¿Los monseñores son inevitables?

Por: Manuel Guzmán Hennessey*

Darwin versus Adán y Eva: Bogotá 2009

Poco afortunada la invitación de un monseñor a debatir sobre Darwin. Ocurrió en el Simposio Darwin vive, porque la evolución no termina, celebrado entre el 26 y el 28 de agosto en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. En cambio hay que aplaudir la presencia del genetista Emilio Yunis y del doctor Rodolfo Llinás, calificados, cual los que más, para rendir homenaje al naturalista inglés nacido en 1809.

Otros científicos colombianos y extranjeros dieron lustre al encuentro, que había empezado con cierta mezcla ácida, que en virtud del monseñor, se nos dio como pócima de refrigerio: la de Darwin con Pío XII, la de Stephen Jay Gould con Juan XXIII, la de Santo Tomás de Aquino con los señores Watson y Crick.

Y como si lo anterior fuera poco, nos ofrecieron de postre el revoltijo del Origen de las Especies con la Biblia.

Nos habían invitado a un simposio de las más altas calidades científicas, y a eso fuimos, como que había en la nómina catorce PH. D., dos M. Sc. y un M.D. Un lujo para cualquier universidad de América Latina.

Lo que ignorábamos era que uno de los PH. D., que además es R. P, el padre Alfonso Rincón, debajo de cuyo nombre en el programa decía, entre otras, “Arquidiósecis de Bogotá“, se nos viniera, en tiempo suplementario, con una especie de homilía sustentada, y con tantos pies de páginas, que tuvo que utilizar el tiempo de las preguntas para acabar de citar a los que no alcanzó a nombrar, pues hubo necesidad de decirle que se había pasado, poco más de media hora, del tiempo pactado.

Locuaz, extenso y sinuoso. Vi mover la cabeza a una señora de la segunda fila, y también al doctor Yunis, que algo le dijo al doctor Llinás. El conferencista se dio cuenta de la negación gestual de Yunis y lo narró al público, sin percatarse, quizás, de que lo que tenía que decir ya lo había dicho, y no se necesitaban más citas para reforzar su argumentación. Uno de mis vecinos alcanzó a protestar, me llegaban los rumores de las filas de atrás.

El título de su charla era “Creación y evolución: diversas lecturas del problema” (¿A cuál problema se referiría?).

Una de las principales “lecturas del problema” es el diseño inteligente, según el cual la vida no es el resultado de la evolución de la materia, sino de una acción racional ejecutada por un diseñador inteligente dotado de facultades divinas. Es la versión moderna del creacionismo, idea según la cual dios hizo al hombre a partir de una mezcla de barro y soplo divino.

El padre Rincón no asumió la defensa de esa tesis -tal vez pensó que en el escenario donde se encontraba esto sería meterse en camisa de once varas – pero siguió midiendo al público, conformado en buena medida por estudiantes, con una curiosa mezcla de sonrisitas al final de las frases, a partir de las cuales, a mi modo de ver, establecería el alcance de sus lances.

Cuando se metió con el Génesis y nos contó la historia de la arcilla, y el mito de Adán y Eva, y la bonita historia de la Biblia, “un libro escrito por muchas personas, durante mucho tiempo“, según dijo, yo tuve la sensación de que había llegado el fin. Pero no, estábamos apenas en el tercio de banderillas.

Y al final se decidió por el agua tibia de un creacionismo moderado, cual es la posición mayoritaria de su iglesia, que promueve la idea de que no hay contradicción entre la magia del creacionismo y la teoría científica de la evolución biológica.

De ideas y creencias: el papel de la universidad

Me enteré el otro día que Benedicto XVI anda también en esas, postulando que dado que las ciencias naturales en general -y la teoría de la evolución en particular- no pueden ofrecer una explicación completa sobre el origen de la vida, bien puede optarse por una especie de transacción entre el creacionismo y algunos aspectos de la teoría evolutiva, el gradualismo que le concede verdad a la evolución geológica, por ejemplo, pero eso sí, conservando la idea central, según la cual la vida humana no es el resultado de la química y la física sino de un poder sobrenatural que la puso sobre el Universo, con un propósito.

