En defensa de los toros

Por: Antonio Vélez*
Ante la iniciativa de algunos civilizados catalanes para que se prohíba la Fiesta Brava, Javier Marías, destacado escritor y periodista español, solo ve “un afán más de prohibir aquello con lo que no se está de acuerdo”. El escritor centra su defensa alrededor de la supervivencia de la raza del toro de lidia, pues “Si se prohibieran las corridas y dejara de haber ganaderías, ¿quiénes se ocuparían de ellos, de alimentarlos, cuidarlos y controlarlos?”.

Marías le hace el quite al argumento principal: la crueldad contra el animal. Otro defensor, el periodista Antonio Caballero, utiliza el burladero y evita el argumento ético. Basa su defensa en los valores estéticos, suficientes para justificar el maltrato animal. Las corridas se defienden solitas, asegura de manera simplista Caballero, basta ir y mirar, dice, hipnotizado por los trajes de luces. Marías propone lo contrario: si tanto te molesta, no vayas.

Jorge Vega, comentarista taurino, defiende el sangriento espectáculo con argumentos prestados, falacias de un tal Montherlant: “No puedo enternecerme con el sacrificio del toro; cuatro años de vida mimada para quince minutos de pelea. Quince minutos de tortura son pocos para ser inmoral, acepta el periodista. Como si un pecado dejase de serlo por ser breve. Y pide que “respeten su apetencia”, alegando que nadie desea hacerle mal al animal. Y por esta misma razón, dice el analista, no es inmoral. Pero por simple diversión se le hace mal. Y el sapiens tiene el descaro de pedir respeto por su apetencia. Como si un ser que se llame civilizado pudiese pedir respeto por la tortura, aunque sea breve y la sufra un cuadrúpedo.

Los defensores del toro sostienen que el trato que se le da al animal en las corridas es cruel y, en consecuencia, inmoral. Y hay tortura, pues los mamíferos son animales dotados de un sistema nervioso suficientemente complejo como para experimentar el dolor. Por tanto, ningún argumento ecológico o artístico lo justifica.

Se percibe una clara contradicción en algunos taurófilos: incapaces de causar la más leve herida a su mascota, se deleitan sin remordimientos cuando el matador entierra la espada en el morrillo del toro. La explicación puede yacer en una característica especial de los bovinos: no chillan para manifestar el dolor. En cambio un perro, un gato, un cerdo o un niño chillan lastimeramente cuando sufren una herida. Por eso al dolor se lo llama perro guardián de la salud: las señales vocales sirven para solicitar ayuda a los compañeros de manada (las crías, a su madre).

Los humanos estamos sintonizados a la frecuencia triste de los lamentos para sentir el impacto sicológico. Al mecanismo se lo llama empatía: el dolor ajeno duele. Y es que compartir el dolor puede servirnos de ayuda. Esto le permitió al hombre primitivo sobrevivir a lesiones que inmovilizan y que requieren la ayuda de otros. El dolor del congénere se copia por medio de ciertas neuronas especiales, llamadas neuronas espejo, diseñadas para leer los estados emocionales del vecino, sin importar que ese vecino pertenezca a otra especie. Por medio de esos tutores, el cerebro simula las experiencias de dolor observadas en otros seres vivos, y sentimos la molestia en carne propia. Si el toro, ante las estocadas del verdugo en traje de luces chillara dramáticamente como lo hace un cerdo, la mitad de la plaza quedaría vacía. Pero el silencio del toro y su agresividad, avivada con la pica, confunden al espectador y dan la impresión de que el animal no estuviese sufriendo. En consecuencia, no se activa nuestro sistema de compasión. Por eso, no es que el espectador promedio sea un monstruo insensible al dolor del toro, sino que engañosamente no lo percibe.

Aclaremos que la plaza de toros es solo uno entre muchos lugares en que se abusa de los animales. Se destacan los laboratorios de experimentación médica, sitios en que se somete a los “conejillos” a carnicerías despiadadas. Por fortuna, el mundo comienza a civilizarse, aunque con desesperante lentitud. En Canadá, por ejemplo, está prohibido usar mamíferos como animales de laboratorio, y en Estados Unidos el Senado ha tomado medidas para poner fin a los abusos de los llamados verdugos de bata blanca. En Inglaterra está prohibida toda forma de tortura a los vertebrados, y la legislación española ordena que “Los que maltrataren con ensañamiento e injustificadamente a animales domésticos causándoles la muerte o provocándoles lesiones que produzcan un grave menoscabo físico serán castigados con la pena de prisión de tres meses a un año. Sin embargo, esta justa disposición no se aplica a los toreros. ¿Será que, además de montera, tienen corona?

*Escritor y divulgador científico. Autor de Homo Sapiens (Villegas editores, 2006) y asesor académico de Psicosapiens. Fuente: Revista Generación

 

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