Sexo y celibato

Por: Carlos Andrés Naranjo Sierra
Es posible ser célibe y tener sexo. El celibato no implica necesariamente la castidad y, según muestran los recientes escándalos de abuso sexual a menores en los que se ha visto envuelta la Iglesia Católica, al parecer el voto de castidad tampoco implica ser casto. La palabra célibe hace referencia al estado de soltería y no al de castidad, pero ambos significantes han terminado por usarse como términos equivalentes. Dice la periodista Maruja Torres en su artículo El sexo de los curas: “En realidad, la palabra celibato no implica forzosamente castidad; lo que pasa es que la Iglesia católica se adueñó hasta del significado de ese término. Yo soy célibe, sin ir más lejos. No estoy casada, no tengo pareja. Pero no soy casta. Constituye una gran diferencia a mi favor y el de la gente que me rodea, que aviada estaría soportando mi resentimiento”.

Pero más allá del uso de las palabras está la contundencia de los hechos. Los tabloides y los telediarios publican en sus titulares un escándalo de proporciones mayúsculas: algunos sacerdotes de la Iglesia Católica, no sólo han quebrantado su voto de castidad esporádicamente sino que lo han hecho de manera alevosa y repetitiva con niños indefensos. Esto ha puesto al mundo nuevamente a pensar sobre un tema del que se habla con frecuencia: el voto de castidad y los costos psicológicos que este implica.

Contrario a lo que algunos creen, este voto no fue impuesto por la Iglesia en sus orígenes. De hecho Pedro, el primer Papa, y casi todos los apóstoles aparecen en la Biblia como hombres casados. Otra muestra de que no fue un mandato de los fundadores es el decreto 43 del Concilio de Elvira, realizado en el siglo IV, que establece: “todo sacerdote que duerma con su esposa la noche antes de dar misa perderá su trabajo”. Sin embargo, las intrigas por mantener el poder y las riquezas de la Iglesia dentro de determinadas familias terminaron por establecer el celibato como un criterio para pertenecer al clero y evitar los conflictos de sexo y poder, tan propios del Homo sapiens y otras especies. A pesar de ello muchos curas, y sospecho que muchas monjas, con todo y su intención divina, no han podido evitar el llamado de la naturaleza.

Este llamado de la naturaleza, del que se desprenden la mayoría de los comportamientos de todas las especies vivas, reza algo así como: “reproducid tus genes en abundancia”. Por supuesto que en el caso humano, gracias a la imaginación y el lenguaje, podemos dictar normas, establecer castigos e incluso proponer sistemas de pensamiento y autocontrol, para no escuchar el llamado, pero los hechos demuestran que la naturaleza habla más fuerte.

La pederastia y el voto de castidad
Pero las noticias no son porque algunos sacerdotes estén teniendo relaciones sexuales con las hermanas de la caridad, con sus compañeros de orden o con sus fieles. Las noticias denuncian que se está abusando de pequeños que no tienen la fuerza o la conciencia para consentir una relación de este tipo, y es allí donde yace una importante cuestión: ¿son generalmente esos miembros del clero pederastas naturales o su voto de castidad es lo que los lleva a abusar de quienes tienen a la mano y ofrecen menos riesgos? O ¿el asunto no es de castidad sino de la relación de poder que se establece entre unos y otros, facilitando que esta asimetría se represente en conductas en contra de quienes están en desventaja?

El académico e investigador Antonio Vélez sostiene que la respuesta está del lado de una fuerte inclinación homosexual entre esos miembros, que encuentran en los niños la oportunidad soterrada para desfogar sus deseos sexuales. Esta hipótesis parece consistente si además se tienen en cuenta los relatos de mujeres mayores que vivieron en internados religiosos donde algunas hermanas encargadas de bañarlas les propinaban ciertos “manoseos” que hoy sólo se consentirían entre una pareja de novios.

