El propósito de la monogamia

El origen de la monogamia en el Homo sapiens
El origen de la monogamia en el Homo sapiens

Por: Frans B.M. De Waal y Sergey Gavrilets
Traducción: Carlos Andrés Naranjo-Sierra
Los seres humanos viven fascinados por la monogamia animal. En la década de 1960, Konrad Lorenz había idealizado los vínculos de pareja de los gansos hasta que uno de sus alumnos señaló algunas infidelidades y sugirió que los gansos pueden ser «como un ser humano», por su parte Desmond Morris especulaba sobre las ventajas del vínculo de pareja para los primeros seres humanos. A pesar de que ya se han propuesto muchas teorías, las inclinaciones monógamas en los seres humanos también han sido cuestionadas, incluyendo la idea generalizada de que todo se reduce a la provisión de los padres.

Los biólogos prefieren colocar la monogamia en una perspectiva comparativa amplia para determinar qué factores pueden haber impulsado su evolución. ¿Por qué es la monogamia diez veces más común en las aves que en los mamíferos? Además, aunque relativamente común en los primates, ¿por qué no hay primates -aparte de los seres humanos- en los que múltiples parejas reproductoras vivan juntas? La monogamia en los primates conlleva generalmente la territorialidad, con ambos, el macho y la hembra encargados de repeler los forasteros de su mismo sexo.

Recientemente, dos equipos británicos independientes han abordado estas cuestiones mediante el análisis de las variaciones en los rasgos de candidatos, que pueden haber empujado a las especies hacia la monogamia. Ambos estudios utilizaron la estadística bayesiana y de máxima probabilidad para explorar tres características: (1) la atención paterna, (2) la sociabilidad femenina, y (3) el infanticidio. Los investigadores utilizaron bases de datos diferentes, sin embargo el equipo del Kit Opie, del Colegio Universitario de Londres, comparó los datos de 230 especies de primates, mientras que el equipo de Dieter Lukas y Tim Clutton-Brock, de la Universidad de Cambridge, cubrió no menos de 2.545 especies de mamíferos, incluyendo 330 primates. Los equipos clasificaron a su vez los sistemas de apareamiento de forma diferente uno del otro, criticando las clasificaciones entre sí.

Sin embargo, los equipos estuvieron de acuerdo en un punto crucial, y es que es más probable que el cuidado paternal sea consecuencia de la monogamia,-una idea tardía sobre los beneficios evolutivos- que la clave de su existencia. Pero esta conclusión dejó de lado otros dos factores, la sociabilidad femenina y el infanticidio, como posibles detonadores, en los cuales los equipos no coincidieron. De hecho el equipo de Opie estaba tan convencido de que el infanticidio era la causa principal, que la colocó en el título de su trabajo. Que los machos matan a los jóvenes engendrados por otros machos se sabe de muchas especies, y es visto ampliamente como una manera de acelerar la reproducción de la mujer en favor del macho infanticida. La literatura primate está plagada de teorías sobre cómo la necesidad de limitar el infanticidio forma la organización social, incluida la tendencia de los hombres a acompañar y proteger a una mujer que lleva su progenie. La baja tasa de infanticidio en especies monógamas, señaladas por ambos equipos de investigación, parece ajustarse a esta idea, pero no implica necesariamente una relación causal. ¿Es la monogamia eficaz para prevenir el infanticidio o más bien nunca ha habido infanticidio en estas especies?

El equipo de Cambridge señala que la mayoría de los animales monógamos no encajan en el molde típico de especies infanticidas. Es sólo cuando la duración de la lactancia excede el de la gestación que la matanza de crías conlleva beneficios para otros machos. Sin embargo, esta no es una característica común de los animales monógamos por lo que el equipo de Cambridge sostiene que el infanticidio no debe ser una causa y concluye que la monogamia probablemente comenzó más bien como una manera usada por los machos para monopolizarlas hembras aisladas. Cada vez que la competencia por los alimentos produjo hembras aisladas, los machos terminaron defendiendo una hembra a la vez, ya que no podían defender simultáneamente a varias hembras. Una vez que un macho se instalaba como el vigilante de una sola hembra, la defensa de sus hijos y el aprovisionamiento de comida eran extensiones lógicas.