Lo del propósito es básico, porque nos remite a la noción de un predestino para cada uno de nosotros, y nos aparta, según los religiosos, de la “peligrosa idea” de que la vida es el resultado azaroso de una combinación molecular, que algunas veces produce organismos fuertes, y otras menos fuertes, que se mueren o les toca luchar más por sobrevivir.

Así fue en el origen y así es en el presente: la vida como resultado del azar, y sin propósito ni intencionalidad alguna. Las cosas en la biología no tienen moralidad, simplemente son como son y nada más. Las células se producen y se mueren, y después de la muerte no hay nada, como nada hubo antes de la vida. Eso se encargó de subrayarlo el doctor Llinás en el mismo simposio en el que el Padre Rincón nos habló de Adán y Eva y el paraíso terrenal.

Todo el derecho le asiste a quien quiera creer que somos ángeles caídos, y no antropoides erguidos como escribió Ralph Linton. De hecho muchos de los habitantes de este país creen que ellos pueden hablar con ángeles, según lo demostró una reciente encuesta. Y no hace mucho tiempo, la señora que hoy ocupa el Ministerio de Comunicaciones dijo cuando ocupaba la dirección de Colciencias, que el modelo según el cual este país debía llevar a cabo la investigación científica, debía ser el modelo de la Biblia.

Y no voy a citar las dependencias de gobierno que, en los tiempos que corren, tienen crucifijos en el lugar de los cuadros, pues esta columna que iba para la universidad, acabaría fácilmente en una hoguera de la Santa Inquisición. Todo el derecho le asiste, insisto, a cualquiera, de pensar como mejor le parezca. Tan respetable puede ser la creencia de quienes piensan que uno puede reencarnar en un perro, como la de quienes creen que cuando uno se muere se acabó la milonga.

Pero la universidad no debería confundir su magisterio cuando asume su papel de comunicar la ciencia a los jóvenes. Ellos no tienen, aún, los elementos para discernir entre ciencia y pseudociencia, de manera que si les damos ambas cosas en el mismo paquete, muy probablemente confundirán una cosa con la otra.

Una encuesta de Gallup en 1999 encontró que el 87% de los norteamericanos cree que la vida no es el resultado del azar, y que la evolución fue estructurada por una voluntad superior.

La universidad tiene todo el derecho de realizar foros sobre mitos y leyendas, pues eso forma parte de la cultura, pero en tal caso, debería decir a los estudiantes que es un foro sobre mitos y leyendas, para que ellos sepan a qué atenerse. Otra universidad local ofrece diplomados sobre historia de las religiones, lo cual es un aporte cultural indiscutible. Pero meterle a uno, en la mitad de una conferencia del doctor Llinás y otra de Emilio Yunis, el camuflado sándwich del creacionismo parece, por lo menos, fuera de lugar.

Habría podido usar otra palabra, y con ella reflejaría, quizás con mayor fidelidad, el descontento de cierta fracción del público que alcancé a consultar. Y que sintió que le estaban metiendo lo que se dice un gol. ¿Quién? ¿Por qué? Nadie me supo dar una explicación. Pues poco se entiende que ese gol se meta en una universidad dirigida por un hombre de ciencia, el rector José Fernando Isaza. Por lo cual yo prefiero creer que se trató de autogol, es decir, una equivocación de buena fe.

Las jerarquías católicas del pasado no necesitaban meter ese tipo de goles, pues tenían tanta injerencia sobre la educación, que se consideraba casi de rigor preguntarles de antemano sobre ciertos temas. Tampoco la jerarquía católica actual, y me refiero especialmente a la Compañía de Jesús, de la cual hace parte el conferencista doctorado, suele dar muestras de anticiencia en nuestro medio. Todo lo contrario: los jesuitas de hoy, y no ocurre sólo en Colombia, están jugando el papel ético, político y científico que la sociedad podía esperar de ellos. Las universidades católicas de Colombia, en sus departamentos de biología, no enseñan el diseño inteligente, ni siquiera como una posibilidad o “lectura” de la evolución. Cuando escribo universidades me refiero a las serias, pues no oculto que otras, y no necesariamente católicas, pero sí, “no serias“, enseñan pseudociencias peores.

