Álvaro Corazón Rural hace un interesante recorrido por la vida sexual se los soviéticos durante mitad del siglo XX para evidenciar como el sistema político e ideológico tiene una fuerte influencia, no solo en la vida pública sino también en la vida privada de los Homines sapientes. A ontinuación reproducimos unos interesantes apartes de su texto, convencidos de que servirá para reflexionar sobre el papel de la psicología en tiempos de absolutismos y totalitarimos como los que, lejos de desaparecer, han comenzado de nuevo a estar más presentes que nunca en el mundo en que vivimos.
«En la época de Stalin la frigidez femenina era un fenómeno masivo. Conviene recordar a tal fin que la mejor manifestación de feminidad quedaba inmediatamente catalogada como decadente y burguesa. Si una mujer usaba lápiz de labios o se atrevía a lucir prendas abigarradas, ya podía estar segura de sufrir las agresiones verbales de los transeúntes y de tener que presentarse en una reunión de las juventudes comunistas o del sindicato, donde la censuraban. Si a este factor ideológico le añadimos la tradicional docilidad y el aplastamiento de la mujer, comprenderemos cómo ha podido ocurrir que una actitud indiferente con respecto al sexo haya llegado a ser un modelo de comportamiento femenino».
La famosa filósofa y activista francesa Simone de Beauvoir había iniciado una campaña para exigir la liberad del médico endocrinólogo Mijail Stern, miembro del Partido Comunista, condenado a trabajos forzados en un campo de concentración soviético. Estaba acusado de recibir sobornos y envenenar niños (sic), además de no disuadir a su hijo de que emigrara a Israel, como le había pedido el KGB que hiciera. En marzo de ese año fue puesto en libertad y obtuvo permiso para salir de la URSS con su familia. Dos años depés, en París, publicaría su libro sobre la vida sexual en la Unión Soviética.
«La vida sexual en la Unión Soviética no es un análisis como La tragedia sexual americana de Albert Ellis, un trabajo que era el resultado de un estudio metódico de la cultura popular, estadísticas fiables y encuestas a grupos de pacientes. La obra de Stern es un compendio de recuerdos y deducciones sin más rigor científico que el de la propia experiencia de este médico en la URSS. Está, además, escrito desde las tripas. Su autor, que ya soportó la represión estalinista, estaba recién salido de un campo de concentración en los 70, por lo que no le tenía mucha simpatía precisamente al comunismo en ese momento».
Y continúa Corazón más adelante, afirmando:
«Eso sí, antes, hay que tener en cuenta lo que supuso la Revolución rusa. Con los bolcheviques, el país pasó en gran parte de su territorio del feudalismo al desarrollo industrial en un plazo muy breve de tiempo. La mentalidad campesina seguía presente en una población que tenía que demostrar al mundo que estaba formada por hombres de una nueva sociedad. Este proceso, el cambio que se llevó a cabo, se hizo a base de propaganda, adoctrinamiento y represión».
Asevera el autor que el destape propiamente dicho, no se produjo hasta la llegada de Glasnost de Gorbachov, cuando empezó a circular pornografía libremente, y aparecieron por primera vez desnudos en televisión pero ya había existido entre los rusos ancestrales, una convivencia más o menos normal con el sexo sin una carga exagerada de culpa, como si secedía en las comunidades judiocristianas de la época de principios de siglo.
«El sexo no era considerado como una actividad culpable entre los campesinos rusos. Existían múltiples canciones populares de carácter sexual e incluso fiestas aldeanas donde se llegaba a relaciones libres entre ambos sexos. Tampoco estaban mal vistas en algunos casos las relaciones preconyugales. Pero todo en el contexto de una sociedad patriarcal y machista hasta el extremo.
El domostroi, una especie de regla de vida doméstica del siglo XVI, recomendaba al marido azotar a la mujer, evitando en la cabeza o las partes sensibles del cuerpo. Pegar a una mujer una realidad tan corriente que incluso algunas canciones populares lo enaltecían.
«Cuando llegó la ruptura, durante los primeros meses de la revolución leninista, en los años 20, hubo un periodo de locura colectiva. La subversión política y económica, con el hundimiento de las instituciones tradicionales, llegaba también de la mano de un deseo de liberación sexual. Hubo manifestaciones de nudistas. Se crearon ligas del amor libre. La juventud estaba exaltada.
