La importancia del bienestar animal

1360841918471Eduard Punset entrevista a la experta en comportamiento animal Marian Stamp-Dawkins quien afirma que tendemos a creer que lo que es bueno para nosotros, también lo es para los otros animales, y advierte de que esto no es necesariamente así Reconoce sin embargo que debemos partir de nuestra percepción y de un acuerdo sobre el bienestar consistente en que el animal esté saludable y pueda obtener lo que quiere.

Stamp-Dawkins charla con Punset sobre la necesidad de contrastar científicamente lo que sabemos de la calidad de vida de los animales, sus emociones, su dolor y sus percepciones, enlazándolo con el campo político ya que es allí donde se refleja la conciencia de una sociedad y se determinan las leyes que contribuirán al bienestar de los seres vivos tanto humanos como no humanos. Ver el video.

Recientemente en Doctor Pulgas se publicó el caso de Yoko, un labrador chocolate que está sano pero vive amarrado a un cable en el gélido clima de Santa Elena en Medellín. Las leyes aún no facultan a los funcionarios para hacer algo al respecto pero tal vez este tipo de reflexiones, como las de la doctora Marian, sean un primer paso en la dirección hacia un mayor bienestar animal.

Eduard Punset visita Colombia y habla de su libro Viaje al optimismo

IMAGEN-12986909-2 Eduard Punset estuvo en Colombia para presentar su libro Viaje al optimismo. Internacionalmente conocido por su programa Redes que se transmite por Televisión Española es llamado también el Carl Sagan español por amplio conocimiento e interés en la divulgación científica.

Ha sido abogado, empresario, exiliado, economista del FMI, redactor de la BBC, director de la edición de The Economist para América Latina y congresista español. En su visita a Colombia fue entrevistado por el diario capitalino El Tiempo y respondió algunas interesantes preguntas que reproducimos a continuación:

¿Cómo despertó su interés por la ciencia?
Fue gracias a los comunistas. En los 50 yo pertenecía al Partido Comunista Español y recuerdo que entre la gran cantidad de cosas disparatadas que intentaban inculcarnos hubo una absolutamente sensata: nos aconsejaban dejar de escrutar nuestros propios intestinos y mirar hacia afuera para poder cambiar el mundo. He intentado seguir esa pauta y dejar de lado las visiones introspectivas para participar y contar los cambios que están transformando el mundo.

Parte de su popularidad radica en que aborda en clave científica temas como la felicidad, que habían quedado relegados al terreno de la autoayuda.
Esto es porque ni los científicos ni los periodistas le habíamos hecho caso a lo que William James, el fundador de la psicología moderna, predicaba desde el siglo pasado. Él decía que desde la más tierna infancia el fin último del ser humano es tratar de conectar con el resto del mundo y obtener reconocimiento y amor de los demás. Hoy, por primera vez en la historia del pensamiento, la ciencia empieza a ocuparse del mundo de las emociones.

Pero razón y emoción nunca se han llevado bien…
Esa visión se está revaluando y muchos científicos trabajan para intentar acercar ambos mundos. Hablamos, por ejemplo, del equipo de neurólogos y psicólogos de Harvard encabezados por John Bargh, que han descubierto que la intuición ocupa una mayor parte del cerebro que el pensamiento racional.

Teorías como esa le han valido muchas críticas, algunos lo han llamado ‘divagador’ en lugar de ‘divulgador’ científico…
Casi nunca me he enfrentado a esa crítica por una razón sencilla y es que nadie me puede negar que el volumen de información contenido en el inconsciente es 100.000 veces mayor que el que procesamos racionalmente. Lo dice también un Nobel, Daniel Kahneman, quien sostiene que la intuición es el secreto de muchos juicios y decisiones que toma la gente. Es un gran poder y por eso hay que conocerlo y aprovecharlo.

La felicidad fue la primera de las emociones humanas que abordó en sus ensayos. ¿Cuándo empieza la ciencia a preocuparse por este tema?
Ha tenido mucho que ver el aumento de la esperanza de vida. Cuando el ser humano sabía que iba a vivir, como mucho, unos 30 años, no tenía más remedio que aceptar que solo podría parir a sus hijos, educarlos y empezar a pensar si habría algo después. Pero hoy la esperanza de vida se ha duplicado, y cada ocho años aumenta en 2,4 años. Entonces, la primera pregunta que surge no es saber si hay vida después de la muerte sino cómo aprovechar toda la que hay antes.

¿Existe la fuente de felicidad?
Sí, en las relaciones personales, y es un descubrimiento relativamente reciente. Cuando yo era niño recuerdo que entre más feo fueras y más dioptrías tuvieras más prometedor era tu futuro en la ciencia porque ibas a estar aislado del mundo. Pero hoy se le ha dado la vuelta al tema: estudios demuestran que en la soledad se dejan de producir neuronas y que ese estado no es un gran centro de innovación, como se creía antes. Por eso la ciencia concluye hoy que es mejor un amigo que un fármaco.

Lo dice alguien que tiene 650.000 amigos en Facebook…
Las redes sociales están ayudando muchísimo a que seamos más felices. Los estudios de antropología evolutiva del profesor de Harvard Robin Dunbar señalan que el cerebro humano está diseñado para poder relacionarse con 150 personas máximo. Sin embargo, las redes sociales han empezado a romper esas barreras y ahora podemos crear entornos de miles, y en distintos hemisferios.

