Pasión por los animales

Por: Pablo Herreros
La psicóloga Penny Patterson enseñó en los años setenta el sistema de signos americano (ASL, de su nombre en inglés American Sign Language) a una hembra de gorila llamada Koko. Esta llegó a aprender varios cientos de signos y a entender un número similar de palabras habladas.

Un día, Patterson mostró a Koko un grupo de gatos para que escogiera el que más le gustaba. El encuentro entre ambas especies puso de manifiesto un perfecto ejemplo de empatía, ya que para que un ser del tamaño de un gorila interactúe con un felino tan pequeño sin lastimarlo, debe ajustar sus movimientos y caricias teniendo en cuenta la fragilidad del destinatario, algo que Koko realiza a la perfección.

Fuente: Somosprimates.com

¿Por qué se van con otras?

Por: Luza Alvarado

Un amigo tenía una nana que era más sabia que mil manuales de autoayuda. Se llamaba Eva, tendría unos 50 años y después que la dejara el padre de su hijo, nunca se volvió a casar. Cuando le preguntábamos por qué no quería tener pareja, la señora respondía: «Porque los hombres son como muñecos. Una los baña, los arregla, los viste… y son otras las que terminan bailando con ellos».
Las palabras de Eva vuelven a mi memoria cada vez que escucho que un hombre dejó a su mujer por otra. Y entonces me pregunto qué es lo que mueve a los hombres a buscar una nueva aventura. ¿Es cierto que tienen un instinto de cazador que los lleva irrefrenablemente hacia la aventura? ¿Acaso es el aburrimiento lo que los lleva a buscar en otra mujer lo que no tienen en casa? ¿Es que prefieren la novedad a la reconstrucción?

Vayamos por partes. El asunto de los instintos ha sido estudiado por importantes investigadores de la talla de Susan Pinker, quien ha demostrado que los hombres compiten y corren riesgos por una cuestión biológica, profundamente enraizada en los instintos. Por un lado, hacen gala de su fuerza física para resultar atractivos a las mujeres, por otro, producir adrenalina y testosterona los hace sentir bien. Esto ayudaría a explicar por qué se sienten atraídos ante una mujer que les represente un reto, un riesgo, un peligro. Sin embargo, si se supone que hay amor de por medio en su relación, ¿por qué suelen ignorar es vínculo y abandonar el barco por otra mujer?

Otro punto de vista en la misma línea lo da Helen Fisher, autora de revolucionarios estudios sobre las determinantes fisiológicas del amor y las relaciones de pareja. Fisher afirma que nuestra animalidad suele ser más importante de lo que pensamos cuando se trata de tomar decisiones de pareja. Según sus estudios, en cuestiones de «amor», nuestro cerebro se divide en tres polos: el cerebro sexual, el cerebro romántico y el cerebro afectivo. El primero funciona con la libido, el segundo con el enamoramiento y el tercero con vínculos como el apego. Lo curioso es que no siempre funcionan al mismo tiempo o con la misma persona.

Fisher aclara que los seres humanos somos animales que evolucionaron no para ser felices, sino para reproducirse y perpetuar la especie. Es por ello que al tener más posibilidades de relacionarnos (con tres zonas cerebrales), aumentan nuestras posibilidades de reproducirnos. Esto querría decir que somos capaces de amar, desear y estar enamorados de diferentes personas al mismo tiempo. En una sociedad poligámica esto resultaría aceptable socialmente hablando, sin embargo, nuestra cultura ha limitado estas posibilidades a una sola: la monogamia. Por lo tanto, nos guste o no, pensar en otro esquema de pareja es casi imposible moralmente hablando. Así, nos vemos forzados a elegir entre una persona y otra, aunque ello nos provoque conflictos, dolor, despecho o infelicidad.

