Conversaciones en UN Radio sobre la psicología evolucionista


En días pasados, estuvimos compartiendo con el profesor Juan Diego Vélez en su programa radial Conversaciones en Contravía de la Universidad Nacional, nuestras apreciaciones sobre la psicología evolucionista, el modelo estándar de las ciencias sociales y el psicoanálisis en Medellín y en Colombia.

Hablamos del pasado, presente y posible futuro de este nuevo campo de estudio de la psicología, en la que se entiende la mente humana como el producto biológico de la presión ambiental y las mutaciones genéticas, a partir de la teoría de la evolución de Charles Darwin. Ésto molesta a algunos, sorprende a otros y a unos cuantos interesa.

¿Es determinista la psicología evolucionista? ¿Cómo explica el altruismo y el egoísmo? ¿Somos iguales que una abeja o una hormiga en términos evolutivos? ¿En qué lugares del mundo se está estudiando psicología evolutiva o evolucionista? Estos y otros interrogantes, fueron discutidos por el profesor Vélez con el psicólogo Carlos Andrés Naranjo Sierra.

Para escuchar los programas, haga clic en el enlace respectivo:
Psicología Evolutiva 1
Psicología Evolutiva 2

Sobre el libro Con una sola pierna, de Oliver Sacks

Por: Carlos Andrés Naranjo Sierra
La historia comienza luego de que el autor sufre la fractura se su pierna izquierda, huyendo de un toro en las montañas noruegas, viéndose enfrentado a la necesidad de moverse para encontrar ayuda y luego para recuperarse en medio de la incomprensión del personal médico y de enfermería respecto a la pérdida de percepción y control sobre su extremidad inferior, conocido como síndrome de Pützl.

Oliver Sacks es un autor sui generis pues navega entre el género científico y el literario, en lo que algunos han dado en llamar, creo yo con bastante acierto, novela neurológica. Nunca nos repondremos de su partida definitiva el año pasado, a los 82 años, debido a un cáncer de hígado, pues sus libros han permitido que el público neófito se acerque con mayor confianza a temas relacionados con la mente humana y la cultura.

No en vano, el libro está dedicado al famoso neuropsicólogo ruso Alexander Romanovich Luria, con quien el autor mantiene un intercambio epistolar sobre su caso y en el que el científico ruso lo anima a escribir el presente libro, con el fin de ampliar la visión mecanicista de la neurología hacia nuevos horizontes que la integren con la psicología.

Durante su padecimiento y recuperación, el autor encuentra una especial relación entre ritmo y movimiento, entre música y cuerpo, que tal vez dieron origen a uno de sus posteriores libros llamado Musicofilia, publicado en su versión original en 2007 y en su versión en español en 2009, y que introducen un metatema en el libro Con una sola pierna, que recorre la historia de principio a fin.

«Hasta que no llevaba un rato contando con una voz de bajo retumbante y sonora no me di cuenta, de pronto, de que me había olvidado del toro o más exactamente, que había olvidado mi miedo, en parte porque comprendía que no tenía ya objeto y en parte porque me daba cuenta de que había sido absurdo ya desde el principio. No había en mi lugar para aquel miedo, ni para ningún otro, porque estaba lleno a rebosar de música. E incluso no era literal, audiblemente música, estaba la música de mi orquesta de músculos tocando, ´la silenciosa música del cuerpo´, según esa bella frase de Harvey. Con esta interpretación, con la musicalidad de mi movimiento, yo mismo me convertí en música: ´Tú eres la música, mientras la música dura´. Una criatura de músculo, movimiento y música, un todo inseparable actuando al unísono, salvo por aquella parte de mí suelta, aquel pobre instrumento roto que no podía incorporar porque yacía mudo e inmóvil sin tono ni melodía», dice Sacks en la página 29 de este libro.

En resumen, un libro especialmente recomendado para el grueso del público interesado en los fenómenos neuropsicológicos, y también para el pequeño grupo de profesionales de servicios de la salud, en el que muchas veces despreciamos la opinión de nuestros pacientes, basándonos en prejuicios académicos o personales que nos impiden caminar por el sendero de la humildad que suele llevar al conocimiento.

El abuelo simio y los trastornos de ansiedad


Por: Carlos Andrés Naranjo Sierra
En un pequeño claro del bosque, iluminado por la luz de la luna, duerme uno de nuestros antepasados, acompañado por un manso lobo. Se abriga con la piel de un bisonte que comió hace más de veinte días, y coloca su lanza, con punta de roca, a un lado mientras intenta conciliar el sueño. Los sonidos de la noche lo atormentan. No sabe si lo que se mueve es el viento o una fiera que puede devorarlo. Su pequeño lobo aúlla en medio de la noche y en ocasiones emite algo parecido a un ladrido.

Es una noche común y corriente de nuestro abuelo filogenético, es decir nuestro antepasado evolutivo. Él tenía que cuidar su existencia en todo momento. Cada situación de peligro era realmente un asunto de vida o muerte. De pequeñas decisiones como paralizarse, esconderse, someterse o luchar, dependía que pudiera despertar al día siguiente. Generalmente buscaba a otros homínidos para sumar fuerzas, dividir tareas y disminuir los riesgos, pero no era suficiente, el peligro estaba siempre ahí.

De modo que aquellos más precavidos, más previsivos, posiblemente más ansiosos, fueron los que sobrevivieron en medio de la lucha salvaje por la supervivencia, hace cientos de miles de años. Un descuido representaba la diferencia entre comer o ser comido. Así que nosotros, los herederos de aquel abuelo asustadizo, conservamos parte de sus reacciones límbicas, que nos dicen constantemente que debemos tener mucho cuidado con todo lo que nos sucede, pues nos va la vida en ello.

La vida moderna, lejos de la selva africana donde comenzó nuestra especie, ya no ofrece la disyuntiva literal de comer o ser comido, pero sí dispara nuestro sistema de alertas de manera casi idéntica. La genética, sumada a los problemas de contaminación y movilidad, la falta de acceso a los recursos básicos, las competencias laborales, familiares y sociales, junto con los pequeños y limitados espacios que habitamos, suelen conducirnos al estrés y, en ocasiones, a los trastornos de ansiedad.

Para diagnosticar un trastorno de ansiedad se debe descartar si se debe a una enfermedad médica o al consumo de alguna sustancia; si se debe a algún acontecimiento particular y si el temor es desencadenado por situaciones específicas. También si obedece a ideas persistentes, como las obsesiones, y finalmente, si las alteraciones provocan un malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad de la persona.

Y luego de descartar que no se trate de otra enfermedad o de algún acontecimiento puntual, tenemos la impresionante cifra de que cerca del 40% de la población mundial padece algún tipo de trastorno de ansiedad. Es decir, nuestro abuelo primate aparece en cuatro de cada diez Homines sapientes, con la suficiente frecuencia para desconfigurar su vida diaria, activando constantemente la alarma de muerte. No importa si los acontecimientos son grandes, medianos, pequeños o insignificantes. La alarma se dispara consumiendo recursos y energía que podríamos utilizar en actividades más lúdicas y productivas.

¿Se puede hacer algo? La verdad, no hay una fórmula única para enfrentar los trastornos de ansiedad. Pero mientras esperamos a que pasen los milenios necesarios para que la mente humana evolucione y vaya tomando distancia de la de nuestros antepasados amenazados, es prudente dedicarle un poco más de tiempo a lo que nos gusta, a lo que nos conecta con los placeres moderados, y un poco más de cabeza fría a los acontecimientos que nos conectan con nuestro abuelo simio. De otro modo nos fundiremos nosotros, antes que nuestra alarma.

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