De manera que más extraño aún les ha resultado a muchos la pifia de la Tadeo, el revoltijo del simposio darwiniano. Un debate sobre el creacionismo, la Biblia, la vigencia histórica de la Suma Teológica, la magia y las teorías del diseño inteligente seguramente pueden suscitar interés en otros públicos, pero no es precisamente el tipo de temas que la academia podría, fácilmente, sustentar como propios del conocimiento científico.

Del diseño inteligente a las jirafas

Cuando el padre Rincón hablaba, Darwin dio tantas patadas en su tumba de Westminster, que se escucharon en la carrera cuarta. Y no por lo que estaba diciendo el R.P. Sino por la vergüenza ajena que debió sentir con los asistentes al simposio conmemorativo de sus doscientos años, en Bogotá.

No digo que el tema religioso haya sido históricamente ajeno a la teoría de la evolución; opino que hoy resulta improcedente para la pedagogía científica sobre la cuestión evolutiva. Asunto superado. La biología no duda sobre el valor del pensamiento de Darwin, y considera que el homo sapiens que ahora somos es el resultado de otros homínidos que fueron evolucionando, por selección natural, a través de los siglos.

La teoría del diseño inteligente ha sido un invento tan traído de los cabellos, que hasta la propia Iglesia Católica lo ha considerado “una teología pobre y una ciencia pobre“. Lo dijo Marc Leclerc, el jesuita presidente del Congreso “Evolución biológica: hechos y teorías; una valoración crítica 150 años después de ‘El origen de las especies’) cuando le propusieron que Benedicto XVI avalara la teoría del diseño inteligente.

El discurso que el Papa iba a ofrecer en la Universidad de la Sapienzia de Roma, cuando lo invitaron a hablar sobre Galileo, no era tan malo, según algunos comentaristas que conocieron el documento, que finalmente envió el señor Ratzinger a la universidad. Pero algunos profesores y estudiantes se opusieron a la visita, con el sencillo argumento de que ese no era el escenario para un representante institucional de una religión. Y puesto que la discusión sobre el geocentrismo era un asunto tan superado que volver a escuchar las disculpas de la clerecía sobre lo mal que se portó la institución con Galileo, resultaba simplemente una pérdida de tiempo.

El que sí se refirió a Galileo en el coloquio de la Tadeo fue nuestro monseñor, quien dijo algo así como que era menos grave o menos malo que Darwin. En fin.

La equivocación de la universidad cobra, a mi juicio, mayor sentido si se tiene en cuenta que una de las cosas que está pasando hoy en Estados Unidos, es que muchos condados (Texas, Pensilvania, otros) han tenido que incluir en sus programas públicos de educación, la teoría del diseño inteligente. Es otra de las bellezas que la sociedad norteamericana le debe a George W. Bush.

Este columnista pide a Zeus que impida que los funcionarios de este gobierno se enteren de esto, no sea que se apresuren a zamparnos el diseño inteligente, en las clases de biología de las escuelas públicas.

Pero el resto del simposio fue muy bueno.

La conferencia inaugural corrió a cargo del doctor Llinás, que aunque patinó en una de las preguntas que le dirigió un agudo asistente, dejó en el aire la sensación de que los colombianos tenemos suficientes razones para sentirnos orgullosos de sus aportes a la neurobiología, aunque no siempre entendamos sus explicaciones. El doctor Llinás se esfuerza por llegarle a la gente con una manera amable de comunicar su ciencia, y ha desarrollado una sugestiva técnica compuesta de buen humor y frases efectistas, que acaban haciendo su trabajo. Pero su técnica no descarta acudir a la galería cuando alguna pregunta le transmite cierta dosis de veneno. Y la galería, por supuesto, le responde.

Fue lo que ocurrió cuando un asistente puso el dedo sobre su aserto “las jirafas son inevitables“, idea mal construida según el asistente. Que había sido una de las frases que el científico escogió para empezar su charla. Y como la respuesta estuvo matizada por la mezcla de efectismo y buen humor, la galería, en medio de los aplausos, se quedó sin saber por qué las jirafas son inevitables.

Fuente: www.razonpublica.org.co

*Director del Centro de Pensamiento y Aplicaciones de la Teoría del Caos, profesor, investigador y columnista.