Elegir a la otra
Una vez asumido que nacimos y vivimos dentro de las reglas de la monogamia, es preciso explorar cómo funciona este mundo de relaciones y por qué hay tanta presión sobre la de pareja. Según la terapeuta neoyorquina Esther Perel, (autora del libro «Inteligencia erótica») es necesario que la pareja se mueva en un terreno de cierta inestabilidad, que introduzca «riesgo en la seguridad, misterio en lo familiar e innovación en lo duradero», pues de lo contrario se pierde el erotismo, la libido disminuye y el interés del hombre en su pareja se esfuma. A ello, Perel añade que la novedad es un excelente afrodisíaco, y si el hombre no la encuentra en su relación actual, lo más seguro es que vaya a otra parte en busca de los juegos, las miradas furtivas, los mensajes sugerentes y la variedad en la cama.

Bajo esta perspectiva, podríamos pensar que toda huida se encuentra fincada en el sexo y la novedad. Sin embargo, de acuerdo con Patricia Love (Hot Monogamy), es la intimidad la que generaría buen sexo, pero ésta no se lograría sin una buena comunicación verbal: «Cuando las parejas comparten libremente sus pensamientos y emociones, crean un alto grado de confianza y de conexión emocional entre ellos, lo cual les brinda la libertad para explorar su sexualidad sin trabas ni tabúes», afirma Love.

Desde otro punto de vista menos académico pero igual de valioso, la postura de Love es secundada por Steve Harvey, humorista y autor de varios best sellers. Harvey dice que para sentirse amado, un hombre busca tres cosas en una mujer: apoyo, lealtad y sexo. El comediante añade que un hombre está dispuesto a dar más de sí mismo si se le permite impresionar a una mujer y sentirse interesante (ahí obtendría su dosis de testosterona y adrenalina). Si hacemos un recuento de lo que plantean estos autores, llegaríamos a una primera conclusión: para que un hombre permanezca al lado de una mujer necesita novedad, intimidad, sexo, lealtad, apoyo y admiración. ¿Esto querría decir que cuando un hombre pasa de la estabilidad al aburrimiento, tiene mal sexo y resulta predecible, dejará a su mujer por otra?

Al respecto, Perel aclara que el aprisionamiento es lo que debilita el deseo. «La falta de espacio para actuar con autonomía, para poder ser uno mismo, ya sea por acoso y dependencia de la propia pareja como por un exceso de obligaciones diarias, acaba creando una reacción de rechazo e incluso de huida». O sea que uno de los motivos por los que un hombre buscaría una nueva mujer, no sería la novedad en sí misma, sino el hecho de que la nueva mujer «le da su espacio» y lo deja ser él mismo, es decir que se convierte en su cómplice y su compañera.

Es inevitable preguntarse qué ocurrirá cuando la nueva mujer empiece a conocer al hombre en sus peores días. ¿Acaso seguirá recibiendo la misma admiración y el apoyo que lo hicieron correr a sus brazos? Lo más probable es que quién sabe. Sé que suena algo absurdo, pero seamos abiertos y realistas: hay un factor impredecible en todo esto, y es la posibilidad de cambiar. Puede ser que un hombre corra a los brazos de otra mujer por que dicha relación no está viciada con los viejos problemas cotidianos (la casa, los gastos, los antecedentes familiares), de manera que la nueva mujer no tiene en su registro los malos momentos, los rencores y las peleas intestinas.

Tal vez la sensación de empezar de cero parecería para un hombre mucho más estimulante que un gran escote. ¿Qué tal suena esto: reescribir su propia historia, reinventarse al lado de alguien nuevo que no conoce su lado oscuro y, con cierta conciencia, no volver a cometer los mismos errores? Quizás a los hombres les resulta más motivante empezar de nueva cuenta en una tierra prometida, que reconstruir sobre los escombros una relación que marcó el inicio de su vida adulta.

Aclaro que no se trata de tomar partido, sino de desentrañar los motivos por los que un hombre se va con otra mujer.
Finalmente, no puedo sino volver a las sabias palabras de Eva, la nana de mi amigo: quizás haya mujeres con las que un hombre aprende -a catorrazos- lo que significa ser compañero, pareja, cómplice y amante; y hay otras mujeres, quizás con más suerte, a las que les toca vivir de manera gozosa dicho aprendizaje. ¿Ustedes qué piensan? ¿Qué busca un hombre cuando se va con otra?

