Memorias inducidas

Por: Antonio Vélez

Daniel Schacter, sicólogo de Harvard, clasifica las fallas de la memoria en siete categorías básicas, o como los llama él, los siete pecados capitales de la memoria: fragilidad, distracción, bloqueo, sesgos, proclividad a la sugestión, atribución errónea y persistencia indeseada. Los tres primeros son pecados de omisión: fallamos al tratar de acordamos de un suceso, un nombre o un hecho; los tres siguientes son de comisión: tenemos un recuerdo almacenado, pero no es correcto; el último es de antiomisión: contra toda nuestra voluntad, no podemos borrar de la mente el recuerdo.

La fragilidad es la esencia de la memoria: se refiere al debilitamiento de los recuerdos, o aun pérdida total, a medida que transcurre el tiempo. Las fallas de memoria por distracción, como objetos extraviados o una cita que se olvida, se producen más de una vez porque algo nos ocupa por un momento la atención. Los bloqueos son frecuentes: intentamos marcar con suma urgencia un número telefónico muy conocido, pero la mente se bloquea y el recuerdo nos juega escondites.

En el ámbito judicial, las fallas más peligrosas de la memoria son las de comisión: sesgos, proclividad a la sugestión y atribución errónea. El pecado de los sesgos o propensiones alude a influencias internas que distorsionan los recuerdos: nuestros conocimientos y creencias actuales afectan notablemente nuestro banco de memorias, de tal manera que tendemos a corregir el recuerdo de las experiencias pasadas, a la luz de lo que sabemos o creemos en la actualidad.

La proclividad a la sugestión se refiere a recuerdos falsos implantados por medio de preguntas, observaciones o sugerencias inductivas, formuladas cuando una persona intenta recordar una experiencia pasada. Tenemos tendencia a incorporar en los recuerdos personales información procedente de fuentes externas, como versiones escuchadas a otras personas, imágenes presenciadas, material escrito o lo observado a través de los medios de comunicación.

Algo que un juez idóneo debe tener en cuenta es que la forma cómo se hacen las preguntas puede contribuir a que los testigos oculares hagan identificaciones erróneas. Se ha demostrado que los procedimientos sugestivos pueden favorecer la formación de recuerdos falsos. Por ejemplo, las entrevistas agresivas a niños a veces se traducen en memorias distorsionas de supuestos abusos sexuales a cargo de profesores u otros adultos, incluidos lo padres. Los resultados han tenido repercusiones nefastas en los interrogatorios policiales, dado que los recuerdos de un suceso resultan alterados. En las llamadas entrevistas cognitivas se estimula la evocación de detalles que quizás al principio no se recordaban, a fin de que el testigo recupere mentalmente el contexto o escenario verdadero en que se produjo el suceso. Pero la experiencia ha demostrado que en ocasiones puede llegarse a extremos indeseados, lejos del propósito que se busca. La sugestionabilidad sigue siendo una preocupante vulnerabilidad de la memoria, especialmente en los niños.

El pecado de atribución errónea, común por cierto, consiste en asignar un recuerdo a una fuente equivocada, o confundir un sueño con la realidad, o recordar incorrectamente. Las consecuencias más lamentables se presentan en el ámbito legal: el testigo recuerda hechos que no ocurrieron, o que sí ocurrieron, pero fueron situados en lugares o momentos equivocados. El término acronogénesis, que significa desorden de la secuencia temporal, se emplea para describir los errores de ubicación en el tiempo.

Debido a estas fallas de nuestra vulnerable memoria, en la cárcel, como en el manicomio, no están todos los que son ni son todos los que están.

Fuente: Ámbito Jurídico

El origen del orgasmo

La sensación más placentera que sufre nuestro organismo se remonta millones de años atrás en busca de la propagación de los genes. El que experimentemos ese majestuoso estímulo nervioso es básicamente la manera en que la vida se mercadea a sí misma recompensando a aquellos que la propagan o, al menos, que simulan hacerlo.