El rechazo innato al incesto

Por: Edward O. Wilson*

Esta respuesta elemental (el rechazo o desinterés por el incesto) fue descubierta, no en monos y simios, sino en los seres humanos. Por el antropólogo finés Edward A. Westermarck, que dio cuenta de ella por primera vez en su obra maestra de 1891, Historia del matrimonio. Desde entonces, la existencia del fenómeno ha ido obteniendo un apoyo creciente desde varios ámbitos.

Ninguno de ellos es más persuasivo que el estudio de los matrimonios menores de Taiwan, realizado por Arthur P. Wolf, de la Universidad de Stanford. Los matrimonios menores, que antaño estaban muy extendidos por el sur de China, son aquellos en los que niñas no emparentadas son adoptadas por familias, criadas con los hijos varones biológicos en una relación ordinaria de hermano hermana y después se casan con los hijos.

A lo largo de cuatro décadas, de 1957 a 1995, Wolf estudió las historias de 14.200 mujeres taiwanesas contratadas para matrimonio menor durante la última parte del siglo XIX y la primera del XX. Las estadísticas se complementaron con entrevistas personales a muchas de esas «nuerecitas», o simpua, como se las conoce en el idioma hokkien, así como a sus amigos y parientes.

Los resultados favorecen de manera indudable la hipótesis de Westwemarck. Cuando la futura esposa fue adoptada antes de los trece meses de edad, por lo general se resistió a su posterior matrimonio con su hermano de facto. Con frecuencia los padres tenían que obligar a la pareja a que consumara el matrimonio, en algunos casos bajo amenaza de castigo físico. Los matrimonios terminaban en divorcio con una frecuencia tres veces mayor que los «matrimonios mayores” de las mismas comunidades. Producían cerca del 40% menos de hijos, y un tercio había cometido adulterio, en contraposición a un 10%, aproximadamente, de las esposas de los matrimonios mayores.

Esta hipótesis que resumiré a continuación en un lenguaje puesto al día: las personas evitan el incesto debido a una regla epigenética hereditaria de la naturaleza humana que han traducido en tabúes, la hipótesis opuesta es la de Sigmund Freud con el Complejo de Edipo. El efecto Westermarck no existe, insistía el gran teórico cuando se enteró del mismo. Es exactamente lo contrario: el anhelo heterosexual entre los miembros de la misma familia es fundamental e imperioso, y no lo impide ninguna inhibición instintiva.

Fuente: Consilience, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1999.

*Padre de la sociobiología. Entomólogo y biólogo estadounidense conocido por su trabajo en evolución y biología. Wilson es el gran especialista en hormigas y en su utilización de feromonas como medio de comunicación.

Los animales cuentan y los humanos sacan cuentas

La siguiente es una pequeña recopilación de algunos artículos sobre las capacidades sensitivas y aritméticas de algunas especies animales, incluido el hombre, publicados por el profesor Antonio Vélez, matemático, autor de numerosos textos sobre evolución y asesor acedémico de Psicosapiens. En éstos se develan interesantes destresas, muchas de ellas inéditas, de algunos animales para sentir, para reconocer cantidades o para responder a pequeños estímulos, y también otras destresas, no tan inéditas, de los seres humanos para sacar provecho de las fascinación que estas destrezas produce en sus congéneres.

Aritmética elemental de las aves

Los etólogos que han realizado pruebas con animales entrenados para responder a diferencias numéricas han comprobado, con admiración, que son varias las especies irracionales que están dotadas para manejar en forma abstracta el concepto de número. De cierta manera que no entendemos muy bien, son capaces de contar en forma no verbal. Se ha revelado, por ejemplo, que las palomas pueden contar hasta cinco, los periquillos y cornejas hasta seis y los cuervos, cotorras y ardillas hasta siete. Aritmética infantil, pero, por lo que representa desde el punto de vista intelectual, una hazaña formidable, y una muestra incuestionable de inteligencia animal.

