. Mientras tanto, el desorden crece, los cinturones de pobreza se ensanchan, la agitación social se recrudece y el tráfico de vehículos se vuelve inmanejable. Cuando al fin saquemos la cabeza de la arena, estaremos rodeados de congéneres por todos los costados, en rapiña por recursos que ya serán irremediablemente insuficientes.

Es una trampa mortal, pues la pobreza incuba más pobreza, el deterioro ecológico, más deterioro y el desorden social, más desorden. Estas variables se denominan autocatalíticas: se engordan con sus mismos productos, en un proceso inflacionario siempre creciente.

Población humana

Al comienzo de nuestra Era el crecimiento poblacional fue lento, de tal suerte que en 1650 la población humana sumaba sólo 500 millones; en 1798 se acercaba a los 1.000 millones, y a 2.000 en 1925; en 1960 era de 3.000 millones, y de 5.000 en 1987; en el 2000 se cruzó la barrera de los 6.000 millones, y ahora, 2010, estamos cerca de los 7.000.

Y cuando se cuenten las almas, deben sumarse también sus comensales obligados. En Estados Unidos, por ejemplo, hay 56 millones de gatos y 51 millones de perros. Al zoológico anterior se suman caballos, pájaros y otras “mascotas”, animales no utilizados para consumo, pero que consumen. Y otros compañeros que no hemos elegido pero que siempre están a nuestro lado, para robarnos recursos en cantidades apreciables: ratas, insectos, microorganismos…

Recordemos que la huella ecológica (área productiva que se requiere para vivir un año) de un ser humano que viva en condiciones decentes es de 2 hectáreas. Sin embargo, para los europeos es de 3,5 hectáreas, y de 5 para los reyes del consumo, los norteamericanos. Por eso, para darles a todos los habitantes de la tierra un nivel de vida equivalente a la mitad del que poseen los norteamericanos (4,4% de la población mundial) se requeriría un planeta adicional. En consecuencia, desde el punto de vista energético, no quedan dudas razonables de que la terra nostra está superpoblada, independientemente de lo que ocurra con los preocupantes niveles de CO2.

Efecto invernadero y otros

Es bien sabido que el contenido de dióxido de carbono en la atmósfera ya superó los niveles tolerables, y que sigue en ascenso vertiginoso. Asimismo, el contenido de metano y de vapor de agua ha crecido en los últimos años más de lo permitido. Al resultado conjugado se lo llama efecto invernadero: la radiación infrarroja que nos llega del sol queda atrapada entre la superficie de la tierra y la atmósfera, lo que aumenta la temperatura media del planeta.

Un primer efecto del calentamiento es la disminución del hielo polar (la capa de hielo del Ártico adelgazó entre un 15 y un 40% en los últimos 30 años), lo que produce un crecimiento apreciable en el nivel de los océanos (se han elevado un promedio de dos milímetros anuales, contra el récord histórico de un milímetro por año). Hay aquí un amenazante círculo vicioso: al derretirse los casquetes polares, menor es la cantidad de calor que reflejan, o mayor es la que absorben, lo que hace que la tierra se caliente aún más; pero el calentamiento hace que se evapore más agua de los océanos, vapor que también actúa como gas invernadero, que derrite más hielo….

La combustión de la madera, amén de la destrucción de los bosques, contamina el medio atmosférico: dióxido y monóxido de carbono, combinados con óxido y dióxido nítricos. Luego, estos compuestos, sumados al azufre contenido en los gases liberados por los motores de combustión interna y a otros residuos industriales, caen con la lluvia convertidos en ácidos nítrico y sulfúrico, sustancias que deterioran los bosques y reducen las cosechas. Esta lluvia ácida y la tala exagerada hacen que cada año se pierdan 114.000 kilómetros cuadrados de selva, de tal modo que en los últimos veinte años ha desaparecido un quinto de su extensión original. Debe tenerse en cuenta otro factor adicional: la selva tropical vive en equilibrio perfecto; si se tala y se siembra, muy rápidamente se pierden el fósforo, el potasio y otros minerales básicos, y con ellos desaparece toda su capacidad de cultivo. De la selva al desierto solo hay un paso.