Sirva aclarar que mi intención con esta articulo no es la de desentrañar misterios de tipo emocional o afectivo sobre la excitación y sus confines pues el abordaje de estos aspectos tiene casi tantas facetas como seres humanos que las padecen. Bástenos en este caso con decir que nuestra percepción es atravezada por experiencias y expectativas subjetivas que alteran nuestra vivencia que se originan en un sistema nervioso que a todos nos es común.

De hecho para ser francos los organismos con reproducción sexual no necesitan del orgasmo para reproducirse. Un simple ejemplo son las plantas. Incluso este estímulo esta ausente en algunas especies animales aunque si pueden rastrearse sus vestigios en casi todos los mamíferos. En el caso de las mujeres sucede algo muy particular y es que el orgasmo aparece en promedio en uno de cada dos encuentros sexuales, con lo cual se hace evidente que tampoco precisamos como especie del orgasmo para reproducirnos.

¿Por qué entonces el orgasmo? Tal vez la respuesta tenga una razón similar a la del hambre: no es necesaria para comer pero puede ayudar. El orgasmo estimula el encuentro sexual entre nosotros y en esa medida es adaptativo para la supervivencia de la especie. En el caso de las hembras pareciera más un subproducto embrionario del orgasmo masculino que una adquisición evolutiva reciente. La discusión permanece pero el asunto es que existe y ha resistido el paso del tiempo.

Es tal la importancia de la reproducción para la naturaleza que algunas especies han desarrollado mecanismos especiales como los cierres genitales y la ovulación inducida para tratar de garantizar la fecundación (Ej: Perros la primera y gatos la segunda). En el caso del Homo sapiens no hay tales pero es común que el hombre tenga mayor facilidad para alcanzar el orgasmo pues si fuese la mujer la que tuviera esta ventaja posiblemente no abria fecundación ante la súbita perdida de interés de ella por el acto, tal como lo afirman Lynn Margullis y Dorion Sagan en su libro Danza misteriosa.

Los recuerdos y la imaginación

“Un importante aspecto del recuerdo es que una vez almacenado, cuando se evoca para traerlo de nuevo a la conciencia, por lo general, sufre importantes modificaciones que alteran su contenido al punto de hacer por momentos dificil reconocer entre lo que creemos que sucedió, o se dijo, y lo que realmente fue”.

La memoria funciona de manera extraña. Es el fruto de miles de años de evolución y no esta diseñada para guardar recuerdos de forma literal sino conveniente. Su importancia radica en la capacidad que asigna al individuo para sobrevivir y no en la de ganar exámenes o recitar versos y números por doquier.

La forma en que almacenamos la información se origina en el núcleo del cerebro, llamado hipotálamo, donde almacenamos la información a corto plazo, para luego fijarse en la corteza cerebral a largo plazo, de acuerdo con la frecuencia con la que recurrimos a ésta y el contexto en que es almacenada.

No será lo mismo memorizar una fórmula matemática para alguien que la vió un par de veces antes de una evaluación en el colegio que para un ingeniero que la usa todos los días en su trabajo. También hay ocasiones en que que no necesitamos mucha frecuencia para fijar un recuerdo pues la emoción del momento, positiva o negativa, tiene un poderoso efecto.

El psicólogo Daniel Kahneman, premio Nobel de economía en el 2002, y sus colegas, han demostrado que el modo en que recordamos una experiencia depende de cómo nos afecta dicha experiencia en su momento más álgido y como termina. Así que entre una experiencia desagradable que dura un minuto y una igualmente desagradable que dura dos pero termina bien, posiblemente tengamos un recuerdo menos negativo de la segunda a pesar de que la molestia duró el doble.

Empero todos hemos escuchado casos de prodigios que son capaces de recordar con pasmosa exactitud una escena, un número o una fecha. Es precisamente por eso que son excepcionales y sus características muchas veces representan más un problema que una ventaja.

Un importante aspecto del recuerdo es que una vez almacenado, cuando se evoca para traerlo de nuevo a la conciencia, por lo general, sufre importantes modificaciones que alteran su contenido al punto de hacer por momentos dificil reconocer entre lo que creemos que sucedió, o se dijo, y lo que realmente fue.