Tampoco es un secreto que el número de homosexuales en este tipo de comunidades es mayor que el de la población general (que es aproximadamente del 4% en los hombre y del 2% en las mujeres), pues numerosas órdenes religiosas han servido de refugio para personas con inclinaciones homosexuales, que no logran aceptar su orientación sexual o que buscan un ambiente propicio para encontrar compañeros con las mismas inclinaciones, en medio de la clandestinidad y la culpa.

Si lo que sostiene el profesor Vélez es cierto, entonces las denuncias de pederastia en el clero no se ajustarían al caso clásico de la pedofilia en el que un adulto siente atracción sexual por los menores, sino de conductas pedófilas de tipo no exclusivo (según el DSM-IV estas conductas pueden ser de tipo exclusivo, solo con niños, o no exclusivo), ya que no habría una atracción limitada a los niños, aunque finalmente serían estos los que pagarían los platos rotos de la homosexualidad reprimida de sus guías espirituales.

Otra hipótesis que podría considerarse es que los curas abusadores son heterosexuales, gustan del sexo opuesto, pero se desfogan con los pequeños de su mismo sexo por ser la carne fresca y débil que tienen a la mano. Las instituciones como internados y algunos colegios sirven de recinto donde los pequeños están cautivos por temporadas, dificultando el control externo. Adicionalmente los pequeños no representan el riesgo de embarazos delatores. Lamentablemente no conocemos de estadísticas sobre abuso sexual en instituciones mixtas que permitan dilucidar un poco más esta idea.

También podría sumarse el hecho de que el carácter “angelical” de los niños excitara a los miembros del clero llevándolos a acceder a ellos como una forma perversa de sentirse menos “sucios” o culpables con respecto al acto sexual. Esta teoría sería un colorario de que efectivamente la mayoría de los casos de abuso sexual son cometidos por sacerdotes pederastas y que el no reconocimiento de la homosexualidad y la obligación del voto de castidad favorecen el abuso.

Finalmente otra explicación, dada por el profesor Philip Jenkins, plantea una alternativa basada no en una posible homosexualidad reprimida, ni en los costos psíquicos del voto de castidad, sino en las asimetrías de poder, que llevan a que los integrantes con mayor jerarquía en una relación tiendan a abusar sexualmente de los integrantes con menos poder y menos credibilidad, en este caso los niños, tal como sucede en otras especies de mamíferos, donde una pequeña parte del clan somete al resto de forma permanente.

Algunos casos
Un informe de la BBC de Londres realizado en el año 2004 declara que en Estados Unidos el 4% del clero católico de ese país ha estado implicado en prácticas sexuales con menores. Otra investigación realizada en 1995 por la Universidad de Salamanca, y publicada por el Ministerio de Asuntos Sociales de España, informó que del total de españoles que han sufrido abusos sexuales siendo menores, el 10% asegura que fue por un sacerdote católico. Ambas cifras son escandalosamente altas.

A su vez, el diario The New York Times recientemente publicó el caso de Lawrence Murphy, sacerdote estadounidense, de quien se tienen testimonios de abuso a cerca de 200 niños sordos durante dos décadas. Otro caso famoso es el del sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, quien además de ser acusado de abuso sexual a menores, tuvo varios hijos. Dos mexicanos, Raúl y Cristian González Lara, que afirman ser hijos de Maciel, denunciaron en televisión que su padre abusó sexualmente de ellos durante ocho años.

En Colombia, el sacerdote Efraín Rozo fue acusado de haber violado a niños y jóvenes, delitos que confesó públicamente en un video y por lo cual se le lleva un proceso en Estado Unidos. A su vez, el Tribunal Eclesiástico de Bogotá le adelantó un proceso por el abuso de dos seminaristas, entre ellos su propio sobrino. Al final el padre Rozo fue declarado inocente porque, según la sentencia, los delitos prescribieron debido a que sucedieron hace más de 40 años.