Se sabe que el cultivo intensivo, necesario en un mundo superpoblado, produce una alta contaminación tanto del agua como del aire. A lo anterior debe sumarse el desgaste de la capa vegetal, que algunos expertos calculan en cerca de dos centímetros por año de cultivo intensivo. Por otro lado, la ganadería genera alimentos, pero también genera estiércol, que contiene amoníaco, que luego se convierte en nitratos solubles, que luego se filtran para contaminar las aguas subterráneas…

Con la desaparición de los bosques y la contaminación del ambiente, además del deterioro de las condiciones higiénicas para los seres humanos, las otras especies vivas están extinguiéndose a un ritmo no conocido antes. Algunos expertos hablan de entre cuatro y seis mil especies por año, sólo por efecto de la tala de bosques. Sirva de alarma el siguiente dato: el 16% de los arrecifes de coral ha muerto o agoniza.

La demanda por pescado de una población en ascenso hace aumentar las capturas, lo cual pone en peligro la sostenibilidad de esa industria. Según los analistas de la FAO, el 19% de las principales poblaciones comerciales de peces marinos están sobreexplotadas, y un 8% están ya agotadas. Por eso la pesca parece ser una actividad humana en vías de extinción.

Final

La verdad está muy clara: mírese por donde quiera mirarse, el mundo está superpoblado. Sin embargo, las personas que deben tomar las decisiones para ejercer el control demográfico, o bien no entienden el problema, o la solución va en contra de sus intereses. En particular, los políticos y algunos intelectuales no parecen muy preocupados por el crecimiento poblacional, ante lo cual, los analistas Georges Charpak y Henri Broch replican: “¿Cómo creer que los miles de millones de seres humanos adicionales que los demógrafos anuncian para un futuro próximo se dejarán encerrar en inmensas bolsas de pobreza y nos dejarán gozar con toda tranquilidad de nuestra civilización industrial saturada de bienes de consumo? Pero ¿por qué diablos un escritor, un poeta o un político tienen que ser a veces tan ignorantes en materia científica como el brujo de una tribu olvidada de la selva virgen o un gurú religioso integrista?”.

Hay quienes se oponen al control demográfico por motivos religiosos. Las autoridades católicas son las fuerzas mayores que apoyan estas ideas. Alegan que el hombre no es libre para decidir el control de los nacimientos; por tanto, debe enfrentar el problema con resignación, o peor, alegan en forma acomodaticia que el problema demográfico no tiene trascendencia, o que este se resuelve con “una mejor distribución de los bienes”. Para apoyar sus teorías recitan el catecismo. En consecuencia, aunque el mundo reviente de habitantes, no al condón, no a la píldora anticonceptiva, no a la píldora del día siguiente…

Aunque poseemos técnicas sofisticadas para proyectar el futuro, hasta hoy hemos marchado a la deriva, inconscientes de los peligros acarreados por nuestra fertilidad sin límites. Fertilidad que se trasmuta en esterilidad del suelo. Por tal razón, si deseamos permanecer varios siglos más sobre el planeta, es necesario tomar rápidamente la decisión de frenar el crecimiento demográfico, y luego disminuir la población hasta alcanzar un nivel que permita la renovación de los recursos naturales al mismo ritmo de su consumo. Hasta un punto que sea sostenible, es decir, que podamos consumir sin degradar, en perfecta armonía con los recursos del medio. Con toda razón, en Estados Unidos la Conservation Society se presenta con el siguiente eslogan: “Sea cual sea tu causa, es una causa perdida, a menos que limitemos la población”.

Debemos tener conciencia clara de los riesgos en juego, reconocer que la especie humana está en vías de extinción y que a su paso se llevará una parte sustancial de la biosfera. Desaparecemos todos aplastados por el tropel. Y los insectos, aliados con los microorganismos, heredarán el mundo que por un tiempo muy corto fue de nosotros.