La diferencia en las conclusiones de ambos grupos es confusa dada la apretada conexión estadística entre la monogamia y los rangos femeninos discretos. Ambos equipos encontraron esta conexión para superar la que existe entre la monogamia y el infanticidio. Entonces, ¿por qué el equipo de Opie puso tanto énfasis en el infanticidio? ¿Fueron los autores influidos por las anteriores teorías o por argumentos estadísticos sólidos? Opie y sus colaboradores. estimaron las tasas de transición en tres modelos estocásticos, cada una incluyendo un sistema de apareamiento sumado a otro factor; sus resultados muestran que las transiciones de la poliginia a unión parental pueden ocurrir en tasas similares tanto si los rangos femeninos se solapan o no. Las tasas de transición estimadas sugieren, además, que para pasar a lazos de pareja se requiere pasar por una fase alta de infanticidio. Sin embargo, los datos sobre el infanticidio son muy difíciles de obtener  y cuando los autores restringieron su análisis a un subconjunto de los estudios con los datos más confiables, la conexión con el infanticidio decayó. Para nosotros, los resultados son totalmente coherentes con un énfasis en los rangos femeninos, por lo tanto, de acuerdo con las conclusiones de Lukas y Clutton-Brock. Estos últimos autores destacan que 60 de 61 transiciones de mamíferos a la monogamia (incluyendo cinco de las seis transiciones primates) pasaron por una etapa en que las hembras llevaban vidas solitarias.

Posiblemente, los resultados de este tipo de análisis no son lo suficientemente transparentes, o los métodos de cálculo no son lo suficientemente potentes. Los factores estudiados parecen interactuar en un grado tal que el análisis de un solo factor a la vez no es muy informativo . Una solución sería analizar varios factores al mismo tiempo, lo que podría permitirnos identificar las interacciones que permanecen «ocultas» en los análisis binarios simples lo cual sería bueno para avanzar hacia un enfoque multidimensional.

Para que el infanticidio jugara un papel fundamental, éste tendría que ser relativamente frecuente y los machos tendrían que ser muy eficaces en la prevención. Los machos necesitarían un protector de apareamiento (es decir, evitar que las hembras se apareasen con otros machos), así como montar guardia a su descendencia (es decir, evitar el infanticidio), debido a que en términos evolutivos la prevención del infanticidio sólo tiene sentido para machos seguros de su paternidad. Esta es una alternativa bastante costosa, ya que ataría a los machos en términos de movimiento y oportunidades extras de apareamiento. Esta estrategia sería aún más problemática en grupos con varios machos y hembras. En estas circunstancias, las que probablemente prevalecieron durante la prehistoria humana, la evolución de la monogamia se enfrentó a muchos obstáculos graves. En los grandes cazadores, por ejemplo, los machos a menudo pasan mucho tiempo fuera de su comunidad, dejando a las hembras y los pequeños sin supervisión.

Sin embargo, muchas sociedades humanas practican la monogamia, aunque imperfecta como institución. Esta es una de las diferencias más importantes entre la organización social humana y la de nuestros parientes más cercanos, los monos africanos, que carecen de núcleos familiares capaces de atraer la atención de los machos sobre los hijos. Sin embargo la monogamia humana puede haber evolucionado por diferentes razones y en diferentes circunstancias que la monogamia en la mayoría de las aves y los mamíferos. Tal vez la monogamia no evolucionó absolutamente en ningún sentido genético, sino más bien en un sentido cultural, porque a pesar de que algunos fósiles han sido interpretados como evidencia de la monogamia durante la prehistoria humana, los seres humanos y sus ancestros poseen demasiado dimorfismo sexual para que el tamaño del espécimen sea considerado naturalmente monógamo. Debido a que la monogamia humana es poco probable que haya surgido en el contexto de los rangos femeninos mutuamente exclusivos, parece fundamentalmente diferente, por ejemplo, de la monogamia de gibones y los monos titís, que viven en parejas aisladas. Varios escenarios tratan de explicar las ventajas de la monogamia dentro de una sociedad más grande, uno de los cuales se remonta a la propuesta de Morris que al igualar sexual y reproductivamente  a los machos dentro de una comunidad, los lazos de pareja fomentan la cooperación.