Abolir el celibato
Una alternativa que parece conveniente es la de abolir el celibato para que los miembros de la curia católica puedan tener una pareja y así disminuir las posibilidades de recurrir a los menores como objeto sexual. A esta abolición podría sumarse una clara reglamentación canónica que establezca los límites de la nueva familia con respecto a la comunidad, para así evitar casos de plutarquía y conflictos relacionados. Otros credos lo permiten a sus pastores, sin mayores contratiempos conocidos.

Parece que son muy pocos los que pueden llevar sanamente el voto de castidad, que les obliga a renunciar a uno de los placeres más intensos que registra el cerebro humano a pesar de que Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, afirmaba que la pulsión sexual podía encontrar formas de sublimarse a través de otras actividades placenteras como el servicio a la comunidad, el arte y la cultura. También se ha dicho que por medio de la oración se pueden experimentar placeres iguales o mayores al orgasmo, como comentan que sucedía con Santa Teresa de Jesús. Desafortunadamente, los éxtasis de este tipo son tan escasos que no se tienen registros claros al respecto. En cambio del humilde y vulgar sexo, se tienen registros de sobra de que otorga placer inmediato a santos y profanos por igual. Así lo han comprobado numerosos miembros de comunidades religiosas, al parecer, cansados de esperar el otro goce.

De modo que si se eliminara el voto de castidad, es probable que fueran más las personas decididas a dedicar su vida al sacerdocio o a la contemplación religiosa, teniendo así la Iglesia Católica más de donde escoger y poder verificar las actitudes de servicio y devoción que buscan para sus aspirantes. Adicionalmente no sería tan fácil la complicidad que se da entre algunos sacerdotes para encubrirse mutuamente. Hoy son tan escasas las vocaciones religiosas que la posibilidad de escoger se ha vuelto muy reducida, posibilitando que algunos personajes con conductas extrañas terminen por hacer parte de las comunidades religiosas.

Pero lo anterior no implica necesariamente que nos libraremos como sociedad de los abusos sexuales a menores por parte del clero. De acuerdo con estudios de Philip Jenkins, profesor de Historia y Estudios Religiosos en la Universidad de Pensilvania, no existe evidencia de que la pedofilia sea más común entre el clero católico que entre los ministros protestantes, los líderes judíos, los médicos o los miembros de cualquier otra institución en la que los adultos ocupen posiciones de autoridad sobre los niños.

De modo que hasta pastores, pediatras, enfermeras o institutrices, que no tienen de por medio un voto que los compromete a usar sus órganos genitales con funciones exclusivamente excretoras, parecen abusar de los niños en un índice muy similar al de quienes sí tienen este voto. Como si el voto de castidad fuera una variable prácticamente irrelevante a la hora de presentarse la conducta pederasta y el asunto fuera más de abuso de poder que de represión sexual.

Sexo y/o poder
Pero supongamos, por un momento, que la Iglesia revalúa su posición y permite contraer matrimonio a los sacerdotes y hermanas que así lo deseen, como un acto voluntario y personal. Si partimos de la hipótesis de la homosexualidad reprimida, expuesta por Antonio Vélez, para que esta nueva posición representara una solución efectiva contra la pederastia, se debería entonces también aceptar la unión entre parejas del mismo sexo, cosa aún más improbable, de modo que esta solución parece quedarse en el terreno de la suposición.

En cambio, si partimos de la base de que las conductas pedófilas de los sacerdotes no han sido motivadas por homosexualidad reprimida sino por necesidad de contacto físico, entonces la simple eliminación del voto de castidad parecería una alternativa eficaz contra el abuso sexual. Pero el estudio del profesor Jenkins, que revela que el abuso por parte de los miembros de la Iglesia Católica no se diferencia estadísticamente del cometido por personas de otras instituciones donde los adultos ocupan posiciones de dominio sobre los niños, parece desvirtuar su pertinencia pues el problema sería más de poder que de castidad.