El malestar entre los dueños del cotarro tampoco tardó en notarse. Había un problema que superaba incluso el disgusto de los campesinos y sus formas de vida tradicionales: el dominio de la población y el mencionado cambio al “hombre nuevo”. Desde el poder, empezaron a llegar señales conservadoras con, por ejemplo, la definición de la sexualidad desde una óptica ideológica:
Sentir atracción sexual por un ser que pertenezca a una clase diferente, hostil y moralmente ajena, es una perversión de índole similar a la atracción sexual que se pudiera sentir por un cocodrilo o un orangután. (Zalkind, Revolución y juventud, 1925)».
La medicina oficial soviética comenzó a repetir con obstinación que el despertar sexual de la mujer se daba después de nacer el primer hijo cuya incongruente afirmación no pretendía remediar la frigidez uq ehbá comenzado a aparecer, sino más bien estimular la natalidad decreciente, lo que era un grave problema para el crecimiento industrial y económico de la nueva nación.
«Los hijos tenían que ser pioneros, prestarle juramento al régimen, y el padre un dechado de virtudes “hiperproletarias” que “no hace apenas el amor y suele relegar incluso el amor platónico a un mañana mejor”. Amar a tu media naranja era egoísmo propio del pasado reaccionario. La pareja, la familia, se asentaba en el amor al radiante porvenir.
Los roles, por ridículos que pudieran parecer, se mantenían con la intervención del Estado en todos los órdenes de la vida mediante la delación. Había cónyuges que se denunciaban entre sí. A un niño que denunció a su padre durante la colectivización, Pavlik Morozov, se le levantaron estatuas por todo el país. Los vínculos familiares y el occidental amor romántico pasaron a ser un engendro de relaciones ideológicas y “amor de clase” bastante poco realista con las pulsiones humanas».
Pero al igual que en los barrios marginales de las ciudades Latinoamericanas, un punto determinante para explicar las dificultades que experimentaba la vida sexual de los soviéticos era el problema del acinamiento en la vivienda. Durante muchos años la mayoría de la población de las ciudades compartía apartamentos donde, en cada habitación, residía una familia entera. Esto acarrea claras dificultades para los encuentros íntimos. Las parejas tenían que buscar el momento en el que los abuelos se iban de paseo con los nietos para sostener relaciones sexuales.
«Los cementerios, los parques y los taxis, a cambio de una botella de vodka para el conductor, se convirtieron en los picaderos habituales de las parejas menos doblegadas por la propaganda y el adoctrinamiento sexual.
Al mismo tiempo, muchos ciudadanos tenían miedo de las apariciones nocturnas de la policía en los domicilios. Un pánico que, si les había tocado alguna vez, no olvidaban jamás. Stern detectó que este estado de ansiedad había llevado a la impotencia a muchos hombres. Y en las mujeres, frigidez. Incluso un síntoma curioso, que los músculos vaginales experimentaran una contracción súbita al más mínimo sobresalto durante el acto y la pareja se quedaba “pegada”.
Además, con este panorama, los manuales médicos soviéticos más acreditados recomendaban sexo no más de una vez al día y con una duración tampoco superior a un minuto. Gustarse haciendo el amor podía causar problemas mentales, advertía la medicina de aquel tiempo. Por no haber, no existía ni traducción para la palabra “orgasmo”, se decía un triste y proletario “terminar”.
Besarse en la calle equivale a cometer una porquería. Permitirse fantasías eróticas en las técnicas sexuales supone convertirse en adepto del marques de Sade. Prolongar la duración del acto sexual es jugar con fuego y arriesgarse a los más graves trastornos neuróticos.
De este modo, varias generaciones de soviéticos vivieron sin intimidad, con la tensión propia de un estado policial y martilleados por la propaganda, desconocíeron prácticamente todo sobre su cuerpo y la salud sexual y reproductiva. Un acontecimiento no poco significativo para la vida de millones de personas, que padecieron la desaparción casi total de su intimidad, a manos de un régimen totalitario, que en aras del amor común, acabo no solo con las expresiones del amor de pareja sino también con las del mismo amor comunitario que pregonaba.