Entre todas las pruebas realizadas hay una muy sorprendente, pues en ella las aves han mostrado mayor talento que los hombres. Al proyectar sobre una pantalla varios puntos luminosos durante un intervalo de tiempo tan breve que no permite hacer el conteo en forma verbal, las aves aciertan el total de puntos con más frecuencia que los sujetos humanos. Aceptemos, entonces, con humildad, que no somos los mejores en todo, ni aun cuando ese todo se refiera a facultades intelectuales.

Olfatos superlativos
Grenouille, personaje central de la novela El perfume, muy leída en su momento, no tenía dificultad alguna para reconocer a las personas por su olor particular, aunque lo separasen de ellas varios kilómetros. Más aún, la fina nariz de Grenouille podía descomponer los olores en su arco iris de constituyentes básicos y particularizar su origen con toda precisión. Envidiable –no siempre– un olfato tan maravilloso. Sin embargo, no pasa de ser una mera fantasía, aunque original y atractiva. Se sabe que al evolucionar el cerebro de los primates antepasados nuestros, el bulbo olfativo comenzó a perder importancia y tamaño. El hocico se redujo considerablemente, y lo mismo ocurrió con el área y densidad de las terminaciones nerviosas sensibles al olor, localizadas estas en la parte superior de las fosas nasales. En la premura evolutiva, el olfato no quedó representado en la corteza cerebral; por tanto, dicen algunos, el olfato es más una sensación que una percepción. El resultado final estuvo a nuestro favor: se aumentó notablemente la capacidad de razonar, con detrimento del olfato, que pasó por tal motivo a ser un sentido de segunda categoría.

Pero fuera del mundo de los primates superiores, los olores siguieron teniendo una gran importancia adaptativa. El olfato de los perros ha sido ponderado universalmente. Y es que nuestros más fieles amigos poseen una capacidad olfativa que, en términos de sensibilidad, puede ser alrededor de un millón de veces superior a la humana. Son capaces los cánidos de detectar una sustancia disuelta en el aire cuando la concentración es apenas de mil moléculas por centímetro cúbico (esto equivaldría a diluir cien litros de la sustancia en todos los océanos del mundo). A un perro policía y a uno de caza les basta examinar un tramo no mayor a veinte metros de un rastro de olor, para descubrir de forma casi inmediata en cuál de las dos direcciones posibles marcha la presa. Y es que la mayor intensidad del olor en uno de los extremos del tramo examinado le indica al animal la parte más reciente y fresca de la huella, de lo cual infiere la dirección en que debe perseguir. Lo anterior es una proeza de detección de señales que difícilmente creemos, y que cae por fuera del alcance de la más refinada tecnología de estado sólido contemporánea.

Pero, no obstante su bien ganado prestigio en los asuntos del olor, el perro no es el campeón en esa especialidad. En efecto, existen varios competidores en el mismo reino animal que lo superan con holgura en algunas pruebas. Los salmones son conocidos por su rico sabor y por los absurdos esfuerzos que hacen para remontar la corriente y llegar a desovar, años más tarde, en los mismos riachuelos de montaña que los vieron nacer. Se cree que el salmón recuerda de por vida los detalles químicos de algunos puntos fijos del recorrido y puede localizar el sitio exacto donde transcurrió su primera infancia, gracias a su olfato prodigioso y a su increíble memoria de olores. Algunos opinan que el sentido del gusto, muy desarrollado también en esos peces, es partícipe del prodigio.

Y aunque uno se resista a creer, todavía hay mejores que el salmón. El caso más excepcional, quizá, de sensibilidad a los olores, lo proporciona la mariposa del gusano de seda. Algunos experimentos rigurosos han demostrado que los machos de estos dedicados hilanderos perciben el olor desprendido por sus hembras, aun a distancias cercanas a los quince kilómetros. Un hecho portentoso, si se tiene en cuenta que a semejante lejanía la concentración de la feromona expelida por la hembra es apenas del orden de unas pocas moléculas por centímetro cúbico. Maravillas de la evolución.

Un Einstein equino
Hace ya casi un siglo, la revista Nature publicó la siguiente nota sobre las hazañas de Hans el listo, un caballo inteligente, especie de Einstein con cascos: “Un comité representativo estudió las proezas del animal con el fin de conocer si eran mediadas por un truco, o si correspondían a poderes mentales del caballo”. El veredicto fue unánime a favor de la última opción, después de que Hans contestó, por medio de golpes dados con uno de sus cascos en el piso, todas las preguntas aritméticas que se le formularon. Cuando se exigió una respuesta verbal, el animal deletreó las palabras apoyando su nariz contra un tablero en el que estaba reunido el abecedario.