Bórrenme de la lista que me gané la lotería


Por: Ramiro Velásquez Gómez

Como el chiste: ¿aló, con la sede del Partido Comunista? Sí, señor ¿qué se le ofrece? ¡Bórreme de la lista que me gané la lotería! El dinero parece cambiar nuestras perspectivas y así como no resulta bueno carecer de él, poseerlo en abundancia es un peligro.

Hablar de dinero en un país donde la mitad de la población vive en la pobreza, es como sentar un paletero en el patio de una guardería, pero aumentan los estudios científicos que tratan de explicar su importancia y cómo modifica la vida de las personas.

(Qué casualidad, recuerdo ahora a esos tapados en dinero mal habido y pagando escondites a peso).

Pero volviendo al chiste, Sonja Lyubomirsky, que ha dedicado su quehacer a investigar la felicidad humana, recuerda que algunos estudios han demostrado que quienes ganan una suma alta en la lotería disfrutan menos con los pequeños placeres que quienes no han sido favorecidos.

Es común escuchar en las conversaciones: a ese niño nada lo llena. El mundo le queda pequeño. No disfruta. Y ver adultos a los que la vida se les acaba en un lujoso auto que no los deja saludar ni oler una flor en el camino.

Jordi Quoidbach y colegas, en la Universidad de Lieja en Bélgica, acaban de publicar una investigación que parece demostrar que el dinero impide a las personas disfrutar las pequeñas alegrías de la vida. Su estudio sugiere que los ricos poseen menor capacidad de gozar con las pequeñas cosas, al punto de que el impacto negativo de la riqueza en su capacidad de gozar contrarresta los efectos positivos del dinero en su felicidad.

Hallaron que las personas expuestas a una recordación de riqueza, saboreaban menos un pedazo de chocolate que aquellos no expuestos.

Refrendan la hipótesis planteada en 2006 por Daniel Gilbert en su premiado libro Stumbling on Hapiness : experimentar las mejores cosas en la vida, como comer en el restaurante más caro o alojarse en el hotel más exclusivo, puede mitigar la delicia de experiencias más mundanas como un día soleado, una cerveza bien fría o un dulce.

El dinero abre la puerta a mucho, ¿pero cuál es el límite? Estudios de Kathleen Vohs, de la Universidad de Minnesota, han mostrado que con sólo mostrarles billetes, las personas se tornan menos generosas y más egocéntricas. Tal es la influencia, que manejar dinero reduce el dolor físico (al contrario, recordarle a alguien que debe gastar lo aumenta).

Como dice Lyubomirsky, investigadora de la Universidad de California, el peligro es que puede volverse tóxico, pues aumenta las aspiraciones sobre la ansiada felicidad.

Llama la atención un estudio de P. Piff y colegas, próximo a aparecer en el Journal of Personality and Social Psychology , que revela que personas de estratos socioeconómicos más bajos son más caritativas y solidarias con los necesitados, lo que demostraría que para ellas los lazos sociales son más importantes.

Entonces ¿es mejor tenerlo o no tenerlo? En este país, habría más que podrían responder por lo segundo. Por lo menos, disfruto más la cerveza en la esquina, escuchando música y sonriendo por el pájaro que busca la miga en la panadería de al lado. Ya deducirán que no he ganado nada.

Fuente: www.elcolombiano.com

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  • El ser humano no cayó del cielo pero tampoco emergió del infierno. Tenemos tanto de ángeles como de demonios #
  • A medida que las circunstancias se deterioran, la posibilidad de que nuestro demonio aparezca aumentan y viceversa #
  • Es fácil ser un ángel ante la abundancia de recursos #
  • Lo verdaderamente sorprendente son aquellos Homos sapiens que logran controlar sus demonios, o incluso sacar sus ángeles #
  • En medio de la lucha vital por la escases de los recursos #

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