Somos sociales por naturaleza

El cerebro humano está diseñado para poder relacionarse con 150 personas aproximadamente. Esta cifra –conocida como el número de Dunbar– se repite a lo largo de la historia y atraviesa todas las culturas.

Eduard Punset ha charlado con Robin Dunbar, profesor de antropología evolutiva de la Universidad de Oxford, para entender cómo la evolución ha forjado nuestra manera de relacionarnos con los demás y descubrir los entresijos de la especie más social de las que habitan el planeta: la nuestra.

Fuente: Redesparalaciencia.com

 

Cómo funciona la mente, el libro de Steven Pinker

Este libro se inicia con una nota de humildad y termina con otra. Son de naturaleza muy diferente y el espacio que hay entre ellas aclara la razón de ser de esta obra. La primera hace referencia al título del libro, que podría dar la impresión de que el conocimiento de la mente ha concluido y no queda nada por hacer. Nada más lejos de la realidad.

El propio autor aclara que nadie sabe cómo funciona la mente, o al menos, nadie sabe cómo funciona la mente al mismo nivel que se conoce el funcionamiento de otros muchos fenómenos. Pero para explicar el título toma prestada de Noam Chomsky la interesante distinción entre misterios y problemas:

Cuando abordamos un problema, puede que no sepamos su solución, pero tenemos intuición, un conocimiento cada vez mayor y ciertas ideas de qué andamos buscando. Cuando nos enfrentamos a un misterio, sin embargo, sólo podemos quedarnos mirando fijamente, maravillados y desconcertados, sin siquiera saber qué aspecto tendría una explicación.

Y ése se convierte en el tema central del libro: la mente concebida como un problema al que se entrevé una solución. Y el camino de la solución se inicia sosteniéndose sobre dos pilares fundamentales para comprender Cómo funciona la mante: la computación y la evolución por selección natural. Son de tal importancia y fundamento y a la vez están tan repletos de mitos e ideas erróneas que el autor dedica todo el capítulo inicial a aclararlos y despejar posibles obstáculos.

La computación se suele confundir con la idea de que el cerebro es como uno de los ordenadores que podemos comprar en las tiendas. Pero el fructífero punto de vista de la computación significa simplemente estudiar el cerebro humano como un dispositivo que procesa información y que actúa sobre ella. Desde ese punto de vista, la mente se transforma en un complejo conjunto de sistemas definidos más por el proceso que realizan (por ejemplo, distinguir el fondo en una imagen) que por su implementación en particular. De esa forma, no importan las neuronas en concreto, porque a efectos de este libro, que trata la mente como un proceso de alto nivel, la neurología es demasiado básica para explicar la mente, aunque, por supuesto, los dispositivos mentales se implementan sobre neuronas.

En lo que sí es fructífero introducir el ordenador tal y como lo conocemos es a la hora de intentar replicar los mecanismos mentales. En ese momento, comprendemos que muchas tareas que para nosotros son obvias y triviales (como, por ejemplo, extraer la información tridimensional de lo que a todos los efectos es una imagen plana ofrecida por nuestros ojos) no lo son tanto y que es extremadamente difícil programar un ordenador para ejecutarlas. La evolución ha actuado durante vastos periodos de tiempo afinando lo que hoy es la mente y creando un sistema que es difícil de imitar para un programador humano. Al menos, por el momento.

Lo que nos lleva al segundo punto fundamental: la evolución. El autor se sitúa claramente en una posición racionalista. Realmente, no hay ninguna razón para creer que la evolución, que dio forma a nuestros cuerpos, no modelase también nuestras mentes. Que los genes, que controlan tantos aspectos de nuestro desarrollo, no ejerzan también su control sobre nuestros aspectos mentales. Después de todo, el cerebro lo fabrican los genes.

Fuente: www.pjorge.com