Destruir el diván

20100827042644Por: Renée Kantor
¿Y si Sigmund Freud fuera un falsificador, tirano, falócrata, megalómano, mal hijo, ávido de dinero, admirador de Mussolini, homofóbico y misógino? Esto es lo que da a entender el filósofo francés Michel Onfray en un libro que acaba de publicarse en Francia y que en solo un mes lleva vendidos más de cien mil ejemplares. Se trata de Le crépuscule d’une idole, seiscientas páginas que han despertado la ira de la élite psicoanalítica francesa que lo acusa, como lo hace la historiadora Élisabeth Roudinesco, de haber hecho del psicoanálisis una “ciencia nazi y fascista”. Onfray responde a esta delicadeza refiriéndose a la célebre profesora como “alguien al borde de la enfermedad mental”. Así están las cosas. La vida del filósofo de 51 años –infarto a los 28, familia pobre, adoración por su padre, relación conflictiva con su madre, criado en un orfanato donde fue víctima de abuso sexual– es un banquete para la constelación de psicoanalistas dispuestos a percibir en esa historia personal las verdaderas razones de la abominación de un sistema que Onfray ve extenderse como la tinta de un pulpo: el psicoanálisis freudiano.
Luego de haber enseñado Freud y el psicoanálisis durante veinte años, ¿la lectura de El libro negro del psicoanálisis, que critica y denuncia las supuestas imposturas de la terapia, lo convirtió al antifreudismo radical?
Más que referirse al antifreudismo, El libro negro del psicoanálisis usa herramientas de la historia para desarticular una leyenda que en el mundo es ley desde hace un siglo. En Francia los freudianos constituyen una milicia que actúa con métodos propios de los grupos paramilitares de los años fascistas o bolcheviques: intimidación, manipulación, mentira, contactos en los medios, criminalización del pensamiento libre, activación de redes de influencia muy laboriosas, amenazas, etc. Desde entonces varias personas han obstaculizado la producción historiográfica sobre el psicoanálisis y han dificultado su difusión en los medios.
En tanto que lector de la prensa, yo mismo fui víctima de esta tiranía de la leyenda que convirtió El libro negro del psicoanálisis en un libro antisemita y “revisionista”, como si encarnara las peores tesis de la extrema derecha. Recuerde que en Francia la palabra “revisionista” se asimila insidiosamente a los negacionistas de la Shoá. Empecé a leer el libro con escepticismo, confiando en las numerosas críticas que lo habían acompañado al publicarse, pero muy pronto descubrí que decía la verdad. La honestidad me obligó a admitir que me había equivocado, porque me habían engañado. Es muy significativo que quienes atacaron en su momento El libro negro… sean los mismos que ahora me arrastran por el fango.
Usted fundó la Université Populaire de Caen, donde –a pedido suyo– se enseña psicoanálisis. ¿Por qué hacerlo si considera que esa disciplina es una fabulación?
Fundé la Université Populaire en 2002 para enseñar libremente, lejos de las leyendas de las que vive la universidad oficial. Las universidades son lugares de reproducción social, de duplicación ideológica: nada inteligente ha salido nunca de allí.
¿Lo piensa realmente o esa frase es una provocación?
Lo pienso de verdad: Platón, Séneca, Marco Aurelio, Plotino, Montaigne, Spinoza, Rousseau, Diderot, D’Alambert, los enciclopedistas, Helvétius, D’Holbach, La Mettrie, Nietzsche, Sartre, el mismo Freud, no eran universitarios. El verdadero pensamiento se encuentra al margen de estas grandes maquinarias creadas para seleccionar a las élites que asegurarán la repetición de lo aprendido, con el fin de transmitirlo servilmente a otros que a su vez harán lo mismo y a quienes se les entregará un diploma como signo de pertenencia a la tropa destinada a perpetuar la ley intelectual e ideológica. No quise padecer esa restricción y preferí trabajar como un hombre libre: algo que la universidad no me habría permitido jamás y que rechacé en el momento mismo en que mi directora de tesis me propuso dictar una cátedra. Preferí permanecer en el liceo donde enseñaba filosofía, para poder trabajar en mis libros con toda libertad, sin tener que rendir cuentas a un superior jerárquico.
Al abrir la universidad, le pedí a una amiga psicoanalista enseñar el psicoanálisis de la misma manera que, ateo, solicité a una persona católica que diera un seminario sobre catolicismo, y que, políticamente antiliberal, le pedí a un amigo liberal que enseñara liberalismo. La razón es simple: no voy a reproducir en una instancia contrainstitucional los vicios de la institución. Estoy a favor del debate y no del lavado de cerebro. No deseo crear clones sino oyentes libres que se formen una idea comparando, analizando, confrontando tesis. He buscado una persona capaz de enseñar en la Université Populaire una lectura del Corán, a pesar de no considerar ese libro un breviario republicano ni un manual del iluminismo. Mi concepción libertaria me hace creer que del debate y la confrontación puede surgir una opinión autorizada –lo contrario de lo que piensa y practica la milicia freudiana–. Por mi parte, no tengo la fantasía de convertirme en gurú. No es algo que se pueda decir de todos los que integran en estos tiempos el campo freudiano.
Le crépuscule d’une idole se presenta como una lectura nietzscheana de Freud. ¿Qué quiere decir usted con ello?
Para Nietzsche una filosofía es siempre la confesión autobiográfica de su autor. Esta verdad funciona para él, por supuesto, pero también para todos los filósofos. Ahora bien, Freud fue un filósofo y su producción obedece igualmente a las mismas leyes: ellas constituyen una respuesta válida a las preguntas de Freud, claro, pero seguramente no es una respuesta universal válida para todos los hombres. Por encima del bien y del mal, por encima de todo juicio de valor, yo me propuse desmontar el mito de un Freud científico que descubrió un continente, el inconsciente, como Copérnico descubrió el heliocentrismo o Darwin la evolución de las especies. Freud nunca fue un científico, sino un artista, un escritor, un filósofo. De ahí a hacer de él un genio científico hay un abismo… Lo que hago con Freud, pero también lo hago con todos los filósofos desde hace ocho años en la Université Populaire, es lo que Sartre llamaba “un psicoanálisis existencial”. Dejo en manos del lector creer o no creer en las aserciones pretendidamente científicas de Freud. Por mi parte, yo sitúo a Freud al lado de Nietzsche o de Kierkegaard, autores sin ningún valor científico universal, pero con un valor filosófico individual, subjetivo. Un pensamiento se refuta, no la vida filosófica que lo acompaña: refuto el pensamiento freudiano, pero no la vida filosófica de Freud.

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