En las presentaciones públicas, los espectadores quedaban atónitos cuando Hans, a las patadas, sumaba fracciones –terror de los colegiales–, para lo cual indicaba con sus cascos primero el numerador y luego el denominador. Otra hazaña, no menos espectacular, era la capacidad de discriminar los colores (para mayor desconcierto, hoy se sabe que los caballos son ciegos al color). Pero lo que más impresionaba al público era que el caballo podía entender el alemán, y contestaba variedad de preguntas verbales. En cierta ocasión en que se le pidió qué describiera un objeto, el caballo fue señalando una por una las letras hasta conformar la palabra Schirm (sombrilla, en alemán).

El psicólogo berlinés Oskar Pfungst dedicó varios meses al estudio de Hans, hasta desvelar el gran secreto: el dueño y entrenador del caballo lo guiaba por medio de movimientos muy sutiles. Tan pronto se formulaba un problema, el dueño, de manera involuntaria, inclinaba ligeramente la cabeza, y con ello indicaba al animal que debía comenzar a golpear el piso con uno de sus cascos. Al llegar al número correcto de golpes, el interrogador echaba su cabeza ligeramente hacia atrás, señal que indicaba fin de tarea.

Pero había un detalle adicional: el amo usaba un sombrero de ala muy ancha que, según descubrió el psicólogo, servía para amplificar los pequeños movimientos de la cabeza. Por otro lado, caminaba sin parar y sin motivo aparente de un lado a otro mientras el caballo respondía, movimientos que enmascaraban aquellos que servían a Hans de claves de comienzo y fin. El caballo estaba adiestrado para no responder a ningún movimiento de las manos, y para hacer caso omiso de aquellos ejecutados en sentido horizontal: caminar, por ejemplo.

Para demostrarles a los escépticos que la explicación de los poderes metapsíquicos del caballo residían en reconocer movimientos involuntarios de muy pequeña magnitud, Pfungst regresó a su laboratorio en Berlín y allí practicó hasta dominar la técnica de Hans; luego la puso a prueba con gran éxito. Ante una pregunta como las que se le hacían al animal, Pfungst el listo respondía golpeando con la mano sobre una mesa, hasta que los movimientos involuntarios e inconscientes de sus ayudantes le indicaban que debía parar.

El dueño de Hans creía ingenuamente que su apreciado animal poseía una inteligencia casi humana, sólo que la carencia de un lenguaje verbal le impedía comunicarse directamente con los hombres. Se sospecha que era honesto, y que no era consciente de que con sus movimientos involuntarios transmitía información al animal, por lo que el cuadrúpedo resultó a la larga ser más listo que el bípedo.

Es lamentable para la psicología que el trabajo pionero de Pfungst se quedara en el olvido. Ninguno de sus contemporáneos fue capaz de reconocer que estaban frente a una importante investigación psicológica, y que lo descubierto por él, que la mente puede ejercer fuertes influencias totalmente subconscientes sobre aquellas tareas en que intervienen las manos, permitía explicar no sólo la notable “inteligencia” de Hans, sino también una multitud de fenómenos, entre ellos los movimientos de la ouija, instrumento usado por los espiritistas para comunicarse con los muertos, y la manera como los zahoríes descubren aguas subterráneas y revelan otros secretos del subsuelo.

Lady Wonder
En 1952, varios periodistas de la revista Life visitaron el establo de la señora Claudia Fonda, ansiosos por conocer a Lady Wonder, una yegua prodigiosa de 27 años, adiestrada por ella. A la entrada del establo había un letrero que decía: “La yegua Lady Wonder deletrea, resta, multiplica y divide, lee el reloj y responde preguntas variadas”. Y si lo anterior parecía poco, el animal también opinaba sobre temas generales, daba consejos personales, leía la mente de los visitantes y, lo más extraordinario de todo, predecía el futuro. Sobra decir que la ciencia se encontraba frente a uno de los enigmas más indescifrables y ante uno de los cerebros más sensacionales jamás conocidos, esta vez instalado en la cabeza de un humilde solípedo. El establo estaba abierto para el público, pero se debía pagar una pequeña suma, despreciable si se la comparaba con la oportunidad de presenciar semejantes prodigios.