Posiblemente convenga tratar de recordar este particular aspecto del recuerdo, valga la redundancia, la próxima vez que estemos discutiendo sobre lo que alguien mencionó o sobre lo que sucedió, en vez de ensartarnos en discusiones bizantinas en las que se hace practicamente imposible reconocer entre lo acontecido y lo imaginado.

Sobre la pena de muerte y/o la cadena perpetua para asesinos y violadores de niños

Por: Carlos Andrés Naranjo Sierra
Por estos días el dolor y la desesperanza han vuelto a campear por nuestro país invitados por el cruel asesinato del pequeño Luis Santiago Lozano a manos de un par de sicarios fleteados por su propio padre, Orlando Pelayo. Con el ánimo de conjurar esta amarga realidad, que por cierto no es nueva, se han alzado numerosas voces pidiendo la pena de muerte o, por lo menos, la cadena perpetua para criminales de esta talla.

Desde el Senado de la República, el Concejo de Medellín y los medios de comunicación se ha venido liderando, de un tiempo para acá (con mayor fuerza desde el programa del caso Garavito expuesto por “Pirry” en el canal RCN), una cruzada popular en pro de la prisión perpetua o la pena capital para los violadores y/o asesinos de niños, proponiendo un referendo con el fin de reformar la Constitución nacional en sus artículos 11 y 34 que tratan sobre la inviolabilidad de la vida y la prisión perpetua respectivamente.

A riesgo de parecer indolente ante tan deplorables acontecimientos, debo decir que no creo que la pena de muerte ni la cadena perpetua tengan un efecto significativo sobre este tipo de conductas. El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Academia Americana de Psiquiatría (DSM-IV) define este tipo de comportamientos, asesinato y violación, como “un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás que se presenta desde la edad de 15 años”.

Habría que analizar caso por caso pero no creo que sea demasiado aventurado afirmar que muchos de estos violadores y asesinos, de niños o no, pueden padecer una alteración de la conducta llamada Trastorno antisocial de la personalidad, que consiste básicamente en la búsqueda de la propia satisfacción sin importar el costo material o psicológico que ello pueda ocasionarle a los demás y sin que asome el menor remordimiento.

Por ello se afirma que la gran mayoría de los violadores y abusadores no se redimen ante las penas o los castigos y que vuelven a cometer esta clase de horrores. Entonces, si la gran mayoría de violadores y abusadores no se redimen ¿qué sentido tiene endurecer la pena para tratar de evitar el delito? Y si como sociedad decidimos eliminar a este tipo de personas ¿cómo podremos estudiar a fondo estos casos para evitar que situaciones similares sigan presentándose?

Algunos pueden argumentar que es precisamente para evitar que estos sujetos incorregibles queden en libertad que debería aplicársles la pena de muerte o la cadena perpetua. Ante esta otra posición se puede afirmar que es un hecho que con el paso de los años estos personajes ya no ofrecen el peligro del que se les acusa y por el cual estarían confinados a la reclusión. No tendría consistencia jurídica que un abuelo de 80 ó 90 años permanezca en prisión por ser una amenaza para la sociedad como violador o asesino, claro que aún falta investigación en este aspecto.

La psicología, la psiquiatría, la neurología, la sociología y el derecho tienen todavía mucho que aprender y proponer en estos casos, si las propuestas basadas en la pena de muerte y la cadena perpetua, las dejan. Se muestra claro que estas alternativas de incremento de penas no lograrán atacar la raíz del problema, y lo que es peor, ni siquiera tendrán efectos significativos sobre la frecuencia y la intensidad de la actuación indeseable.

Esta es una invitación a pensar con calma y eficacia y no con prisa y apasionamiento. Este tipo de «soluciones» por lo general no conducen a mejores horizontes de largo plazo ni para los niños ni para nadie y sólo alimentan un debate mediático y político que sirve para que unos cuantos canales aumenten su rating y un puñado de servidores públicos hagan su festín electoral a partir del dolor y la desventura ajenas. Lo cual además de ser verdaderamente indolente y perverso, debería ser sancionado. Eso sí, no con la pena de muerte ni con la cadena perpetua.