De hecho, el poder y el sexo siempre han ido juntos. Tanto en nuestra especie como en especies cercanas como los primates. No es casual que sean los jefes, los machos Alfa de antaño, quienes tienen mayores posibilidades de acceso a las mujeres con las que trabajan, y que en muchas ocasiones aprovechan su poder para acceder sexualmente a sus subalternas por medio de amenazas y condicionamientos laborales. De allí se desprenden las leyes de acoso sexual y laboral. En el caso del abuso sexual a menores, las leyes de protección a la infancia, en especial las que proscriben el abuso sexual y el incesto, parecen centrarse más en el abuso mismo que en el poder que parece generarlo.

¿Las otras iglesias qué?
Si las investigaciones del profesor Jenkins son consistentes (Pedophiles and priests: anatomy of a contemporary crisis),  ¿por qué los escándalos pedófilos no han salpicado a otras comunidades religiosas? Jenkins considera que es la vulnerabilidad del imaginario social es la que ha hecho cundir el pánico con respecto a la Iglesia Católica cuando en realidad el asunto se trata de casos particulares como en cualquier otra institución.

Otra posible respuesta sería que el tamaño de la Iglesia Católica la hace más visible, y su tradición, un blanco fácil del sentimiento antireligioso. De este modo personajes como el científico evolucionista Richard Dawkins encontrarían una manera efectiva de hacer más visibles sus críticas a la religión, que de otro modo tendrían menos eco.

El judaísmo o protestantismo, según el estudio de Jenkins, a pesar de tener un número similar de abusadores en términos relativos (porcentaje), tendrían un número absoluto menor de abusados por ser comunidades más pequeñas que la católica, y al ser menor este número, sería más fácil sembrar un manto de duda sobre el tema debido a que no hay suficientes pruebas ni una cantidad significativa de denuncias de casos que logren hacer más visible su llamado.

No olvidemos tampoco que al ser el catolicismo una religión del mundo occidental, está supeditada la separación de la Iglesia y el Estado, lo que permite que tanto la ley como los medios de comunicación puedan escrutar con mayor detenimiento y libertad los actos u omisiones de personas e instituciones. No quiere decir que la Iglesia guste de esta separación, pero sí que le toca aceptarla por ley. Y es por la misma ley que deben denunciar los abusos cometidos por sus propios miembros, ya que de otro modo cada comunidad podría hacerle el esguince a la norma argumentando sus propios métodos de juicio, tal como lo hacen hoy algunos pueblos indígenas.

Tal separación Iglesia-Estado no aplica en algunos pueblos orientales. El Islamismo es un claro ejemplo de la simbiosis que aún existe entre religión y legislación, donde El Corán es prácticamente el código penal del gobierno y el presidente debe tener la aprobación de los jerarcas religiosos. Basta recordar las amenazas de muerte contra el escritor británico, de origen musulmán, Salman Rushdie, por su controvertido libro Los versos Satánicos, proferidas por el Ayatollah Ruhollah Jomeini.

El futuro del abuso
A pesar de las múltiples explicaciones propuestas para el triste fenómeno del abuso sexual a menores, por parte de miembros de clero, es injustificable que una institución que dice defender y representar la moral y los valores conservadores, lo encubra. Más aún, cuando la sociedad ha confiado la educación de gran parte de sus niños y jóvenes, justamente debido a los valores que enarbola y pontifica, basados en la verdad y la fe.

Desafortunadamente el futuro del abuso sexual infantil no parece pintar mejor para los niños. El impulso sexual y sus desviaciones, al igual que las insalvables asimetrías de poder, seguirán haciendo parte de la naturaleza humana y su civilización. Y así como el problema no aparenta tener una sola causa, tampoco parece tener una única solución. Las hipótesis con las que contamos para tratar de explicarlo pueden complementarse, aunque necesariamente alguna tendrá más peso que otras. Si es un asunto más de poder que de represión o viceversa, sólo el tiempo lo dirá

Afortunadamente hemos tomado conciencia de este espinoso problema y varias personas alrededor del mundo están trabajando en su estudio y legislación, de modo que el día de mañana pueda ser un poco mejor en términos de disminución de riesgos de abuso sexual. El estudio y la investigación serán claves para diseñar y desarrollar programas y políticas que ataquen el abuso respondiendo a los hechos científicos y no a los gustos, conveniencias u opiniones particulares. De ello depende que podamos tener una sociedad con instituciones e individuos más sanos y felices.