Al llegar al sitio de la demostración, los periodistas se encontraron con una yegua vieja parada frente a un extraño artilugio formado por andamios y palancas, especie de máquina de escribir para caballos, que le servía al animal para responder las preguntas que el público formulaba. Bastaba que la yegua apretara su hocico contra una de las palancas para que saltara a la vista el número o la letra correspondiente. Las preguntas se le hacían directamente a la dueña, quien, sin decir esta boca es mía y, aparentemente, sin hacer ningún movimiento, las transmitía de manera paranormal al equino; en otras palabras, existía una comunicación secreta e íntima entre damas: Lady Wonder leía la mente de Lady Fonda. Aclaremos que durante el tiempo que duraba la demostración, la dueña permanecía de pie, a la izquierda del animal, con un “inútil” látigo entre sus manos.

Cuatro años después de la visita de los periodistas de Life, un mago profesional, haciéndose pasar por fotógrafo, presenció una demostración privada de Lady. En una de las pruebas, y mientras el visitante permanecía a prudente distancia del animal, se le entregó un lápiz y una hoja de papel sobre la cual podía escribir los números que deseara. Todo estaba dispuesto para que ni la yegua ni la señora Fonda pudiesen ver lo escrito. No obstante el doble ciego anterior, digno de los laboratorios más rigurosos, cada vez que se interrogaba a la yegua maravillosa acerca del número escrito por el mago, de inmediato aquella accionaba el rústico teclado equino y producía la respuesta correcta. Cabe destacar que la yegua sólo lograba un éxito total cuando estaba presente la señora Fonda; esto es, parecía capacitada para leer sólo el pensamiento de su dueña, restricción por demás sospechosa.

Después de las primeras demostraciones, el mago fingió que dibujaba un 8, pero sólo apoyó el lápiz sobre el papel en una parte del recorrido, de tal suerte que en la hoja quedó escrito un 3. Lady se puso inmediatamente en acción frente a su máquina y señaló el 8, lo que permitió al mago deducir que la señora Fonda no sólo era una extraordinaria adiestradora de animales, sino que también era un portento para ejecutar un truco muy conocido por los ilusionistas, llamado lectura del lápiz. Es simple, pero exige cierta experiencia: se deben interpretar o “leer” los movimientos del extremo superior del lápiz y de ahí deducir lo escrito (el tramposo de Uri Geller es un experto en esa materia). El mago aclaró al fin el misterio de los poderes metapsíquicos de Lady Wonder: la dueña guiaba al animal por medio de imperceptibles movimientos del látigo, que no era tan “inocente”. Y es que la yegua estaba adiestrada para recorrer de un extremo a otro su improvisada máquina de escribir y detenerse tan pronto recibiera la señal correspondiente; en ese punto accionaba la palanca. Otra vez más la inteligencia humana al servicio del engaño.

Fuente: Homo sapiens (Villegas editores, 2006).

¡Esos estúpidos pájaros!


Por: Juan José Hoyos*

Salgo a caminar temprano. El cielo está gris y cae una llovizna helada. Este no es el cielo de mi ciudad, pienso. En el balcón de un apartamento vecino, una lora ya está despierta y dice, una y otra vez: ¡Qué rico! ¡Qué rico! Sus gritos se escuchan a una cuadra. Cuando regreso, sigue gritando.

El abuelo que ha sacado a pasear a su nieta se ríe a carcajadas. La niña dice que esa lora está loca. Una mujer carga en sus brazos un niño que llora. Camina, tratando de calmarlo. Cuando pasan junto al balcón, la algarabía de la lora lo apacigua y se duerme. Yo abro la puerta de mi casa riendo, como el abuelo y la niña.

Amo a los loros. Creo que son muy inteligentes. Por algo los neurólogos dejaron de estudiar la inteligencia animal en los primates, nuestros primos, para estudiarla en los loros. Según ellos, la cacatúa negra es uno de los animales más inteligente que habita sobre la Tierra. Ahora están estudiando el cerebro de animales más pequeños, menos locuaces y al parecer más inteligentes o más astutos que los loros.