Aunque el origen de la monogamia en los seres humanos sea única, los dos análisis discutidos aquí ofrecen un primer indicio de las condiciones que favorecen la evolución de la monogamia y que puede ayudarnos a entender cómo el caso humano se compara con el de otros animales, y cómo las tendencias naturales (por ejemplo, la unión y el cuidado) son conducidas para llegar a un acuerdo similar.

¿Por qué se van con otras?

Por: Luza Alvarado

Un amigo tenía una nana que era más sabia que mil manuales de autoayuda. Se llamaba Eva, tendría unos 50 años y después que la dejara el padre de su hijo, nunca se volvió a casar. Cuando le preguntábamos por qué no quería tener pareja, la señora respondía: «Porque los hombres son como muñecos. Una los baña, los arregla, los viste… y son otras las que terminan bailando con ellos».
Las palabras de Eva vuelven a mi memoria cada vez que escucho que un hombre dejó a su mujer por otra. Y entonces me pregunto qué es lo que mueve a los hombres a buscar una nueva aventura. ¿Es cierto que tienen un instinto de cazador que los lleva irrefrenablemente hacia la aventura? ¿Acaso es el aburrimiento lo que los lleva a buscar en otra mujer lo que no tienen en casa? ¿Es que prefieren la novedad a la reconstrucción?

Vayamos por partes. El asunto de los instintos ha sido estudiado por importantes investigadores de la talla de Susan Pinker, quien ha demostrado que los hombres compiten y corren riesgos por una cuestión biológica, profundamente enraizada en los instintos. Por un lado, hacen gala de su fuerza física para resultar atractivos a las mujeres, por otro, producir adrenalina y testosterona los hace sentir bien. Esto ayudaría a explicar por qué se sienten atraídos ante una mujer que les represente un reto, un riesgo, un peligro. Sin embargo, si se supone que hay amor de por medio en su relación, ¿por qué suelen ignorar es vínculo y abandonar el barco por otra mujer?

Otro punto de vista en la misma línea lo da Helen Fisher, autora de revolucionarios estudios sobre las determinantes fisiológicas del amor y las relaciones de pareja. Fisher afirma que nuestra animalidad suele ser más importante de lo que pensamos cuando se trata de tomar decisiones de pareja. Según sus estudios, en cuestiones de «amor», nuestro cerebro se divide en tres polos: el cerebro sexual, el cerebro romántico y el cerebro afectivo. El primero funciona con la libido, el segundo con el enamoramiento y el tercero con vínculos como el apego. Lo curioso es que no siempre funcionan al mismo tiempo o con la misma persona.

Fisher aclara que los seres humanos somos animales que evolucionaron no para ser felices, sino para reproducirse y perpetuar la especie. Es por ello que al tener más posibilidades de relacionarnos (con tres zonas cerebrales), aumentan nuestras posibilidades de reproducirnos. Esto querría decir que somos capaces de amar, desear y estar enamorados de diferentes personas al mismo tiempo. En una sociedad poligámica esto resultaría aceptable socialmente hablando, sin embargo, nuestra cultura ha limitado estas posibilidades a una sola: la monogamia. Por lo tanto, nos guste o no, pensar en otro esquema de pareja es casi imposible moralmente hablando. Así, nos vemos forzados a elegir entre una persona y otra, aunque ello nos provoque conflictos, dolor, despecho o infelicidad.