Sobre la pena de muerte y/o la cadena perpetua para asesinos y violadores de niños

Por: Carlos Andrés Naranjo Sierra
Por estos días el dolor y la desesperanza han vuelto a campear por nuestro país invitados por el cruel asesinato del pequeño Luis Santiago Lozano a manos de un par de sicarios fleteados por su propio padre, Orlando Pelayo. Con el ánimo de conjurar esta amarga realidad, que por cierto no es nueva, se han alzado numerosas voces pidiendo la pena de muerte o, por lo menos, la cadena perpetua para criminales de esta talla.

Desde el Senado de la República, el Concejo de Medellín y los medios de comunicación se ha venido liderando, de un tiempo para acá (con mayor fuerza desde el programa del caso Garavito expuesto por “Pirry” en el canal RCN), una cruzada popular en pro de la prisión perpetua o la pena capital para los violadores y/o asesinos de niños, proponiendo un referendo con el fin de reformar la Constitución nacional en sus artículos 11 y 34 que tratan sobre la inviolabilidad de la vida y la prisión perpetua respectivamente.

A riesgo de parecer indolente ante tan deplorables acontecimientos, debo decir que no creo que la pena de muerte ni la cadena perpetua tengan un efecto significativo sobre este tipo de conductas. El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Academia Americana de Psiquiatría (DSM-IV) define este tipo de comportamientos, asesinato y violación, como “un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás que se presenta desde la edad de 15 años”.

Habría que analizar caso por caso pero no creo que sea demasiado aventurado afirmar que muchos de estos violadores y asesinos, de niños o no, pueden padecer una alteración de la conducta llamada Trastorno antisocial de la personalidad, que consiste básicamente en la búsqueda de la propia satisfacción sin importar el costo material o psicológico que ello pueda ocasionarle a los demás y sin que asome el menor remordimiento.

Por ello se afirma que la gran mayoría de los violadores y abusadores no se redimen ante las penas o los castigos y que vuelven a cometer esta clase de horrores. Entonces, si la gran mayoría de violadores y abusadores no se redimen ¿qué sentido tiene endurecer la pena para tratar de evitar el delito? Y si como sociedad decidimos eliminar a este tipo de personas ¿cómo podremos estudiar a fondo estos casos para evitar que situaciones similares sigan presentándose?

Algunos pueden argumentar que es precisamente para evitar que estos sujetos incorregibles queden en libertad que debería aplicársles la pena de muerte o la cadena perpetua. Ante esta otra posición se puede afirmar que es un hecho que con el paso de los años estos personajes ya no ofrecen el peligro del que se les acusa y por el cual estarían confinados a la reclusión. No tendría consistencia jurídica que un abuelo de 80 ó 90 años permanezca en prisión por ser una amenaza para la sociedad como violador o asesino, claro que aún falta investigación en este aspecto.

La psicología, la psiquiatría, la neurología, la sociología y el derecho tienen todavía mucho que aprender y proponer en estos casos, si las propuestas basadas en la pena de muerte y la cadena perpetua, las dejan. Se muestra claro que estas alternativas de incremento de penas no lograrán atacar la raíz del problema, y lo que es peor, ni siquiera tendrán efectos significativos sobre la frecuencia y la intensidad de la actuación indeseable.

Esta es una invitación a pensar con calma y eficacia y no con prisa y apasionamiento. Este tipo de «soluciones» por lo general no conducen a mejores horizontes de largo plazo ni para los niños ni para nadie y sólo alimentan un debate mediático y político que sirve para que unos cuantos canales aumenten su rating y un puñado de servidores públicos hagan su festín electoral a partir del dolor y la desventura ajenas. Lo cual además de ser verdaderamente indolente y perverso, debería ser sancionado. Eso sí, no con la pena de muerte ni con la cadena perpetua.

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