¡Vaya uno a saber qué es la inteligencia!
Un científico de la Universidad de Cambridge, por ejemplo, reveló a la BBC que los cuervos, los grajos, las cornejas y los arrendajos son los animales más inteligentes. Su inteligencia se desarrolla en la convivencia con otras especies, en un ambiente en el que hay que ser veloces para reconocer individuos, formar alianzas y fomentar relaciones, porque esa es la clave para hallar comida. Para sobrevivir, estos pájaros son capaces hasta de cometer pequeños engaños. Si están siendo observados, esconden su alimento pero también hacen escondites falsos, de manera que hunden el pico en la tierra pero no dejan nada ahí. Es su estrategia para confundir a otros pájaros hambrientos.

En otra investigación, Russell Gray, de la Universidad de Auckland, descubrió que los pájaros fabrican herramientas. Gray dijo que hacen unas cosas realmente complejas: «Los hemos visto en su hábitat tomar entera una rama de un árbol, quitarle las ramas laterales y afilar la punta para hacer un gancho y cazar larvas». También se les ha visto usar otras herramientas para atrapar los alimentos. Gray descubrió, por accidente, que un pájaro al que llamaron Betty era capaz de hacer cosas increíbles: entre los alambres que le presentaban en la investigación escogía el alambre torcido para buscar su comida. Más tarde Betty dejó mudos a los investigadores cuando escogió un alambre derecho y luego usó su pico para doblarlo. Cuando hicieron más pruebas presentándole sólo alambres derechos, los dobló varias veces para hacer ganchos. Luego, hizo herramientas para alcanzar su alimento con pedazos de aluminio, doblándolos, acortándolos o alargándolos.

Luis Lefevre, en cambio, concluyó que los pájaros más inteligentes son los cuervos, los halcones, los pájaros carpinteros y las garzas. Su lista de inteligencia fue elaborada teniendo en cuenta el grado de innovación exhibida ante los retos de la subsistencia. Para el, los pájaros más innovadores son los cuervos. «En Zimbabue, los buitres en campos minados esperan a que pasen animales herbívoros y mueran como consecuencia de las explosiones para aprovechar la situación y conseguir su comida», dijo. Claro que «de vez en cuando uno de esos buitres cae en su propia trampa y muere».

Científicos alemanes descubrieron que las urracas pueden reconocerse a sí mismas en un espejo. Hasta hace poco, se pensaba que sólo los seres humanos eran conscientes de sí mismos frente al espejo. Ahora, ya se sabe que la mayoría de los chimpancés, los orangutanes, los delfines y los elefantes pueden reconocer su propio reflejo.

Los experimentos más impresionantes se han realizado con una especie de arrendajo. Estos pájaros esconden cada año miles de trozos de comida, y recuerdan dónde han escondido cada uno. Según Nicola Clayton, de la Universidad de Cambrige, esto no es posible sin recordar no sólo el lugar del escondite sino la experiencia de esconderlo. Es la llamada memoria episódica. Los arrendajos no se comportan igual cuando, al esconder comida, son observados: si hay otro pájaro cerca mirando, a las pocas horas suelen volver al escondite, sacar la comida y llevársela a otro sitio. Se ha comprobado, pues, que los arrendajos tienen memoria episódica e imaginan el futuro, como nosotros.

La relación del hombre con los animales y la Tierra ha sido de menosprecio durante siglos. Hoy las cosas están cambiando. La ciencia ha acudido a los animales para tratar de comprender su relación armónica con la Tierra, su inteligencia.

Y lo está logrando con la ayuda de pájaros tan humildes como el arrendajo. La humanidad sigue atenta a todos estos descubrimientos. Los empresarios voraces, los gobernantes y los políticos corrompidos de los países más atrasados, no.

Ellos creen que lo saben todo y que pueden transgredir incluso las sabias leyes de la naturaleza. Y piensan que los ciudadanos y los pájaros somos estúpidos, como ellos.

Fuente: El Colombiano

*Escritor y periodista colombiano. Premio de Periodismo Germán Arciniegas

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