¿Cuál es el mayor enemigo de la felicidad?
El miedo. Si alguien quiere ser feliz tiene que identificar sus miedos y gestionarlos, como hay que gestionar otras emociones inherentes al ser humano, como la ira. La felicidad es la ausencia de miedo.

Si la felicidad es la ausencia de miedo, ¿cómo se explica que Colombia sea uno de los países más felices, con la historia de violencia que hemos vivido?
Es una contradicción aparente, porque las dimensiones de la felicidad que hemos estudiado son primordialmente individuales y pueden desarrollarse y coexistir con un estado caótico del entorno. Por supuesto que no hay que descuidar el impacto de la felicidad a nivel social, pero teniendo siempre de presente que es un fenómeno individual.

El libro que promociona se llama ‘Viaje al optimismo’. ¿De verdad vivimos en un mundo mejor?
Contrario a esa frase que ha hecho escuela, todo tiempo pasado fue peor. La historia de la humanidad nos habla de un pasado ominoso, cruel, burocrático, dogmático… un mundo violento, en el que solo prevalecía la fuerza y en el que las acciones instigadas por el impulso de cubrir las necesidades fisiológicas básicas prevalecían sobre las acciones para vivir mejor en sociedad. Hoy sabemos que los índices de violencia han disminuido, incluso en el siglo XX, con dos guerras mundiales de por medio. También está científicamente demostrado que la empatía y el altruismo están aumentando.

Y en España, ¿qué opinan de que usted vaya por ahí hablando de optimismo?
Hay que ver la crisis en su dimensión justa. Durante años tuvimos que escuchar explicaciones –sobre todo de los políticos– que hablaban de que países como España, Italia y Grecia eran víctimas de una crisis planetaria. Los economistas sabíamos que esto era una desfachatez: si padeciéramos una crisis planetaria, nuestro déficit solo podría explicarse porque todos o alguno de los restantes planetas, como Urano, Neptuno, Marte o Saturno, hubieran generado el correspondiente excedente. Y ni siquiera sabemos si hay vida en ellos. Hay que tener claro que nos enfrentamos a crisis específicas de países específicos y la prueba de ello es Colombia, donde no hay crisis.

Pero que no sea una crisis planetaria no implica que no haya indicadores brutales, como más de seis millones de personas sin empleo…
Por supuesto, y es una gran lección que nos deja esta crisis; nos ha demostrado que aquellas competencias que eran necesarias en la sociedad industrial para conseguir trabajo no lo son en la sociedad del conocimiento. Antes mandaban las matemáticas, la química, la física y en el último lugar estaba la creatividad. Hoy las competencias que se requieren son otras, como la capacidad de trabajar en equipo, en lugar de competir, o el saber gestionar las emociones.

Usted ha entrevistado en ‘Redes’ a verdaderos genios. ¿Cuál diría que es nuestro Einstein contemporáneo?
Hay varios, generalmente premios Nobel que no han sido particularmente famosos. Pienso en el Nobel de medicina sudafricano Sydney Brenner, quien puso de manifiesto que no hay creación sin multidisciplinariedad, que son las interrelaciones entre investigadores, clínicos y pacientes la base de toda innovación. Él dice: “Los que más me han enseñado son los que menos sabían de mi especialidad”.

¿Y el descubrimiento clave de los últimos tiempos?
Yo diría que la aportación más invisible pero de más peso ha sido la de los físicos cuánticos de comienzos del siglo XX, que introdujeron en un mundo dogmático el principio de la incertidumbre.

¿Pero no se supone que la filosofía está para hacer las preguntas y la ciencia para dar respuestas?
Dudar es uno de los grandes avances de la ciencia contemporánea y eso es lo que intento transmitirles a mis nietos: que duden y que cambien de parecer. Si hasta la estructura de la materia puede cambiar, ¿cómo no va a poder cambiar el ser humano de opinión?

¿Cuál será el próximo gran descubrimiento científico?
Saber si la ciencia tiene límites. Para algunos, se trata de un poder infinito que se va construyendo en el tiempo, pero hay un minoría de científicos –aunque muy ilustrada– que considera que el desarrollo científico tiene sus propios límites y que estamos a punto de alcanzarlos. Es una belleza asistir a este debate y ojalá podamos ver cómo termina.

Conocer el elemento
Para Eduard Punset, una de las mayores claves para encontrar la felicidad está en el conocimiento del ‘elemento’, es decir en saber distinguir aquello que hace vibrar positivamente la mente y potenciarlo. “En mi caso, una de las mayores fuentes de felicidad estaba en trabajar un sábado por la tarde en la sede del FMI, en Washington, cuando no había absolutamente nadie. En ese entorno era extremadamente productivo”, asegura.

Según el catalán, si los padres y los educadores tuvieran en cuenta esta premisa, el famoso déficit de atención sería revaluado. “Siempre recordaré a un chico de EE. UU. que le reprochaba a su madre: ‘¡Mamá, no es una falta de una atención, es que no me interesa!’”.

Sobre el libro
‘Viaje al optimismo’ es el cuarto libro de la colección ‘Viaje a las emociones’, que incluye también los títulos ‘El viaje a la felicidad: las nuevas claves científicas’ (2005); ‘El viaje al amor’ (2007), y ‘El viaje al poder de la mente’ (2010).

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