Elegir a la otra
Una vez asumido que nacimos y vivimos dentro de las reglas de la monogamia, es preciso explorar cómo funciona este mundo de relaciones y por qué hay tanta presión sobre la de pareja. Según la terapeuta neoyorquina Esther Perel, (autora del libro «Inteligencia erótica») es necesario que la pareja se mueva en un terreno de cierta inestabilidad, que introduzca «riesgo en la seguridad, misterio en lo familiar e innovación en lo duradero», pues de lo contrario se pierde el erotismo, la libido disminuye y el interés del hombre en su pareja se esfuma. A ello, Perel añade que la novedad es un excelente afrodisíaco, y si el hombre no la encuentra en su relación actual, lo más seguro es que vaya a otra parte en busca de los juegos, las miradas furtivas, los mensajes sugerentes y la variedad en la cama.

Bajo esta perspectiva, podríamos pensar que toda huida se encuentra fincada en el sexo y la novedad. Sin embargo, de acuerdo con Patricia Love (Hot Monogamy), es la intimidad la que generaría buen sexo, pero ésta no se lograría sin una buena comunicación verbal: «Cuando las parejas comparten libremente sus pensamientos y emociones, crean un alto grado de confianza y de conexión emocional entre ellos, lo cual les brinda la libertad para explorar su sexualidad sin trabas ni tabúes», afirma Love.

Desde otro punto de vista menos académico pero igual de valioso, la postura de Love es secundada por Steve Harvey, humorista y autor de varios best sellers. Harvey dice que para sentirse amado, un hombre busca tres cosas en una mujer: apoyo, lealtad y sexo. El comediante añade que un hombre está dispuesto a dar más de sí mismo si se le permite impresionar a una mujer y sentirse interesante (ahí obtendría su dosis de testosterona y adrenalina). Si hacemos un recuento de lo que plantean estos autores, llegaríamos a una primera conclusión: para que un hombre permanezca al lado de una mujer necesita novedad, intimidad, sexo, lealtad, apoyo y admiración. ¿Esto querría decir que cuando un hombre pasa de la estabilidad al aburrimiento, tiene mal sexo y resulta predecible, dejará a su mujer por otra?

Al respecto, Perel aclara que el aprisionamiento es lo que debilita el deseo. «La falta de espacio para actuar con autonomía, para poder ser uno mismo, ya sea por acoso y dependencia de la propia pareja como por un exceso de obligaciones diarias, acaba creando una reacción de rechazo e incluso de huida». O sea que uno de los motivos por los que un hombre buscaría una nueva mujer, no sería la novedad en sí misma, sino el hecho de que la nueva mujer «le da su espacio» y lo deja ser él mismo, es decir que se convierte en su cómplice y su compañera.

Es inevitable preguntarse qué ocurrirá cuando la nueva mujer empiece a conocer al hombre en sus peores días. ¿Acaso seguirá recibiendo la misma admiración y el apoyo que lo hicieron correr a sus brazos? Lo más probable es que quién sabe. Sé que suena algo absurdo, pero seamos abiertos y realistas: hay un factor impredecible en todo esto, y es la posibilidad de cambiar. Puede ser que un hombre corra a los brazos de otra mujer por que dicha relación no está viciada con los viejos problemas cotidianos (la casa, los gastos, los antecedentes familiares), de manera que la nueva mujer no tiene en su registro los malos momentos, los rencores y las peleas intestinas.

Tal vez la sensación de empezar de cero parecería para un hombre mucho más estimulante que un gran escote. ¿Qué tal suena esto: reescribir su propia historia, reinventarse al lado de alguien nuevo que no conoce su lado oscuro y, con cierta conciencia, no volver a cometer los mismos errores? Quizás a los hombres les resulta más motivante empezar de nueva cuenta en una tierra prometida, que reconstruir sobre los escombros una relación que marcó el inicio de su vida adulta.

Aclaro que no se trata de tomar partido, sino de desentrañar los motivos por los que un hombre se va con otra mujer.
Finalmente, no puedo sino volver a las sabias palabras de Eva, la nana de mi amigo: quizás haya mujeres con las que un hombre aprende -a catorrazos- lo que significa ser compañero, pareja, cómplice y amante; y hay otras mujeres, quizás con más suerte, a las que les toca vivir de manera gozosa dicho aprendizaje. ¿Ustedes qué piensan? ¿Qué busca un hombre cuando se va con otra?

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